¿De quién y de dónde será CaixaBankia?
Predominará el capital catalán en el accionariado, si bien se airea un afán equidistante entre Barcelona y Madrid
¿Quién mandará en CaixaBankia? Vamos, si ese es el evidente nombre para el emparejamiento de CaixaBank y Bankia, los herederos de las rivales La Caixa y Caja Madrid, que alumbrará la primera entidad en el mercado español.
Aunque formalmente se trata de una fusión (jurídica), no lo es entre iguales, sino una absorción (práctica). O sea, una adquisición en la que el reparto de la propiedad de la entidad resultante depende del peso relativo de cada accionista en las primigenias.
Y ahí, las cifras cantan. CaixaBank triplica en beneficios (1.750 millones de euros en 2019) a Bankia (540) y en valor por cotización bursátil (12.202 millones frente a 4.233).
Pero solo la duplica en cuanto a dimensión de la actividad: activos (más de 400.000 millones por 218.000); clientes (13,6 millones a 7,4) y empleados (27.500 a 15.947). Esos datos revelan también cómo en este caso se cumple el principio de que a más tamaño (doble), mayor rentabilidad (triple), aunque no sea universal. Pero sobre todo determinan dónde recaerá la hegemonía del poder. En términos de propiedad, del lado del comprador, CaixaBank.
Así lo prefigura el esquema de reparto final de los grandes paquetes accionariales: un 30% para la Fundación La Caixa (hoy tiene el 40% de CaixaBank) y un 15% para el FROB (actual dueño del 62% de Bankia).
En este último caso, tras dispensarle el Estado ayudas por 24.000 millones —de las que solo ha recuperado 3.000 millones desde 2014— en el rescate arbitrado en 2012 para evitar su colapso, justo un año después de la fusión de Caja Madrid con otras seis cajas. El valor en Bolsa de las acciones absorbidas a cambio se ha reducido a menos de 2.000 millones.
Ahora bien, si las cuotas de propiedad son esenciales para la cuestión del reparto del poder, no la agotan. De la presentación inicial del proyecto se deduce un afán de aplicarle asepsia equidistante, para minimizar recelos: el énfasis en el término “fusión” por encima de “adquisición”; en el papel negociador de los líderes del FROB, Jaime Ponce, y de la Fundación La Caixa, Isidro Fainé; la sugerencia de que la sede social resultante será Valencia, que ya lo es de las fusionantes...
Pero todo eso no la agota, pues el poder, la capacidad multinivel de decisión, incorpora otros factores. Entre estos destacan dónde se ubicará la sede operativa real (única o múltiple), aspecto también esencial, junto al de la sede corporativa, para determinar la territorialidad de una entidad.
Presidencia
O el carácter de la presidencia (representativa o ejecutiva), que recaerá en quien la ostenta del socio menor, José Ignacio Goirigolzarri. Y más determinante aún a largo plazo será el perfil de los principales socios, que nunca es estático, sino que es y será evolutivo. Pues recibe la lógica influencia del entorno: ya de la propensión a la macrocefalia madrileña, ya de la inestable tensión política interna de la sociedad catalana.
Así, ¿en manos de quién desembocarán las acciones hoy estatales de Bankia?, ¿seguirán siempre las de CaixaBankia en su fundación original? Hasta ahora, el Estado practica un respeto riguroso a la gestión profesional. Cumple así el requisito de impedir “injerencias políticas” que el banquero vasco, el último de Neguri, impuso al entonces ministro Luis de Guindos para hacerse cargo de la entidad en crisis, un compromiso que Nadia Calviño honra.
¿Se mantendrá en el futuro esta pulcritud, si el trayecto a la recuperación de la inyección pública se alarga, para maximizarla? A cambio de la ayuda europea para el rescate de 2012, el Gobierno de entonces prometió vender su paquete al sector privado.
Aquel “mandato legal”, en palabras del presidente del FROB, Jaime Ponce, debió cumplirse antes de 2017, pero se ha ido aplazando —ahora el tope es 2021— a la espera de una mejor cotización que redundase en una mayor recuperación de la ayuda estatal. Pero ya revolotean sobre el caso quienes prefieren soluciones alternativas y probablemente más caras o, más simple, incumplir los pactos.
El proyecto parece más blindado del problemático entorno catalán: es más, la operación, al afirmar el carácter hispánico de la entidad, esterilizaría definitivamente las asechanzas rupturistas. De los 15 patronos de la Fundación La Caixa —un emblema del capitalismo corporativo liberal— sólo uno lo nombran, por rotación, las cinco entidades que crearon La Caixa en 1904. De esas, solo una, la Cámara, exhibe ahora un presidente secesionista (Joan Canadell, un activista radical de la ANC), mientras el Ateneu es más bien soberanista.
Fortalezas y debilidades
La fusión entraña fortalezas: catapulta a las entidades a la cabeza del mercado español, refuerza su competitividad y complementa sus mercados.
Su debilidad, el coste de unos 8.000 empleos, justo lo que aumentaría su rentabilidad, parece transitable. Y el retorno al Estado de los 21.000 millones aún no devueltos del rescate de Bankia —hoy valen menos de 2.000— son más probables con la operación que desde una entidad menor.
También las entidades exhiben puntos fuertes y débiles: la alabada gestión profesional de José Ignacio Goirigolzarri en Bankia y la agilidad del conglomerado La Caixa a la hora de sortear peligros.
Peligros como la crisis del sector, que la dejó como una de las excepciones a la desaparición; o el pulso para someterla al secesionismo de su exdirectivo Jaume Giró, padrino de medios puigdemontistas y militante casi en solitario contra el cambio de sede.
Quizá como peaje, CaixaBank difuminó su potencia empresarial (recibió tanto o más de Criteria de lo que aportó); en el empuje cultural de la fundación, y en la imagen de sus vínculos locales: su sede cierta se localizaría en el teléfono móvil de Isidro Fainé.
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