Texas, tierra de viento y mentiras
Los republicanos utilizan una falsedad maliciosa al decir que la energía eólica y la solar causaron los cortes de luz tras las fuertes nevadas
Los políticos no son dioses y tampoco santos. Como no son dioses, a menudo se equivocan en sus decisiones. Como no son santos, con frecuencia tratan de eludir la responsabilidad por sus fracasos, afirmando que lo han hecho tan bien como lo habría hecho cualquiera, o echándole la culpa a otro.
Durante un tiempo, por lo tanto, la política que rodea los cortes de luz que se han extendido por todo Texas parecían bastante normales. Es cierto que las autoridades de ese Estado han aplicado las políticas temerarias que han sentado las bases para la catástrofe, y después han intentado eludir su responsabilidad. Pero aunque fuera censurable, es una conducta que ya hemos observado muchas veces a lo largo de los años.
Sin embargo, eso cambió un día después de que quedara de manifiesto la gravedad del desastre. Los políticos republicanos y los medios de comunicación de derechas, no contentos con la excusa normal y corriente de que la culpa es de otro, se han unido en torno a una falsedad maliciosa: la afirmación de que las energías eólica y solar son las que causaron el colapso de la red eléctrica, y que los ecologistas radicales son de algún modo responsables de que millones de personas estén a oscuras y congelándose, a pesar de que los republicanos conservadores lleven una generación gobernando el Estado.
Esta no es una mala conducta política normal. Es el equivalente en política energética a la afirmación de que la insurrección del 6 de enero fue una operación encubierta de los antifascistas, una burda negación de la realidad, no solo para eludir la responsabilidad, sino para satanizar a los adversarios. Y es otro indicador del hundimiento moral del conservadurismo estadounidense.
El relato oculto tras lo ocurrido en Texas parece muy claro. Al igual que muchos estados, Texas ha liberalizado parcialmente el mercado eléctrico, pero la liberalización ha sido mayor que en otras partes. En concreto, a diferencia de otros estados, Texas decidió no ofrecer a las empresas eléctricas incentivos para que instalasen capacidad de reserva que les permitiera responder a posibles emergencias. Esto ha abaratado la energía en tiempos normales, pero ha provocado la vulnerabilidad del sistema cuando las cosas se complican.
Las autoridades de Texas tampoco han hecho caso a las advertencias acerca de los riesgos asociados con el frío extremo. Después de que en 2011 una ola de frío dejara a oscuras a millones de tejanos, la Comisión Federal Reguladora de la Energía instó al Estado a adaptar sus centrales eléctricas a situaciones invernales con sistemas de aislamiento, caloductos y otras medidas. Pero Texas, que ha desenganchado su red eléctrica deliberadamente del resto del país precisamente para eximirse de la normativa federal, solo ha aplicado esas recomendaciones parcialmente.
Y la helada intensa ha llegado. La red eléctrica, mal preparada para soportar un frío extremo, ha sufrido múltiples averías. Los mayores problemas parecen haber estado en el suministro de gas natural, que normalmente proporciona la mayor parte de la electricidad invernal del Estado, porque se han congelado las cabezas de los pozos y los gaseoductos. Y no es solo que se haya ido la luz; la gente también se está congelando, porque muchos hogares de Texas tienen calefacción eléctrica. Y muchas de las viviendas sin calefacción eléctrica dependen, pues sí, del gas natural. Estamos presenciando un sufrimiento enorme y, probablemente, un número significativo de muertes.
De modo que Texas está experimentando un desastre natural empeorado considerablemente por graves errores políticos, y las autoridades que han cometido esos errores deberían rendir cuentas. Pero en lugar de aceptar su responsabilidad, las autoridades, empezando por el gobernador Greg Abbott y siguiendo por el resto de los funcionarios, respaldadas por prácticamente todo el complejo mediático de derechas, han preferido culpar a las energías renovables, en especial a la eólica.
Ahora bien, es cierto que el Estado genera una gran cantidad de electricidad eólica, aunque suponga una pequeña fracción del total. Pero eso no es porque Texas —¡Texas!— esté gobernada por fanáticos de la ecología. Se debe a que hoy en día las turbinas eólicas constituyen una fuente de energía rentable en lugares ventosos, y si algo tiene Texas es viento. Y también es cierto que el frío extremo ha obligado a parar algunas turbinas del Estado insuficientemente acondicionadas para el frío. Pero, como ya he dicho, esto le estaba ocurriendo a todas las fuentes de energía en Texas, y los peores problemas los ha tenido el gas natural.
¿A qué se debe, entonces, este enorme esfuerzo para culpar falsamente a la energía eólica? Los incentivos son evidentes. Atacar a la energía eólica es una forma que tienen tanto los cargos electos como los ideólogos del libre mercado de eludir su responsabilidad por una liberalización chapucera; es una manera de agradar a los intereses de los combustibles fósiles, que aportan el grueso de sus donativos políticos a los republicanos; y puesto que los progresistas tienden a preferir las energías renovables, es una forma de humillarlos. Y todo ello encaja a la perfección con la negación del cambio climático.
¿Pero por qué piensan que pueden colar una mentira tan obvia? La respuesta, sin duda, es que quienes la difunden saben que se mueven en un paisaje político de posverdad. Cuando dos tercios de los republicanos creen que los antifascistas estuvieron implicados en el asalto al Capitolio, venderle a la base un relato falso sobre el desastre eléctrico de Texas es prácticamente un juego de niños.
Y si esperan ustedes algún cambio en la política que ha ayudado a provocar este desastre, no cuenten con ello, al menos mientras Texas siga en manos de los republicanos. Teniendo en cuenta todo lo demás que hemos visto, la mejor apuesta es que la política que se aplique a partir de ahora no va a guiarse por un conocimiento realista de lo ocurrido, sino por la demonización de la energía eólica.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2021. Traducción de News Clips.
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