La muerte y los impuestos
La supresión del tributo de sucesiones, última fase de una reforma fiscal permanente
Uno de los padres fundadores de EE UU, Benjamín Flanklin, escribió: “En este mundo no se puede estar seguro de nada, salvo de la muerte y los impuestos”. Los tam-tam que unen estos dos conceptos —la muerte y los impuestos— vuelven a sonar con ese debate con sordina, aún no mayoritario, sobre la necesidad de suprimir el gravamen sobre las herencias y donaciones. Esto no es una casualidad o una ocurrencia que llega de la nada, sino que tiene que ver con los esfuerzos permanentes para mermar la capacidad redistributiva de los Estados (y por tanto, con el incremento de la desigualdad) que se están dando en el mundo desde la década de los años ochenta del siglo pasado.
La secuencia es, más o menos, la siguiente:
1.- Final de la Segunda Guerra Mundial: continuado descenso de la desigualdad en la distribución de la renta y la riqueza, con sistemas fiscales progresivos, con impuestos sobre la renta de elevados tipos marginales e impuestos sobre las sucesiones, donaciones y patrimonio.
2.- Años ochenta: principio de la revolución conservadora de Thatcher y Reagan, que decide reducir la capacidad redistribuidora de los gobiernos mediante el paso hacia sistemas fiscales regresivos: se aplanó la tarifa del impuesto sobre la renta y se redujo el número de tramos, con la vista puesta en un impuesto más proporcional que progresivo. Se reduce el impuesto a los beneficios de las empresas.
3.- Años noventa: desplazamiento de la carga tributaria desde las rentas del capital hacia las del trabajo. No se gravan del mismo modo todas las rentas que afluyen a una persona con independencia de cuál sea el origen. Se reduce la tributación sobre los rendimientos del capital extranjero, hay tratamientos más livianos para las rentas del capital, aumentan los sistemas de imposición dual que abiertamente gravan con tipos menores a las rentas del capital que a las del trabajo.
4.- Primer cuarto del nuevo siglo: se reduce o incluso se elimina la imposición patrimonial, último reducto de la progresividad fiscal. La importancia recaudatoria del impuesto sobre el patrimonio era pequeña pero se trataba de un gravamen de control interno que proporcionaba información para el impuesto sobre la renta (rentas del capital) y para el impuesto sobre sucesiones, que bien configurado era una pieza clave en la articulación de la imposición directa. Ahora se intenta eliminarlo directamente. El economista francés Thomas Piketty acaba de escribir: “Cerca de una sexta parte de cada generación goza de una herencia superior a lo que la mitad de la población gana con todo el trabajo de su vida”. Imposible la igualdad de oportunidades.
El conjunto de estos pasos ha dado como resultado una extraordinaria acumulación de renta y riqueza en los niveles altos y muy altos, lo cual ha generado una gran influencia de las élites económicas sobre la política, restando efectividad a esta última. Los impuestos pueden ser un buen indicador del estado de la democracia, si se acepta que la calidad de ésta aumenta en la medida en la que los ciudadanos tengan más igualdad de oportunidades.
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