¿Y esto quién lo paga?
El gasto público ha sido clave para amortiguar la crisis, pero condicionará a las generaciones futuras
En la pitillera del escritor y poeta estadounidense Raymond Carver (1933-1988) había escrita una palabra: “Now”. “Ahora”. Al autor de esa maravilla de 26 páginas que es Caballos en la niebla le habían diagnosticado un cáncer incurable. Y cada minuto era una propina, y el tiempo solo se vivía en presente. En algunas ocasiones, la literatura y la economía pasan idénticas páginas. Los países de la Unión Europea, donde estos días solo cuenta el hoy, llevarán su déficit fiscal a cerca del billón de euros y la deuda pública se disparará a niveles que no se conocían en algunos países ni siquiera en los años posteriores a las grandes guerras.
La relación entre los pasivos públicos y la riqueza de las naciones mostrará este año —acorde con CaixaBank Research— parajes insólitos, sobre todo en las aguas mediterráneas. Grecia (166% del PIB), Italia (160%), Francia (119%) y España (121%). El máximo histórico español, según la información disponible, anda en el 162% alcanzado durante 1880. Nada extraña que esta tierra sea una de las naciones europeas, junto a Francia, que más veces ha suspendido pagos. Ese año, Claude Monet pintaba (hoy en la colección Thyssen de Madrid) su obra El deshielo en Vétheuil. El invierno había sido una sucesión de tremendas heladas y el pintor quería captar el instante en el que hielo del Sena se fracturaba y las corrientes lo arrastraban río abajo.
Ahora la fractura es distinta. Entre quienes piensan que el peso de la deuda tendrá la levedad de la madera de balsa o la densidad del plomo. “Estamos librando una guerra. Y cuando peleas en una guerra lo primero que tienes que hacer es ganar y después preocuparte de cómo vas a devolver las deudas”, reflexionaba en el semanario alemán Der Spiegel la economista jefa del Banco Mundial, Carmen Reinhart. Pero al igual que el título de la canción de Leonard Cohen: Uno de nosotros no puede estar equivocado. ¿Qué hacer? ¿Cargar la mochila de deuda? ¿O aligerarla para no hipotecar con su devolución a las generaciones futuras? Sobre todo cuando Europa ha suspendido temporalmente las reglas fiscales por la pandemia. “Sería la cosa más estúpida del mundo empezar a preocuparse ahora por los niveles de deuda”, lanza Markus Gangl, profesor de Sociología de la Universidad Goethe de Fráncfort (Alemania). “Hacerlo es la única manera de provocar una guerra entre generaciones. Si no nos endeudásemos en estos momentos, seguramente destruiríamos muchos sectores de la economía, de la cultura, de los servicios, que son los que necesitan los jóvenes en el futuro para construir su propia vida”. ¿Es el final de la ortodoxia en la deuda? ¿Al menos durante los años que llevará la normalización económica? “Te quedas allí tan confortable en tu ventisca de hielo. / Déjame entrar en la tormenta”. Este es el verso final de Cohen en Uno de nosotros.
Una avalancha
Esa tormenta es la que avanza Carlos Martín desde su cargo de jefe del Gabinete Económico de CC OO. Además, intuye una avalancha. Incluso gastando de manera eficaz el fondo bautizado como Next Generation EU (con unos 750.000 millones de euros, de los que a España le corresponden 140.000), la siguiente generación quedará muy endeudada. A lo que hay que sumar el SURE (que cubre los ERTE), con hasta 100.000 millones de euros. Y la deuda, según la Comisión Europea, seguirá creciendo en 2021 (122% del PIB) y durante 2022 (124%). “Si en el futuro se abriera una coyuntura inflacionista, en la que se elevara la prima de riesgo de la deuda pública, al igual que ocurrió en la segunda mitad de la crisis de 2008, su servicio se dispararía por encima de los 40.000 millones de euros anuales, que en parte se transferirían a no residentes [los extranjeros cada vez tienen más deuda pública española]”, subraya el economista. ¿Qué hacer? ¿Aceptar el riesgo? Hace cuatro años, el FMI estimaba en un 225% la deuda no financiera del mundo sobre el PIB. Y el cálculo más reciente es que aumente el 17% de media el año que viene en los países desarrollados, un 12% en los emergentes y el 8% en los pobres. ¿Entonces? “Solo cuenta una cosa. Ser capaz de arriesgarse”, ha dicho Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI. Quizá piense en Japón, que lleva años asumiendo el “peligro”, con una deuda del 250%, y sigue económicamente “vivo”. Este último trimestre creció un 21,4%.
Los economistas más clásicos trazan un camino “simple”. Mientras los tipos sigan casi en negativo, crezca la economía, exista inflación controlada y el BCE respalde con la compra de bonos a los países europeos —”lo que ayuda a evitar que los inversores se lleven por delante a varias naciones mediterráneas”, matiza Guillermo de la Dehesa, profesor honorario del Centre for Economic Policy Research, CEPR, de Londres—, la deuda no debería, en principio, preocupar. “Con los tipos en torno a cero, endeudarse es casi una obligación moral con los contribuyentes y los herederos, pues la condición de que el rendimiento del dinero supere las tasas de interés resulta muy fácil de cumplir”, observa Julio Carabaña, catedrático de Sociología de la Educación de la Universidad Complutense de Madrid.
Pero la pandemia ha sido la ventisca retratada en el óleo de Monet. Ha cambiado, radicalmente, la imagen de endeudarse en el planeta. Escuchar a las autoridades financieras alemanas decir que de “esta crisis no se sale ahorrando” resulta tan inesperado como sería ver a Donald Trump encabezando el movimiento Black Lives Matter. Antes de la covid-19, muchos expertos ya criticaron la obsesión de algunos por doblegar la curva de la deuda cuando ni siquiera se elevó a estos niveles para derrotar a los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Pero hay algo en los recuerdos que hieren al igual que amenazas. El continuo bombeo de dinero del BCE trae en algunos países centroeuropeos el recuerdo de la ruina. Hay que acordarse de que la hiperinflación en Alemania tras la Gran Guerra era un problema tan profundo que cada media hora los camareros tenían que subir el precio del menú. La poeta y premio Nobel Louise Glück escribió: “Miramos al mundo una sola vez, en la infancia. El resto es memoria”. Y ahí, en el recuerdo, se clava una palabra que ha causado un inmenso destrozo: “Austeridad”. “Ha sido la auténtica causa de las dificultades y los daños al tejido social. Pagar un préstamo durante un periodo de tiempo más largo [la deuda del Reino Unido ha superado el 100% del PIB, algo inédito desde 1963] no tiene esos efectos nocivos”, reflexiona Nicholas Barr, profesor de Economía Pública de la London School of Economics (LSE).
Fumata blanca
Hay fumata blanca y los caballos salen de la niebla. Gastar es sinónimo de “ahora”. El FMI calcula que los Gobiernos del mundo han aumentado su gasto este año al menos en 11,7 billones de dólares (9,9 billones de euros). El 12% de la riqueza del planeta. “Las Administraciones no tienen otra opción que seguir gastando todo lo que puedan si quieren sostener sus economías”, indica Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales (AFI). “La pregunta es: ¿vamos a tener al BCE de guardia? ¿Sí? Entonces me quedo más tranquilo. De lo contrario, tenemos un problema”. Porque fuera del euro, admite el economista José Carlos Díez, ya habríamos impagado y reestructurado la deuda. “Además, el propio Gobierno estima que el crecimiento potencial de la economía española a largo plazo está próximo al 1%, uno de los más bajos de la historia del país”, remata.
El FMI también ha pasado a España por el fotomatón y la imagen cae como fotografías de carné. La riqueza (datos de noviembre) se desplomará un 12,8% y la recuperación el año que viene sumará el 7,2%. Otras fuentes, como UBS, la rebajan al 5%. Pero nadie espera que el país se parezca al que fue antes de final de 2022. “Pese a todo, prevemos un retorno muy fuerte en exportaciones y turismo”, aventura Roberto Scholtes, director de Estrategia de la entidad. Optimismo en tiempos de silencio. “Europa nos da la posibilidad de emprender las reformas estructurales necesarias para evitar posibles costes generacionales”, concede Miguel Cardoso, economista jefe de BBVA Research. Ahí discurre el porvenir de las pensiones. Un tren sin pasajeros para las generaciones jóvenes.
Sin embargo, todo empresario, autónomo o pyme que haya pedido una línea ICO o similar sabe que llega un tiempo en el que hay que devolver el dinero. Ahora estamos en una especie de estado de hibernación crediticia para las empresas, los hogares, algunos comercios. Pero esto terminará. “Históricamente, en los últimos 160 años, el tiempo medio que se ha tardado en volver a los niveles de renta per cápita anterior a la crisis es de ocho años”, apunta Carmen Reinhart en Der Spiegel.
Incertidumbre laboral
El futuro va a alcanzar a España. ¿Quién pagará el esfuerzo? ¿Los chicos, una vez más, que parecen estar vacíos de todo menos de recuerdos de una vida en crisis? “La incertidumbre laboral de los jóvenes, sobre todo las generaciones que han enlazado la Gran Recesión con la pandemia, añadida a la expansión de la deuda pública, preocupan considerablemente y hacen necesario y urgente un cambio del modelo productivo”, alerta Nuria Rodríguez-Planas, catedrática de Economía en la City University New York, Queens College. Los fondos que llegan de Europa —en 2021 se sumarán 27.000 millones de euros a los Presupuestos Generales— deberían acelerar esa transición hacia el mundo digital y verde. Porque los ocho años de los que habla Reinhart suponen 70.080 horas, y el reloj español no tiene tantas.
“La situación será especialmente adversa para las generaciones nacidas entre los años ochenta y noventa, las cuales se han encontrado ya con dos crisis económicas de gran envergadura al comienzo de sus carreras profesionales, padeciendo en ellas pérdidas de ingresos y mermas de ahorro que arrastrarán el resto de sus vidas”, avisa Clara Martínez-Toledano, investigadora de posgrado en la Escuela de Negocios de Columbia. “A lo que se suma la ruptura del ascensor social”, añade.
Aunque el mundo le ha perdido el miedo a producir deuda. Existía un lema en los mercados financieros a finales de los años ochenta. “La liquidez es suave; la deuda, dura. La liquidez es perdonable; la deuda, insistente. La liquidez es una almohada; la deuda, una espada”. Bueno, quizá, sí lo recuerden las agencias de calificación, pues vigilan de cerca el presupuesto español. Aun así, Standard & Poor’s da al país una calificación de A con perspectiva negativa mientras Moody’s la sitúa en Baa1 y Fitch en A-. Ambos, Fitch y Moody’s, con una visión “estable”. Y la rentabilidad del bono español a 10 años es cero (0,075%). Algo increíble.
Pero, históricamente, el camino de la reestructuración de la deuda ha sido largo y doloroso. ¿De nuevo pagarán los chicos, que parecen tener la fragilidad de un hueso de jilguero? “Las generaciones más jóvenes tienen unas perspectivas muy complicadas, sobre todo por la necesidad de financiar las pensiones y la sanidad de una población que envejece a pasos agigantados en un futuro ya no tan lejano. A su lado, la deuda parece un problema menor”, analiza Juan Carlos Conesa, profesor de Economía en Stony Brook University de Nueva York. Aunque no le resulta tan nimia a la Unión Europea, que ya ha advertido a España que esté atenta. “El error es pensar que la deuda no tiene límites: hay que hacerla sostenible”, admite Gregorio Izquierdo, director general del Instituto de Estudios Económicos.
Y la clave, avanza Raymond Torres, responsable de coyuntura económica de Funcas, es conseguir crecer. “De lo contrario, la deuda sería un problema”. Ni siquiera las vacunas cambiarán la oscilación del péndulo financiero. Solo inmunizan (no sabe por cuánto tiempo) del tictac de las horas. “La política de deuda alta será necesaria hasta que la economía se recupere por completo”, defiende Monika Schnitzer, profesor de economía en la Universidad Ludwig-Maximilian de Múnich. “El tiempo que tardará va a depender de la rapidez con la que sea posible alcanzar un nivel de inmunidad suficientemente alto. Sin embargo, es importante reducir la deuda para fortalecer la capacidad de recuperación en crisis futuras”.
Bruselas está preocupada. Vivimos un “momento hamiltoniano”. Trae a la memoria al primer secretario del Tesoro de EE UU, quien ayudó a crear la unión fiscal del país asumiendo la deuda de los Estados en 1790. La Comisión Europea espera que los nuevos fondos tiren de la economía un 2%. Pero si en vez de en coches eléctricos o paneles solares se gastan en pensiones o en subir los salarios a los funcionarios, la confianza temblará entre los socios europeos. Tampoco ayuda el encaje político del país. “Necesitas Gobiernos fuertes para implantar estos fondos, y no los hay en España o Italia”, advierte en The Economist el director gerente de la consultora Eurasia Group, Mujtaba Rahman.
Los chicos españoles están nerviosos. Porque saben que lo que queda es por dónde empiezan. “Desde 2008 la tasa de pobreza de los mayores ha caído y se ha duplicado la de los jóvenes. Nos vamos a encontrar con un problema intergeneracional. La deuda que estamos acumulando la pagarán ellos durante los próximos 10 o 15 años”, estima José García Montalvo, catedrático de Economía Aplicada de la Universitat Pompeu Fabra (UPF). Aunque no todos calculan esa econometría con idéntica desesperanza. “Los jóvenes heredarán más deuda, pero también activos y un país más próspero que nunca”, matiza Izquierdo. Pero los veinteañeros o treintañeros viven en el “ahora” carveriano. El paro juvenil es del 43,9% (frente al 17,6% de la media europea), los salarios paupérrimos y la temporalidad inmensa.
Incluso el próspero Reino Unido siente que la deuda anega sus costas. “Los impuestos inevitablemente tendrán que subir. Los boomers [nacidos entre 1957 y 1977] se jubilarán y no van a pagar. Serán las generaciones del milenio y Z quienes soporten los tributos más altos durante sus mejores años de trabajo, a la vez que afrontan un futuro laboral incierto”, prevé Andy Green, profesor de Ciencias Sociales del UCL Instituto de Educación londinense. Monet habría retratado con crudeza esta tormenta social. “Existe un problema de redistribución entre las personas retiradas y los jóvenes. Pero si la economía es capaz de ser más productiva y se genera un tejido tecnológico, podría mejorar la remuneración de las nuevas generaciones”, describe Koldo Echebarria, director general de Esade.
Esa Arcadia se puede alcanzar o se puede perder. Aparecen reglas básicas. “Lo importante es reformar el sistema tributario para acabar con los múltiples agujeros en forma de beneficios fiscales por los que se cuela mucha recaudación y mejorar algunos gravámenes —como las rentas de capital— con el fin de hacerlos más eficientes y progresivos”, desgrana Lídia Brun, investigadora en la Universidad Libre de Bruselas (ULB). Cierto. Pero esas palabras son plegarias no atendidas desde hace años. También es necesaria una inflación del 3% para licuar la deuda. Y no aparece. Queda la persistente inequidad. “El mercado laboral resulta bastante nocivo para los jóvenes y esto tiene que ver con la educación”, indica Federico Steinberg, investigador principal del Real Instituto Elcano.
Un reloj parado
Quizá el error esté en fiarnos del cálculo diferencial, las ecuaciones, el álgebra; o las vacunas. Necesitamos también a humanistas, y, tal vez, no tanto las estimaciones de Valdis Dombrovskis, vicepresidente de la Comisión Europea, asegurando que las restricciones fiscales no se volverán a imponer como pronto hasta 2022. “Creo que muchos economistas no acaban de comprender que la deuda es lo que mantiene a la economía. Desde hace años estoy sugiriendo que se piense sobre el concepto de ‘deuda eterna’, que sería una solución en épocas de intereses tan bajos”, dice el filósofo José Antonio Marina. Aunque no es la deuda lo que afecta a la educación, sino las malas condiciones económicas. “Cuando medimos el éxito o el fracaso escolar, el factor escuela, el atribuible al sistema educativo, no llega al 40%. Los otros dos son, sobre todo, la procedencia socioeconómica del alumno y su comportamiento”, aclara.
El endeudamiento no es buena noticia ni dentro de las aulas ni fuera. Ni tampoco los años y los sacrificios que llevará enderezar las cuentas públicas. Ni un país con unas estimaciones tan bajas de crecimiento. Ni el desacuerdo político. Ni los jóvenes pagando con su futuro errores predecibles e impensables de otros. “Resulta básico crear un nuevo contrato social que tenga en cuenta los intereses de todas las generaciones y una visión de conjunto”, concluye Javier García Arenas, economista de CaixaBank Research.
El endeudamiento de los países más pobres genera un peliagudo debate académico y político
La historia es un hijo pródigo: siempre regresa al origen. El FMI y el Banco Mundial fueron creados a finales de la guerra de 1945 para ayudar a los países con problemas. Pero su respuesta, en el alivio de la deuda de las naciones más pobres, está siendo anémica. El próximo año, 150 millones de personas, acorde con el propio banco, podrían acabar en la pobreza extrema por la pandemia. Es el primer incremento en dos décadas. Los países ricos han liberado créditos a través de los Gobiernos y los bancos centrales que superan los ocho billones de dólares. Pero el FMI —según una información del 1 de noviembre de The New York Times— ha prestado solo 280.000 millones de dólares. Esto incluye 31.000 millones en créditos de emergencia a 76 Estados miembros, con cerca de 11.000 millones destinados a países de bajos ingresos. Sin ese alivio, muchas naciones no dispondrán de los recursos para afrontar la pandemia, atender la educación, alimentar a la gente; y el ser humano sufrirá. “Una década perdida de crecimiento en gran parte del mundo continúa siendo una perspectiva posible, si no hay una respuesta política urgente, concertada y sostenible”, advierte un trabajo reciente del Grupo de los 30, una reunión de expertos que incluye, por ejemplo, a Lawrence Summers, antiguo asesor del presidente Barack Obama y secretario del Tesoro de la Administración de Clinton.
Los números aventuran que las tierras yermas pueden ser aún más baldías. La deuda pública en los países pobres, adelanta el FMI, subirá del 29% del PIB en 2012 al 43% durante 2019, y este año saltará al 49%. El riesgo de impago es evidente. Poco ayuda, además, el ideario de David Malpass, director del Banco Mundial, que en 2017 sostenía que los países en desarrollo “gastan un montón de dinero. Y a menudo son corruptos en sus préstamos”. Pese a esa ceguera intelectual, el 14 de octubre, el G20 extendió una moratoria (refrendada la semana pasada) hasta junio del pago de los intereses de la deuda bilateral a 73 de las naciones más necesitadas. Acorde con la institución, hasta el 13 de noviembre, 46 países habían solicitado acogerse a esta opción, lo que representa retrasar el pago de 5.700 millones de dólares (unos 4.800 millones de euros). Una cifra insuficiente. “El alivio de la deuda ha tardado en materializarse porque sus perspectivas continúan siendo muy inciertas para la mayoría de los países”, analiza Scott Morris, investigador de la consultora con sede en Washington Center for Global Development. “La prioridad en esta crisis del FMI y del Banco Mundial ha sido proporcionar nueva financiación en lugar de perdonar viejas deudas”. El experto defiende su enroque. Si los países estabilizan sus economías y añaden un estímulo fiscal para paliar los efectos económicos de la pandemia, estarán mejor situados para evitar problemas de deuda a largo plazo. El “inconveniente” es que, si fracasan, no destruyen números en un Excel sino vidas. ¿No habría que borrar esas cuentas rojas? “La respuesta es que la deuda en moneda extranjera de los países pobres podría, en parte, cancelarse”, dice el analista económico Martin Wolf. “Pero hay deudas, por ejemplo, las Individual Development Account (IDA) [se utilizan para pagar la educación o montar un negocio], que definitivamente no cancelaría. Es complicado”.
Sobrevivir es complicado. Resistir es complicado. Dormir con la escasez es complicado. Ver desaparecer el crédito privado es… ¿culpa de China? Las grandes firmas, apunta el periódico estadounidense, han sido reacias a suspender el pago de la deuda en parte por la incertidumbre de quién se beneficiará. Muchos países en desarrollo se han endeudado tremendamente con instituciones financieras chinas en un proceso opaco (se desconoce el volumen) y descoordinado. Si los bancos o fondos de alto riesgo europeos o americanos condonan las deudas, el dinero simplemente pasará a un acreedor chino en vez de destinarse a mejorar sus sistemas sanitarios. Da igual. Antes de llegar al impago (default), como bordea Zambia, hay que buscar las tablas. El genio del ajedrez Bobby Fischer firmó 11 frente a Boris Spassky para derrotarle en la “partida del siglo”. De lo contrario, las posibilidades de afrontar retos como la emergencia climática serían limitadas y las consecuencias devastadoras para la economía global y la prosperidad del hombre.
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