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Tribuna
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España, un país sin contrato social

El país se enfrenta al reto de volver a reconciliar economía de mercado, progreso y democracia plural

Antón Costas
Rafael Ricoy

¿Cuál es el pegamento que hace que una sociedad se mantenga unida y evite una fractura social y el caos político? Si tuviéramos respuesta podríamos afrontar mejor el malestar ciudadano y los conflictos políticos territoriales que tenemos delante. Para ver cuales son sus componentes conviene volver la vista atrás. Las sociedades occidentales desarrolladas vivieron una etapa de armonía social y política en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Fueron los "Treinta Gloriosos".

¿Cómo se logró? Con un contrato social entre fuerzas anteriormente antagónicas. Los partidos socialdemócratas aceptaron que la economía de mercado era un instrumento válido de creación de riqueza. Por su parte, el liberalismo clásico aceptó la creación de un estado social. Por un lado, un sistema educativo orientado a garantizar la igualdad de oportunidades. Por otro, un sistema de seguros públicos y programas sociales orientados a cubrir las contingencias de pérdidas de ingresos por razón de desempleo, enfermedad y jubilación. Ese contrato social fue el pegamento que permitió reconciliar economía de mercado, progreso social y democracia.

España construyó un contrato de ese tipo en la transición a la democracia. Los llamados Pactos de la Moncloa de 1977 fueron su expresión. Esos acuerdos, firmados por el gobierno de Adolfo Suárez, las principales fuerzas políticas y sindicales de izquierda y las organizaciones empresariales, fueron tomados en consideración por las Cortes constituyentes que se comprometieron a desarrollarlos. La Constitución de 1978 añadió una dimensión territorial: el nuevo Estado de las Autonomías, con el reparto territorial de poder político entre el gobierno y la administración central y las nuevas instituciones politicas autonómicas.

Sin embargo, ese contrato comenzó a resquebrajarse ya en los años noventa. La semilla fue la caída de los salarios y el retorno de la desigualdad, tanto social como territorial. El golpe definitivo lo dio la política de austeridad. Atacó los pilares básicos de la educación, la sanidad, las pensiones y las prestaciones de desempleo. La explosión de malestar social que provocó vino acompañada de la quiebra del sistema político tradicional, del independentismo catalán y de la aparición de nuevas izquierdas alternativas, reticentes con la economía de mercado.

España es hoy un país sin contrato social ni territorial. Necesitamos reconstruirlo. En mi libro El final del desconcierto: Un nuevo contrato social para que España funcione analizo las causas que actuaron como disolvente de ese pegamento y propongo cinco tareas para restaurarlo. A grandes rasgos, son las siguientes:

Los países se enfrentan de vez en cuando al reto de reconsiderar decisiones pasadas y pensar el futuro. Son momentos en que se ponen a prueba. Como en 1977, España se enfrenta al reto de construir un nuevo contrato social que permita volver a reconciliar economía de mercado, progreso social y democracia plural.

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