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LA CRISIS DEL CORONAVIRUS
Columna
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Desigualdad pandémica

Los primeros impactos de la recesión generada por el coronavirus dibujan un aumento de la brecha social

Xavier Vidal-Folch
Una persona recoge una bolsa con alimentos en Madrid, el 13 de mayo, durante el confinamiento.
Una persona recoge una bolsa con alimentos en Madrid, el 13 de mayo, durante el confinamiento.Marta Fernández Jara (Europa Press)

La voluntad para “salir de esta todos juntos” deberá reforzarse. Porque llueve, graniza sobre mojado: los primeros impactos de la recesión generada por la pandemia dibujan un aumento de la desigualdad social.

Desde la óptica de la salud, los contagios en los barrios y poblaciones con menores ingresos multiplican los de las zonas ricas. La pandemia se ha cebado en el distrito barcelonés socialmente más débil, Nou Barris, 2,5 veces más que en el más dotado, Sarrià-Sant Gervasi. Exhibió una tasa de incidencia de 70 casos por cada 10.000 habitantes, contra otra de 28, entre el 26 febrero y el 19 de abril, según una investigación del Hospital del Mar y el IDIAPJGol (Impact of covid-19 outbreak by income, Journal or Public Health, Oxford).

Lo mismo ocurre en esta segunda ola con los barrios madrileños más populares, que casi duplican la media de la región, de 342 casos, entre el 17 y el 23 de agosto, según la Comunidad de Madrid. Puente Vallecas (con 761) y Usera (797), con Carabanchel y Villaverde demuestran que el sur también existe, para lo de siempre.

Desde la óptica del empleo, también los más vulnerables llevan la peor parte. Dos tercios del millón largo que perdió su puesto de trabajo en el segundo semestre (confinamiento), eran temporales (671.900) y el tercio restante (361.400) fijos, según el INE. Y los jóvenes afectados supusieron cuatro veces más que los mayores de 25 años. Asimismo, las mujeres perdieron (un punto porcentual holgado) más que los hombres. La pauta solo quiebra en el desglose territorial, pues dos de las tres comunidades más afectadas, Cataluña y Madrid (la otra es Andalucía) destacan en renta regional.

El aumento de la desigualdad implica un retroceso sobre lo logrado, en tanto que la tasa de pobreza severa (fue del 3,6% de la población en 2008) se había ido reduciendo tras la Gran Recesión, desde el 7,1% en 2013, el pico más alto, al 5,4% en 2017 y al 4,7% en 2018.

La extraordinaria velocidad de propagación del virus y de su impacto socioeconómico es por desgracia superior a la que registra la ejecución administrativa de los (certeros) paliativos públicos arbitrados. Decenas de miles de trabajadores experimentan retrasos en el cobro del apoyo de los ERTE, por la saturación de las oficinas de empleo. De las 750.000 solicitudes tramitadas para acogerse al ingreso mínimo vital solo han podido analizarse 143.000, de las que 80.000 se han reconocido como correctas. O se aceleran los procesos y se aumenta la dotación de los organismos implicados o el inminente subsidio extra para el medio millón largo de trabajadores que agotaron sus prestaciones acabará colapsándolos. Y cundirá el desánimo social.

Recordemos: contrarrestar la desigualdad no es solo un imperativo de equidad. “Una menor desigualdad y un crecimiento sostenido pueden ser las dos caras de una misma moneda”, establecía el propio FMI (Inequality and unsustainable growth: two sides of the same coin?): ya en 2011.

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