Lehman y Europa
Nada hubo más aparentemente estadounidense en la crisis bancaria internacional que la caída del banco en septiembre de 2008
Nada hubo más aparentemente estadounidense en la crisis bancaria internacional que la caída de Lehman Brothers en septiembre de 2008. Y nada hubo más europeo que sus consecuencias. Fue un yoyó que se alargó por el Atlántico para golpear el rostro del sistema financiero de la UE con rescates de diversas instituciones financieras que se dieron, principalmente, durante el año siguiente. Pero eso fue sólo una primera entrada en la hondonada. Cuando Estados Unidos había recogido bien el hilo —iniciando una recuperación económica prolongada que hoy bate récords—, el yoyó volvió a golpear a Europa de 2010 a 2012, cuando se descubrió una de las realidades más tristes e inabordables de la economía global del siglo XXI: la deuda pública es aceptable allá donde se piensa que siempre se pagará (desde Alaska hasta Florida) y da miedo allá donde unos no quieren responder por otros (entre Cádiz y Upsala).
Hay lecciones de la crisis aprendidas. Otros resultados son inquietantes. Tenemos bancos más solventes, pero no un sistema financiero necesariamente más seguro. Esto no significa que la próxima crisis esté a la vuelta de la esquina pero sí que hay riesgos persistentes. Las turbulencias vividas han supuesto tanto control y prudencia en la industria bancaria europea que se ha reducido la interconexión que otrora se defendía como elemento esencial de integración financiera. Si tomamos los bancos alemanes, españoles, franceses, italianos y holandeses en conjunto, la exposición inversora de los de cada país a los otros se ha reducido en 1,5 billones de euros entre 2008 y 2018, según los datos del Banco de Pagos Internacionales. Entonces curiosamente la UE avanzaba hacia un sistema financiero integrado sin mecanismos de protección común y ahora que estos se están creando —con la unión bancaria— la desconfianza mutua parece mayor a la hora de estas inversiones cruzadas.
Mientras Europa debate estérilmente con frecuencia, el dólar sigue siendo el oráculo de los mercados. Respecto a la divisa estadounidense se da una paradoja de complicada digestión: durante la gran expansión cuantitativa, la liquidez oficial en billetes norteamericanos inundó los mercados emergentes, que casi no se enteraron de la crisis y obligaron a quitarle ese apellido tan manido de global. Pero ahora que el experimento terminó y suben los tipos de interés en EE UU, faltan dólares en los emergentes. Aunque buena parte de la moneda americana está fuera de EE UU, se mueve a una velocidad pasmosa y abandona los territorios donde la disciplina fiscal es dudosa (dolor que se siente en Argentina). El euro, sin embargo, sigue en la edad del pavo, poderoso en su territorio y aún adolescente en la escena internacional.
En definitiva, 10 años después de Lehman tenemos entidades financieras más seguras pero un sistema financiero que mantiene signos de inestabilidad. Hay menos apalancamiento en los bancos pero más en los gobiernos y en algunos fondos de inversión. Como si fuera energía, el riesgo se transforma pero no se destruye. El objetivo es estar en la parte buena de la historia pero Europa está en el limbo.
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