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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dejemos de preocuparnos por la deuda

Los costes del endeudamiento público son muy bajos y seguramente seguirán así durante mucho tiempo

Paul Krugman
Olivier Blanchard, execonomista jefe del FMI.
Olivier Blanchard, execonomista jefe del FMI.YOSHIKAZU TSUNO/AFP/GETTY IMAGES

En medio de todos los giros bruscos que ha dado la política estadounidense en la última década, hay algo que ha permanecido constante: la posición del Partido Republicano respecto a la deuda pública. El partido considera que los niveles de endeudamiento elevados suponen una amenaza existencial… si el que gobierna en la Casa Blanca es un demócrata. Si los grandes déficits se producen con un presidente republicano, “a nadie le preocupa”, como supuestamente comentó el año pasado el director de Presupuestos de Donald Trump a algunos seguidores.

De modo que es seguro predecir que, en cuanto Joe Biden asuma el cargo, volveremos a oír un montón de indignadas diatribas republicanas contra los males del endeudamiento. Lo que está menos claro es si veremos repetirse lo ocurrido durante la presidencia de Obama, cuando muchos centristas —y buena parte de los medios informativos— se tomaron en serio a los farsantes fiscales y se unieron al coro de agoreros. Esperemos que no. Porque el hecho es que en los últimos años hemos aprendido mucho sobre la economía de la deuda pública; tanto, que Olivier Blanchard, el eminente ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional, habla de un “cambio en el paradigma fiscal”. Y el nuevo paradigma da a entender que la deuda pública no es un gran problema, y que lo verdaderamente responsable es que el Estado se endeude para los fines adecuados.

¿Por qué han cambiado de opinión los economistas acerca del endeudamiento? Parte de la respuesta reside en que hemos descubierto algunas cosas acerca de cómo funciona el mundo; el resto de la respuesta es que el mundo ha cambiado.

Hace nueve o diez años, tenía sentido preocuparse por la posibilidad de que la crisis financiera griega fuese un presagio de posibles crisis de deuda en otros países (aunque yo nunca me lo creí). Resultó, sin embargo, que en la lista completa de países que acabaron pareciéndose a Grecia consta… Grecia. Lo que durante un breve tiempo pareció una propagación de problemas similares a los griegos por todo el sur de Europa, resultó ser un pánico temporal de los inversores, al que el Banco Central Europeo puso rápidamente fin con la promesa de que, si fuera necesario, prestaría dinero a los países con falta de liquidez.

En otras palabras, esas advertencias funestas que solíamos oír (y pronto volveremos a oír) de que Estados Unidos afronta un desastre inminente en cuanto la deuda pública cruza determinada línea roja han ido siempre desencaminadas. Ni hemos estado ni estamos cerca de ese tipo de crisis, y probablemente nunca lo estemos. Pero, ¿y a largo plazo? ¿Acaso no impone la deuda una carga para las generaciones futuras, que tendrán que dedicar al pago de intereses un dinero al que se podría haber dado un uso mejor? Aquí es donde resulta crucial ser conscientes de que el mundo ha cambiado: los tipos de interés son mucho más bajos que en el pasado, y todo indica que seguirán manteniéndose bajos durante años.

Un indicador clave es el tipo de interés real de los bonos del tesoro a largo plazo, es decir, el tipo de interés menos la inflación, que mide los costes del endeudamiento mejor que el tipo de interés nominal. El tipo de interés real de los bonos a 10 años se situó de media en torno al 4% en la década de 1990; a lo largo de la última década ha estado en general por debajo del 1%, y en algunos momentos ha llegado a ser negativo.

¿Por qué están tan bajos los tipos de interés? Esa es una historia más larga, en la que probablemente influyan la demografía y la tecnología. Básicamente, el sector privado no parece ver muchas oportunidades de inversión productiva, y los ahorradores que no tienen otro lugar al que acudir están dispuestos a comprar deuda pública, aunque no les ofrezca intereses elevados. Lo que importa para la discusión actual es que los costes del endeudamiento público son ahora muy bajos, y probablemente se mantengan así durante mucho tiempo.

En consecuencia, la carga de la deuda —que siempre se ha exagerado y que en todo caso se ha tergiversado— no es la que era. Una idea de hasta qué punto han cambiado las cosas: en vísperas de la pandemia, la deuda federal como porcentaje del PIB duplicaba el nivel alcanzado en 2000. Pero los pagos de intereses como porcentaje del PIB bajaron de hecho.

La conclusión es que la deuda pública no constituye un gran problema hoy en día. Y esto nos devuelve a la política.

Joe Biden ha prometido “reconstruir mejor”, un lema que se traduce en propuestas de invertir grandes sumas en infraestructuras, políticas contra el cambio climático, educación, etcétera, en gran medida con dinero prestado. Y eso es en realidad lo que debe hacer; puede que las empresas solo vean una rentabilidad limitada de sus inversiones, pero necesitamos desesperadamente más inversión pública, definida ampliamente (por ejemplo, incluyendo el gasto en protección a la infancia).

Pero los republicanos se opondrán seguramente a estas propuestas. De hecho, si conservan el Senado, probablemente hagan lo mismo que le hicieron a Barack Obama, e intenten obligar a Biden a recortar el gasto. Y justificarán su intransigencia despotricando contra los males de la deuda. De modo que, ¿cómo deberíamos contrarrestar este intento predecible de obstruir el programa de Biden? Sería tentador hacer hincapié en la hipocresía republicana. Pero el mayor problema de la política del miedo a la deuda, que todos sabemos que utilizarán, no es la hipocresía ni la mala fe; es el hecho de que se basa en fundamentos errados.

Teniendo en cuenta lo que hemos aprendido y dónde estamos, está claro que el Gobierno estadounidense debería estar invirtiendo fuertemente en el futuro del país, y que está bien, y de hecho es deseable, pedir prestado el dinero que necesita para efectuar esas inversiones. Es decir, para actuar de manera responsable, debemos dejar de preocuparnos por la deuda y aprender a quererla.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía © The New York Times, 2020. Traducción de News Clips

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