Para contrarrestar la tragedia
Una proyección ni es la Biblia ni un certificado, las previsiones son elásticas a varios factores que pueden mitigarlas, evitando que el drama devenga tragedia
Poco antes de la Gran Recesión el economista neoliberal Robert Lucas prometía un mundo feliz en el que “el problema central de la prevención de depresiones ha sido de hecho resuelto en todos sus aspectos para muchas décadas”. El análisis —y los modelos de medición— estaban mediatizados de ideologismo marca Chicago: la teoría de las expectativas racionales (todos las seguirían); la de la eficiencia de los mercados (imbatibles). Crecimiento infinito y sin rupturas.
Así que la crisis engulló el prestigio de (la mayoría de) los economistas y los organismos internacionales. En América. Y en España, donde ninguna previsión privada ni oficial acertó en años, ni por asomo. Curados de aquella ceguera, repensaron modelos y aguzan ahora el oído como apaches con la oreja pegada al raíl.
Desde final de abril, los escenarios principales —varios, para no confundir; sin jerarquizar, para no autoengañarse— sugerían una caída del PIB español en torno al 9% (sin negar desastres hasta el 13,6%): así proyectaban el Banco de España, el Gobierno, el FMI, Bruselas. Ahora se agravan hacia el 14,4% (OCDE) o el 15,1% (Banco de España) si se cumplen los peores augurios: rebrote del virus; recuperación lenta; peores efectos del largo confinamiento.
Este dramatismo es positivo porque nos prepara por si llega lo peor, y reclama acción inmediata para afrontarlo. Pero allega también efectos colaterales negativos al ensombrecer la percepción, que puede retroalimentar la propia recesión (descenso del consumo, retracción de la inversión).
Una proyección ni es la Biblia ni un certificado. Las previsiones son elásticas a varios factores que pueden contrarrestarlas o al menos mitigarlas, evitando que el drama devenga tragedia: 1) la calidad de las políticas económicas públicas (bien orientadas, errores incluidos, en la UE y en España, de las inyecciones de liquidez al ingreso mínimo vital); 2) el consenso político que las multiplicaría (ausente); 3) su internalización por los agentes económico-sociales; 4) la prevención (dudosa) contra un futuro rebrote de la pandemia.
Lo que parece indiscutible es que los conatos de reactivación —tímidos, pero con ganas— serán asimétricos: los sectores más visibles y claves (turismo, automoción) y los más invisibles (economía sumergida, subempleo) van muy dañados; otros, de distinto cuño, se recuperarán mejor.
Pero por todas partes surgen procesos de adaptación de los procesos productivos a una economía solo semipresencial; a lo digital; a una nueva flexibilidad (horarios, entregas, turnos, perfiles). Veremos si eso es solo homeopático o acarrea anticuerpos contra la peor recesión.
Nos jugamos también un modelo de capitalismo: o un trágico inmovilismo autodestructivo; o una copia del Leviatán chino; o un imperio total de los hegemones tecnológicos...; o —única esperanza— un “Estado del bienestar 3.0”, que entrañaría un nuevo intervencionismo social pero bajo control democrático, no populista. Lean este esquema en Daron Acemoglu, The post covid State, Project Syndicate, 5/6.
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