Economía: otro relato es posible
Reducir la precariedad laboral, reformar la política fiscal e incrementar la productividad, entre los retos
En esta legislatura es difícil que el nuevo Gobierno mejore las cifras macroeconómicas: al contrario, en 2020 creceremos menos (poco más del 2% frente al 3% actual) y caerán los ritmos de aumento del empleo y de reducción del paro. Lógico si consideramos la fase descendente del ciclo ya iniciada y los factores adversos que hemos de afrontar: crecientes precios del crudo, proteccionismo, Brexit, desaceleración de la eurozona, dificultades para culminar la unión bancaria europea, contracción monetaria, inestabilidad en Italia o incertidumbres asociadas a la cuestión catalana.
Pero el nuevo ejecutivo sí podría tratar de cambiar el relato económico de los últimos años. Según dicho relato, el Gobierno de Rajoy habría convertido a nuestra economía en una historia de éxito: primero, por situarla de nuevo en los niveles anteriores a la crisis; segundo, por hacerla crecer vigorosamente (más del 3%, el doble que Europa), con superávit de la balanza de pagos, y, tercero, por conseguir que genere mucho empleo y disminuya el paro (se han recuperado la mitad de los empleos perdidos y reducido 10 puntos la tasa de paro). Cierto y muy positivo, pero con graves deficiencias ocultas. ¿Es posible otro relato? Convendría analizar éste para inferir alternativas.
Primero, nos hemos recuperado, pero empleando casi 10 años, debido principalmente a la excesiva austeridad fiscal (Alemania tardó dos, Francia tres, nueve la media europea) y lo hemos hecho de forma desigual: muchas comunidades autónomas no lo han logrado (casi la mitad, en términos de población), ni gran parte de las rentas medias y bajas han alcanzado el PIB per capita precrisis.
Segundo, hemos crecido mucho pero con fuertes componentes coyunturales, los llamados "vientos de cola" (que ya están cambiando); además, los aumentos de competitividad, base del crecimiento y del superávit de la balanza de pagos, se han debido principalmente al sacrificio de los trabajadores, mediante devaluaciones salariales competitivas o incrementos del paro que han mejorado la productividad del trabajo; finalmente, ha sido un crecimiento no inclusivo, apenas perceptible o negativo en rentas medias y bajas.
España es uno de los países con mayor desigualdad: el 20% de los más ricos gana siete veces más que el 20% de los más pobres
Tercero, el mercado de trabajo ha empeorado su calidad. El empleo creado es: de salarios bajos (los nuevos trabajadores cobran menos que los antiguos y el poder adquisitivo salarial cayó casi el 9% entre 2008 y 2015), contratos precarios (menos del 10% de los nuevos empleos son indefinidos y los temporales alcanzan el 26% del total, con duración media inferior a dos meses), elevado subempleo (el 65% de los contratados a tiempo parcial, que representan el 15% del empleo, desean trabajar a tiempo completo) e importante porcentaje (15%) de “trabajadores pobres” (con rentas inferiores al 60% de los ingresos medios), sólo superado en la UE por Rumania y Grecia. El paro es todavía elevado y su estructura (con altos porcentajes de parados de larga duración, mayores de 45 años, personas sin formación y jóvenes sin experiencia) dificulta la reinserción laboral.
Además, España es uno de los países europeos con mayor desigualdad (el 20% de los más ricos gana casi siete veces más que el 20% de los más pobres) y donde ésta más ha aumentado (según el coeficiente de Gini), así como la población en riesgo de pobreza (del 23% en 2008 al 28% actual). Consecuencia lógica de políticas que favorecían a los económicamente fuertes (notables crecimientos de beneficios, sueldos de ejecutivos y rentas de la propiedad) y empobrecían a los débiles (descensos salariales y recortes en sanidad, educación o dependencia). Sin olvidar el elevado volumen de deuda pública que, además del gravísimo problema de inestabilidad presupuestaria que representa, supone una desigualdad intergeneracional.
Ante estas deficiencias, el nuevo Gobierno parece apostar por cambiar el relato según sugieren diversas afirmaciones de la ministra de Economía: “Se puede crecer de otra manera…, un crecimiento robusto pero sostenible y justo… compatible con salarios adecuados y empleo de calidad…, sin olvidar el compromiso claro e inequívoco con la estabilidad presupuestaria”. Se trata, evidentemente, de otro modelo: crecimiento inclusivo, salarios dignos, empleos de calidad y finanzas públicas sostenibles.
Pero no bastan las palabras: existen graves dificultades para realizarlo. Por un lado, es complicado alcanzar mayorías con 84 diputados (como se ha demostrado en el techo de gasto) debido a la firmeza de los principales partidos de oposición y a la volatilidad de otros apoyos parlamentarios, aunque podrían obtenerse pequeños avances en ámbitos de claro consenso. Por otro, existen problemas técnico-económicos para alcanzar los ambiciosos objetivos del nuevo modelo que pretenden armonizar crecimiento inclusivo, empleo de calidad, redistribución y finanzas públicas estables.
Reducir la precariedad laboral, reformar la política fiscal e incrementar la productividad, entre los retos
A mi juicio, tres ámbitos serían prioritarios. Por un lado, modificar aspectos sustanciales de la reforma laboral que reduzcan la precariedad del empleo (contratos temporales y parciales involuntarios), propicien aumentos salariales fortaleciendo con flexibilidad los convenios generales e introduzcan políticas activas contra el paro. Todo ello mejorará la calidad laboral y reducirá las desigualdades.
Por otro, una profunda reforma fiscal para afrontar el reto de restablecer la economía del bienestar con finanzas públicas estables. Es necesario ampliar el gasto público (gastamos el 5% menos que la UE) para dedicar los recursos adecuados a educación y sanidad, financiar la dependencia y solucionar las pensiones del futuro. Pero, para hacerlo con estabilidad, necesitamos una reforma fiscal que aumente los ingresos racionalizando y redistribuyendo impuestos, pero reduciendo la presión fiscal de las clases medias y bajas.
Finalmente, aumentar la productividad total de los factores de producción, cuya persistente disminución constituye uno de los problemas ancestrales de nuestra economía. Se trata de mejorar la eficiencia de capital y trabajo mediante inversión en I+D (ahora invertimos la mitad que en Europa), avances en la revolución tecnológica, progresos en gestión empresarial, mayor eficiencia de las instituciones, mejoras regulatorias y liberalización de mercados, entre otras actuaciones. Lo que permitirá aumentar crecimiento, salarios y beneficios y reducir desempleo.
Convendría, además, acometer tres reformas esenciales que ahora sólo puedo apuntar: una profunda reforma educativa con amplio consenso para pervivir a largo plazo, definir un modelo energético con criterios de racionalidad y respeto al medio ambiente y una reforma sanitaria que utilice eficientemente los recursos.
Aunque difícil, otro relato es posible para permitir, en palabras de Calviño, que “el crecimiento y la prosperidad lleguen a todos los ciudadanos”.
Agustín del Valle es profesor emérito de EOI Escuela de Negocios y director del Observatorio EOI de Economía Global.
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