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Abanca saca oro de las cenizas de las cajas gallegas

El banco del venezolano Juan Carlos Escotet termina un año con récord de beneficios por ingresos extraordinarios y la venta de seguros

María Fernández
Oficina de Abanca en Santiago de Compostela.
Oficina de Abanca en Santiago de Compostela. Óscar Corral

Caixa Galicia y Caixanova, dos rivales que sucumbieron a los desmanes de sus directivos y a la crisis, han revivido en manos de Juan Carlos Escotet, el banquero venezolano dueño de Banesco que a finales de 2013 despertó recelo cuando se adjudicó, por 1.003 millones, la entidad hoy llamada Abanca. Fue después de que el FROB inyectase más de 9.000 millones de euros en su saneamiento en la que fuera la tercera fusión más costosa de la banca española (tras Bankia y Catalunya Banc). Fue después de reducir en 700 su red de oficinas, de echar a 2.679 personas y ver mermado su activo en casi 17.000 millones de euros. Llegó Escotet ganándole la partida a Caixabank y en los últimos cuatro años ha obtenido con su apuesta 1.515 millones en beneficios (sin contar los más de 1.000 del primer ejercicio, fruto de ajustes contables). Esta semana anunciaba su último logro: “2018 ha sido el mejor ejercicio en toda nuestra trayectoria, con un beneficio neto de 430 millones y una rentabilidad del 11,4%”. En ese resultado, que se repartirá mayoritariamente en dividendos, iban 280 millones de ingresos extraordinarios, entre ellos los obtenidos por la venta del 23% que poseía en la concesionaria Itínere. Antes se había desprendido de otras pequeñas joyas de su cartera de participadas, como la empresa de telecomunicaciones R, acciones en CLH, Cupa, Tecnocom o el grupo eólico que tanto habían mimado las antiguas cajas. Sin embargo, sí aumentó su presencia en otras, como Pescanova. 

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Pero en lo que enfatizó el banquero fue en el “dinamismo comercial” de la entidad; en los ingresos recurrentes; en el crédito que han dado a pymes y autónomos (más de 2.000 millones) y, en especial, en la venta de fondos de inversión, planes de pensión, seguros de ahorro (que crecen un 4%) y seguros generales (un 5,2%). Productos que son mucho más rentables que dar préstamos hipotecarios en un contexto de tipos de interés negativos y sin visos de crecimiento en el corto plazo. De hecho, las hipotecas, más o menos la mitad de la cartera de préstamos hasta el momento, solo representan ahora entre el 15% y el 20% de las nuevas operaciones.

“Lo que representa mejor nuestra posición es la parte de arriba de la cuenta de resultados [que refleja el negocio bancario]. Todos los márgenes están creciendo a doble dígito, cuando en otras entidades están cayendo o haciéndolo a un 2%”, analizan en la entidad. Una dinámica comercial que escuece en la plantilla. “Hay una presión descarnada”, cree Clodo Montero, responsable de Banca en el sindicato CIG. “Hasta 2017 estuvo abierto el plan de despidos y se contrataba a gente en formación por 12.000 euros. El nivel de temporalidad es de un 7% cuando la media en el sector es del 3%. Se cambió el modelo y ahora la plantilla está obligada a colocar productos complejos a los clientes que dejan suculentas comisiones”, añade Montero.

De 2010, tras la fusión, a 2014, el banco vivió en una situación muy precaria. Porque mientras los antiguos responsables presumían de crecer también a doble dígito, vendieron 900 millones en participaciones preferentes a ahorradores gallegos que ignoraban dónde se metían (en algunos casos se colocaron a bebés o a analfabetos). La mayor parte de aquel incendio —que provocaba manifestaciones diarias de jubilados ante las oficinas reclamando su dinero— lo arregló el exejecutivo de Inditex José María Castellano, que intentó reflotar sin éxito la entidad nacionalizada antes que el venezolano. Con Escotet se terminó cerrando la herida y evitó abrir otra cuando sorprendió al mercado por ser la primera entidad en eliminar los suelos en las hipotecas cuando comenzaron a ponerse en cuestión. Aquello le costó dinero, pero reactivó parte de la confianza perdida.

Borrar el pasado

Lo segundo que hizo fue imponer objetivos y un férreo control del plan estratégico, que termina en 2020. Abrió las oficinas por la tarde y en solo un día, por ejemplo, cambió toda la imagen corporativa de la entidad cuando rebautizó el banco. Eso incluyó desde los logotipos de todos los cajeros a los membretes de los folios o la última pegatina que recordase a las antiguas cajas hasta cualquier armario. “Parecía que no lo íbamos a conseguir, pero no quedó ni rastro de nuestros antiguos nombres”, recuerda un empleado. Como hizo la mayor parte del sector, Abanca se subió al carro de la venta de seguros, que ahora aportan unos 75 millones a la cuenta de resultados. “Eso se combina con una bajada de la morosidad manteniendo unos niveles de provisión altos”, dicen en Abanca. Después de reducir un 29% el saldo de préstamos dudosos (1.094 millones), la tasa se situó en el 3,6%, tres puntos menos que en la media del sector.

El banco gallego, sin embargo, se resiste a pasar el filtro del mercado. El repetido deseo de salir a Bolsa, según Escotet, “ocurrirá”, pero no sabe cuándo. “Creemos que el momento no es el más propicio, por eso la decisión se ha venido demorando. Estamos en un ambiente de bajos tipos de interés, donde los márgenes están claramente constreñidos y a pesar de nuestro equity story [trayectoria] no es el momento. Tenemos un accionariado muy estable sin ningún tipo de prisa”, añadió Escotet esta semana durante la presentación de resultados.

Su riesgo crediticio es alto para Fitch y Moody’s, que califican a la entidad en el grado especulativo (comúnmente conocido como bono basura). “Estamos a un paso del grado de inversión. Partíamos de un nivel muy alejado, y los rating han mejorado pero las decisiones van muy lentamente. No reflejan tanto la situación del banco porque tiene buenos fundamentales en solvencia, activos, morosidad… Es más un problema de los procesos de decisión de las firmas calificadoras y cambio de calificación”, disculpan en la entidad.

En un mercado de gigantes el tamaño sigue siendo un lastre. En el último año, Abanca también ha intentado crecer. En marzo del año pasado compró la filial portuguesa del Deutsche Bank y a finales de año se hizo con la filial española de Caixa Geral de Depósitos. Ambas aportarán 151 oficinas y un volumen de negocio de 13.487 millones, haciendo de la entidad la séptima mayor del país por patrimonio. Con un negocio de 82.700 millones, por ahora se cierran a más compras hasta que no asimilen las de 2018.

También tienen por delante retos importantes, como la digitalización en un mercado como el gallego, donde muchos clientes siguen prefiriendo el contacto cercano de una oficina. “No somos un banco digital. Tenemos clientes con una expectativa de servicio digital y otros que necesitan asesoramiento en la red. Debemos atender a esos dos perfiles”, explican las fuentes del banco.

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Sobre la firma

María Fernández
Redactora del diario EL PAÍS desde 2008. Ha trabajado en la delegación de Galicia, en Nacional y actualmente en la sección de Economía, dentro del suplemento NEGOCIOS. Ha sido durante cinco años profesora de narrativas digitales del Máster que imparte el periódico en colaboración con la UAM y tiene formación de posgrado en economía.

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