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Crisis económica del coronavirus
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La pandemia climática

Para que se tomen medidas más eficaces y radicales hay que estar convencidos de que existe un riesgo real

Ilustración Negocios
Tomás Ondarra

El mundo está viviendo dos crisis muy similares y, a la vez, muy distintas. La primera de ellas, la que ahora nos tiene a todos más preocupados, es la sanitaria por la covid-19. Un desafío que confiamos que sea puntual, con muchos contagios, con muertes. La pandemia, por sus características, ha provocado un fuerte impacto en la ciudadanía, lo que ha permitido una reacción inmediata. Pero esta crisis que podemos considerar más clásica está tapando otra crisis de fondo, la climática, a la que estamos reaccionando tarde y mal, comparado con la reacción que estamos teniendo ante la emergencia sanitaria. A pesar de que la covid-19 es, seguramente, la mayor crisis global desde la II Guerra Mundial, muy probablemente el reto por la emergencia climática va a ser mucho mayor y va a eclipsar los desvelos del coronavirus. Ambas situaciones tienen varios factores en común.

Primero. Para poder hacerlas frente se requieren inusuales niveles de cooperación global. No las puede resolver ningún país por sí solo; exigen una respuesta conjunta.

Segundo. Ambas crisis demandan cambios muy profundos en nuestro comportamiento actual para reducir el sufrimiento futuro.

Tercero. Los dos problemas han sido largamente anunciados con mucha certeza por los científicos y han sido también desatendidos por los Gobiernos y las empresas, incapaces de ver más allá de los números del crecimiento del próximo trimestre, las cifras de ventas, las cotizaciones bursátiles o los datos de las encuestas a los ciudadanos.

Cuarto. Las dos crisis también tienen en común un rasgo fundamental, el más importante: su origen. La causa de ambas es la prepotencia y la soberbia de los seres humanos, que han maltratado la naturaleza a lo largo de la historia y de una manera exagerada en las últimas décadas.

La crisis climática es el resultado de la sobreexplotación de los recursos naturales de nuestro planeta; la deforestación masiva para ganadería, minería o hábitat humano, junto con el consumo irracional de combustibles fósiles. Este camino nos ha llevado a unos niveles altísimos de concentración de gases con efecto invernadero. Es la misma sobreexplotación que ha afectado a los animales salvajes de nuestro planeta. Les hemos reducido las zonas de vida salvaje y no hemos dejado de comerciar con todo tipo de especies, incluso con animales vivos. Este es el origen del brote del nuevo coronavirus. El 75% de las nuevas infecciones emergentes de las últimas tres décadas son zoonosis: surgieron en animales y cruzaron las barreras entre especies para infectar a humanos. La prohibición y persecución del mercado de animales salvajes es necesario con carácter de urgencia en todos los países, como parece que, por fin, ha decretado China.

Quinto. Estos desafíos requerirán que los Gobiernos tomen acciones drásticas y deberán desterrar la lógica del mercado en ciertos ámbitos de la actividad humana, a la vez que se adoptan importantes inversiones públicas. Es lo que estamos viendo en el paquete de medidas para hacer frente a la pandemia del nuevo coronavirus.

La gran diferencia entre ambas crisis es que mientras que en la de la covid-19 vemos los efectos negativos y los aciertos o desaciertos de la gestión en cuestión de semanas, en la climática tardaremos unos 25 años en ver el efecto, para bien o para mal, de lo que hoy hacemos. Y lo que hoy estamos viviendo tiene su origen en lo que hicimos hace 25 años.

Nos preocupa que algún familiar o amigo pueda fallecer por el virus en las próximas semanas, pero no nos preocupa que vayan a perecer o sufrir problemas graves de salud por el cambio climático. Ahí radica la dificultad para que políticos y empresas se lo tomen en serio de una vez y la ciudadanía acepte tomar acciones de emergencia. Para que se puedan adoptar medidas más eficaces y radicales necesitamos estar convencidos de que existe un peligro real.

El gran reto, pues, es mantener el modo de emergencia activado acerca del clima, puesto que el peligro en orden de magnitudes es mucho mayor, tanto en el potencial impacto en la salud humana como en términos económicos.

En el momento que escribo estas líneas, China tiene registrados oficialmente 3.329 fallecimientos por la covid-19. El profesor Marshall Burke, de la Universidad de Stanford, ha calculado que en marzo pasado, debido a la reducción de la polución en China por la crisis del coronavirus, se han salvado 1.400 niños de menos de 5 años y 51.700 adultos de más de 70 años.

Los últimos datos publicados en 2016 por el Observatorio Global de Salud (OMS) referentes a muertes atribuibles a la polución del aire asignan a España unas 12.574 muertes por año. Estas muertes se producen por la alta contaminación que provoca o agrava las siguientes enfermedades: infecciones respiratorias (1.138); cáncer de pulmón, tráquea y bronquios (1.212); isquemias cardíacas (5.226) y accidentes cerebrovasculares isquémicos (2.841). En todo el mundo, la pérdida de esperanza de vida que sufrimos debido a la contaminación del aire es de 2,9 años.

La contaminación atmosférica va a seguir causando más pérdidas humanas que la pandemia. Si hemos entrado en un modo de emergencia con el virus, necesitamos hacer lo mismo con el clima.

Recordemos que la contaminación atmosférica es solo uno de los aspectos que afectan directamente a la salud humana. A ese impacto hay que añadir otros como el incremento de temperatura en algunas zonas del planeta, el aumento de enfermedades transmisibles, mayor frecuencia e intensidad de catástrofes naturales, etcétera.

Si nos preocupa de verdad el bienestar y la salud de nuestros países, hemos de cambiar profundamente algunas prácticas que pasan por una economía baja en carbono y un mayor respeto a la naturaleza. Las pandemias las podemos evitar con protección de los hábitats y de las especies en vida salvaje y con una mayor coordinación y más recursos en el control epidemiológico. Pero no olvidemos que estas no son las única crisis existenciales a las que nos enfrentamos, ni las más importantes. El cambio climático pone en peligro a cada ciudadano que habita y habitará en el futuro nuestro planeta, es una amenaza lenta pero mucho más peligrosa.

Como ha afirmado recientemente Inger Andersen (directora ejecutiva del programa UN Environment), “la humanidad ha sometido a demasiada presión al mundo natural con consecuencias dañinas. Con el coronavirus, la naturaleza nos manda un mensaje y nos advierte de que no tener cuidado del planeta significa no tener cuidado de nosotros mismos”.

Si los dos problemas tienen un origen común, lo más probable es que las soluciones tengan muchas similitudes. Hemos de volver a ser un elemento armónico del complejo ecosistema que es el planeta Tierra. Necesitamos un gran pacto, un green deal para mejorar la salud planetaria reduciendo radicalmente las emisiones, reforestando masivamente y protegiendo la biodiversidad para que el ser humano no pase a ser una especie en riesgo de extinción.

Josep Santacreu es consejero delegado de DKV.


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