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Foro de Davos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La semana de Davos

La economía mundial tiene dos grandes enfermedades cuya solución todavía no se atisba: la mala reputación de la gobernanza mundial y una acumulación de deuda sin precedentes

Santiago Carbó Valverde
Un hombre pasea delante de la insignia del Foro Económico Mundial, este lunes en Davos.
Un hombre pasea delante de la insignia del Foro Económico Mundial, este lunes en Davos.F. C. (AFP)

El gran acontecimiento económico de la semana —con permiso de los vaivenes bursátiles y del Brexit— es el Foro Económico Mundial que este martes comienza en Davos (Suiza). El funcionamiento mediático de los últimos años ha sido el siguiente: un tema económico o medioambiental de moda, un planteamiento político falto de compromiso y una crítica generalizada por parte de analistas, sobre todo, por falta de contacto con la realidad.

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En la edición de 2019 se habla de Globalización 4.0: definiendo una arquitectura global en la era de la cuarta revolución industrial. El título, que parece un paquete de software, se refiere a cómo el mundo global va a afrontar el nuevo modelo económico a través de las tecnologías de la información, inteligencia artificial y relaciones laborales y sociales. Realmente el tema no es nuevo, pero en las sesiones que se han programado y en la presentación del evento trasluce que puede haber calado algo de la crítica de años anteriores. Parece que en la sociedad de comienzos de milenio existe un hueco grande e incómodo entre unas élites cada vez menos respetadas y más despistadas y un populismo destructivo y engañoso.

Abierta en canal, la economía mundial tiene dos grandes enfermedades cuya solución todavía no se atisba. Por un lado, una gobernanza mundial con la peor reputación desde hace, al menos, medio siglo. Con el agravante de que la comunicación es más fluida pero cada vez menos acertada. Sin importar la veracidad. Las redes sociales y otros canales son máquinas de producción de información no reposada y, en muchas ocasiones, falsa y malintencionada. El daño es muchas veces irreparable y con graves consecuencias electorales y económicas. Por otro lado, hay una acumulación de deuda sin precedentes.

El FMI estima que alcanza los 164 billones de euros, lo que supone un 225% del PIB mundial, un 12% más que en el pico que se alcanzó en 2009, en plena crisis financiera. Parte de este crecimiento del endeudamiento responde a la política monetaria que nos sacó del atolladero, con tipos de interés ultrarreducidos y dinero oficial en abundancia. El camino de vuelta está siendo muy complicado. Para algunos, inasumible.

La conjunción de los dos problemas (pobre gobernanza y deuda ubicua) es un cortocircuito en el mecanismo esencial que rige la sociedad moderna: las redes de confianza. En Davos se va a hablar poco de deuda pero sí de cómo la tecnología, bien usada, puede ayudar a restaurar parte de esa confianza. Bien utilizada, claro. Porque, tal vez, el punto de partida es admitir que es inaplazable una mayor presencia regulatoria en relación con el manejo de la información por parte de las grandes big-tech y redes sociales. Y orientar el avance en esas técnicas a una mejor educación, mayor conciliación de la vida familiar y de la personal, control del cambio climático o uso de la energía, entre otros. En tiempos en los que aumenta el riesgo político, la tecnología debe favorecer la recomposición de la confianza más que convertirse en mecanismo de confusión y herramienta de distorsión política. ¿Se reconectará Davos con la realidad?

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