Cuando los antibióticos ya no son negocio
Las bacterias se hacen cada vez más resistentes, pero los laboratorios están desistiendo de investigar
La noticia ha caído como una bomba en los círculos farmacéuticos y sanitarios. El pasado 11 de julio, el líder suizo del sector farmacéutico, Novartis, anunciaba el cierre de su laboratorio de investigación para el desarrollo de nuevos medicamentos antibacterianos, situado en Emeryville, cerca de San Francisco, en California. Esta medida va a costar su puesto de trabajo a 140 investigadores; las 150 personas restantes que trabajarán para Novartis solo se dedicarán a las enfermedades tropicales.
"Hemos decidido concentrar nuestros recursos en sectores en los que estamos mejor posicionados para desarrollar productos innovadores", afirma la multinacional de Basilea en un comunicado. No hace mucho, el nuevo consejero delegado de Novartis, Vas Narasimhan, declaraba que quería concentrar los esfuerzos del grupo en la terapia genética para los tratamientos anticancerígenos, en las neurociencias y en la oftalmología.
Novartis busca ahora compradores para los 30 programas de investigación que había iniciado en el segmento de los futuros antibióticos para combatir los superbugs, las superbacterias resistentes a cualquier medicación actual que hoy en día causan 700.000 muertes al año en todo el mundo.
James Hynard, director de estrategia de la ONG británica Wellcome Trust, resumía en un tuit la consternación del sector: "Mala noticia. Novartis se ha unido al éxodo general, y lo ha hecho en un momento en el que necesitamos desesperadamente nuevos tratamientos adecuados para la lucha contra las infecciones resistentes".
Y tiene razón. De aquí a 2050, el número de muertes anuales por bacterias resistentes a los antibióticos puede pasar de 700.000 a 10 millones, según la Organización Mundial de la Salud. Solo en 2018 se han registrado tres casos de gonorrea (una infección de transmisión sexual) totalmente resistentes a cualquier antibiótico. En julio, el Centro Europeo de Prevención y Control de Enfermedades (ECDC, por sus siglas en inglés) lanzaba una alerta sobre el caso de 13 escandinavos que fueron hospitalizados en Gran Canaria, donde resultaron infectados por una bacteria extremadamente peligrosa, intratable y contagiosa, que "puede causar temibles infecciones, como neumonía, meningitis o septicemias", afirma el ECDC. "El riesgo de que las personas infectadas transmitan esta bacteria si son tratadas en su país de origen es elevado". Por tanto, insta a los hospitales europeos a tomar medidas de precaución.
Pero, desde 2010, las deserciones se suceden entre las grandes farmacéuticas: antes de Novartis, fueron AstraZeneca, una parte de Roche, Bristol-Myers Squibb y Eli Lilly. Pero eso no es ningún misterio, como explica Thierry Mauvernay, presidente y consejero delegado de Debiopharm Group, en Lausana, uno de los últimos en el mundo que continúa las investigaciones: "La rentabilidad de las inversiones en el sector de los antibióticos es demasiado baja. De hecho, como el número de recetas disminuye constantemente, sus precios son muy bajos, entre 4 y 43 euros. Y eso sin tener en cuenta la presión que ejercen los genéricos, e incluso las copias".
No es el único factor. "Es aconsejable dar estas nuevas moléculas solo como último recurso para evitar que los pacientes desarrollen resistencias demasiado rápido", explica Mauvernay. "Eso restringe el mercado y reduce más todavía la rentabilidad de estos desarrollos". Es decir, que la oncología, las disfunciones eréctiles o el colesterol son infinitamente más rentables que estos fármacos, que, sin embargo, han permitido que la esperanza de vida aumente entre 10 y 15 años, frente a los cinco años de media de los anticancerígenos.
"Hace falta un nuevo modelo de negocio", apunta Mauvernay. "Esto se hará necesariamente a través de una colaboración público-privada, en la que las farmacéuticas impulsarán la investigación, el desarrollo y la comercialización". Stephan Harbath, catedrático de medicina de la Universidad de Ginebra y de los Hospitales Universitarios de Ginebra, coincide. Harbath dirigió durante tres años una iniciativa europea, Drive-AB, que reunía a 23 colaboradores públicos y privados de 12 países.
El objetivo de esta "gran coalición" era animar a todos los actores a dar un nuevo impulso a la investigación y al desarrollo de nuevos antibióticos. "La resistencia a la medicación y el hecho de que las cadenas de desarrollo de nuevos productos (pipelines) estén casi vacías supone un verdadero problema para la salud mundial", afirma Drive-AB en su informe final. La iniciativa internacional propone un nuevo modelo de negocio en el que el fomento y la financiación de la investigación de nuevos antibióticos dependerán obligatoriamente de que los poderes públicos adopten medidas e iniciativas para favorecer tanto la investigación como el acceso al mercado, reduciendo drásticamente los costes de homologación.
A los Estados les costaría aproximadamente 860 millones de euros al año desarrollar y comercializar nuevas clases de antibacterianos de aquí a 2030. Dicho de otra manera, la salida al mercado de entre 10 y 20 nuevos antibióticos costaría alrededor de 17.000 millones de euros, una cantidad insignificante comparada con las sumas globales invertidas en I+D por las grandes farmacéuticas privadas, unos 600.000 millones de euros en 2017. "Creo que en el futuro el reembolso de los nuevos antibióticos podría inspirarse en el modelo de los seguros, con un pago garantizado, tanto si se usa el tratamiento como si no", considera Mauvernay. "Probablemente, sería beneficioso para la sociedad desde el punto de vista económico por las vidas salvadas".
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