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Las ciudades del futuro en América Latina: menos autos, menos jóvenes

Crecer dentro de sus límites, planificar con mayor equidad y solucionar la violencia, claves para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sustentable

Vista de Puerto Madero, en Buenos Aires.
Vista de Puerto Madero, en Buenos Aires.Banco Mundial

Cuando desde la cabina del piloto anuncian el descenso a Buenos Aires, los pasajeros comienzan a prepararse para el aterrizaje mientras se asoman a las ventanillas. Durante varios minutos, desde el aire se ve la capital argentina infinita en viviendas, altas torres de edificios, autopistas y grandes construcciones. Una escena similar se repite en Bogotá, Sao Paulo, Lima o Ciudad de México.

Bienvenidos a la gran urbe latinoamericana del siglo XXI

En la región más urbanizada del mundo, los desafíos para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) parecen magnificados, pero a pesar del crecimiento desordenado visto hasta ahora, se están registrando avances. Hablamos con Horacio Terraza, experto en desarrollo urbano y ciudades del Banco Mundial, acerca de cómo le está yendo a las urbes latinoamericanas para ser más sostenibles y resguardar los cada vez más estresados recursos naturales del planeta.

Pregunta. ¿Cuánto han avanzado las ciudades latinoamericanas en el camino hacia los ODS?

Respuesta. A prácticamente dos años de la entrada en vigencia de los ODS, el avance más importante que hemos tenido es la adopción de un cambio de paradigma en la visión de las ciudades, evidente en la mayoría de los países de la región. Este cambio de paradigma es notorio en términos de políticas, de priorización de la inversión y en el acercamiento a la planificación urbana. En relación a políticas e inversión, la ciudad ocupa un lugar preponderante en la agenda de los gobiernos, cualquiera sea su orientación política. ¿Cuál es la razón? La ciudad ha dejado de ser percibida como el espacio pecaminoso, origen (casi bíblico) de la degradación humana, para convertirse en una oportunidad; en el territorio donde el desarrollo sustentable, el bienestar y la equidad tomarán forma. Este cambio de percepción está basado en primera medida, en una realidad incontrastable: la urbanización a escala global es irreversible, alcanza hoy más del 50% de la población; será del 75% en 2050, siguiendo los pasos de una América Latina voraz que en 65 años pasó del 40% a más del 80% actual. En segundo término, la inversión tendrá mayor impacto si se enfoca en centros urbanos, donde no solo aplican economías de escala y aglomeración, sino que son el motor económico de los países (generan el 80% del PIB global) y donde se concentra su mejor recurso, el humano.

El cambio en el abordaje de la problemática urbana no es menos relevante. La propuesta tiene que ver con el abandono de la visión sectorialista de lo urbano y la adopción de una visión multisectorial integrada, que prioriza la equidad y pone foco en el ser humano y su escala. Es más, intenta incorporar el manejo de riesgo de desastres como un factor natural en la planificación. A mi entender, este es un concepto que precede al ODS 11 mismo: su virtud radica en haber reconocido e incorporado un reclamo y una necesidad. Hoy esta visión es aceptada en la mayoría de las oficinas de planificación urbana y económica de gobiernos nacionales y sub-nacionales de envergadura poblacional.

P. A pesar de los avances, el crecimiento desordenado de las urbes latinoamericanas representa un obstáculo importante para alcanzar los ODS ¿Qué se está haciendo?

R. Vivimos en una región en donde desde hace 60 años las ciudades crecen en infraestructura urbana muy por detrás del crecimiento poblacional y de la expansión física de las mismas. En América Latina, aproximadamente un 25% de la población vive en asentamientos informales y se estima que serán 160 millones de personas para el 2020. Se estima que en la región actualmente el 75% de la vivienda producida anualmente es informal, lo que implica que carecen de títulos de propiedad y acceso a infraestructura y servicios básicos. Para complejizar la situación, estos asentamientos se erigen generalmente en el único espacio libre de la ciudad: aquellos de mayor riesgo de desastres (inundaciones, deslizamientos, etc.), donde se exhibe mayor vulnerabilidad social y pobreza. El déficit de vivienda cuantitativa (número de familias que no la poseen) es cercano al 37% en Latinoamérica. Apenas se trata, aproximadamente, el 20% de las descargas cloacales y solo el 50% de los residuos reciben disposición final adecuada. Para completar este escenario, Latinoamérica es la región más violenta del planeta, con una media de 24 homicidios cada 100.000 habitantes, más del doble que el promedio internacional, con ciudades que alcanzan los 90 homicidios cada 100.000 habitantes.

Si bien estos números son promedios regionales con variabilidad local, dan una clara idea de la deuda histórica, irreversible en el corto plazo. El revertirla y al mismo planificar el crecimiento actual para evitarla a futuro es el gran desafío. Como comentaba antes, una gran mayoría de los gobiernos de la región están priorizando la inversión en infraestructura urbana para los más vulnerables socialmente. Programas como “Mina Casa Minha Vida” en Brasil, “Quiero a mi Barrio” en Chile o el “Programa de Mejoramiento de Barrios” en Argentina han tenido y tienen un impacto decisivo en achicar el déficit, se han convertido en política y este proceso sí es irreversible. Y también como mencioné, existe una segunda generación para este tipo de proyectos: la búsqueda no es solo la provisión de infraestructura y vivienda. Estos proyectos incluyen la voluntad de “construir ciudad”, desarrollando un tejido social con calidad de vida más equitativa, que incorpore la informalidad a la formalidad y es ahí donde se evidencia una oportunidad. Estos nuevos desarrollos recuperan la tradición de las ciudades latinoamericanas donde el espacio público de calidad vuelve a ser una prioridad. Busca que la mayoría de los viajes se realicen a pie o en transporte público (la construcción de los nuevos metros de Panamá, Lima y Quito son muestra de la fuerte apuesta a este último). Que el transporte público esté ligado al diseño urbano del barrio, el uso del suelo vuelva a ser mixto y en alta densidad. Esto es lo que las ciudades están haciendo y creo que lo mejor está aún por venir.

P. ¿Cómo se preparan las ciudades latinoamericanas para el nuevo flujo de personas que habitarán las ciudades para 2050?

R. Recordemos que América Latina posee ya un nivel de urbanización de los más altos del planeta, que supera el 80%. A diferencia de Asia y África, las grandes urbes de la región habrán dejado de crecer para el año 2050; Ciudad de México alcanzaría su pico en ese año, y muchas de ellas habrán comenzado a decrecer. Santiago de Chile alcanzaría su población máxima en 2041. Casos extremos actuales son ciudades como San Juan de Puerto Rico cuyo pico poblacional se alcanzó antes de 2012. Solo ciudades relativamente jóvenes como Manaos o de crecimiento económico reciente como Panamá seguirán exhibiendo patrones de crecimiento elevados para ese momento alcanzando la población máxima entre 2070-80. En tal sentido, la región enfrenta un gran desafío durante los próximos 15 años en los cuales seguirá creciendo, pero a ritmo decreciente: el de intentar crecer dentro de los límites actuales de la mancha urbana incrementando su densidad. Detener la expansión descontrolada en baja densidad es una prioridad. La amplia mayoría de las ciudades latinoamericanas pueden hacerlo, el único obstáculo es la capacidad de los propios municipios de planificar y aplicar sus normas y regulaciones. La región no ha sido efectiva históricamente en este sentido.

P. ¿Cómo te imaginas a la urbe latinoamericana del 2050? ¿Cuáles serían sus principales aportes? Y ¿sus desafíos?

R. Me imagino una ciudad bastante distinta a la que impera en el imaginario general. No será la ciudad de “Los Supersónicos”. Espero sea la del sentido común y la equidad. Y por dar un marco me imagino 3 factores determinantes que le darán forma física y social:

María José González Rivas es editora online del Banco Mundial

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