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Columna
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Fracaso ¿autonómico?

Si la energía de las bravatas anti-Gobierno lanzadas el segundo trimestre se hubiese dedicado a perseguir con humildad el virus, otro gallo cantaría

Xavier Vidal-Folch
Foto de familia de la última conferencia de presidentes, celebrada el 31 de julio en San Millán de la Cogolla.
Foto de familia de la última conferencia de presidentes, celebrada el 31 de julio en San Millán de la Cogolla.Chema Moya (EFE)

La gestión de la nueva normalidad parece peor que la de la fase de alarma y confinamiento. Entonces existían excusas y coartadas: el desconocimiento del virus, la falta de preparación preventiva de un sistema sanitario excelente en lo curativo. Ya no. Así que la reincidencia es más grave que la ignorancia.

Causa de esta desgracia es la ínfima calidad del liderazgo en algunas autonomías. Si la energía de las bravatas anti-Gobierno lanzadas el segundo trimestre se hubiese dedicado a perseguir con humildad el virus, otro gallo cantaría, y el contraste entre la crítica al otro y la ineficacia propia sería menos sangrante.

Por eso es útil recordar que hubo quien culpó de los muertos a los demás (al Gobierno, desde Madrid y desde el PP; al Estado, por no permitir la secesión, desde la Generalitat). Quien ninguneó la Conferencia de Presidentes o la usó para agitar. Quien acusó a los demás por la carencia de material preventivo, pero fracasó en obtenerlo. Quien se quejó de la recentralización de competencias, si bien fue incapaz de ejercer las propias (cubrir la plaza de ¡director de Salud! en Cataluña, vacante casi dos meses en la fase más dura de la pandemia; ignorar las advertencias de la directora equivalente en Madrid y empujarla a dimitir). Quien ocultó datos o los censura en su web. Quien reclama recentralizar cuando urgió capacidad individual para desescalar, y cambió a su última fase en menos de 24 horas.

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Y así, hasta el infinito.

Pero no se debe generalizar. A diferencia de los aislacionistas extremos —Isabel Díaz Ayuso y Quim Torra—, otros presidentes autonómicos, de distintos partidos, han sido responsables y prudentes. Y sobre todo, ellos, el Gobierno y la ciudadanía han sufrido una carencia estructural. La respuesta del sistema sanitario ha sido deficiente no porque su grueso estuviese asignado a las autonomías, sino “por la mala calidad de su descentralización en parcelas territoriales desconectadas entre sí”, como ha radiografiado el periodista Antonio Franco (El Periódico, 21/8).

Esa carencia estructural se detecta también en otros ámbitos: el reparto descendente de competencias no se completa con una eficaz dotación ascendente de mecanismos de coordinación fluida. La federalización del Estado es un proceso inacabado, a medio fraguar, desequilibrado. Y así, sufrimos los vicios tanto de las actitudes centralistas como de las fragmentadoras. Y gozamos menos las ventajas de la concertación desde la diversidad.

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