Estancamiento secular y política fiscal
Los impulsos monetarios para la economía se han vuelto ineficaces
En su Teoría general de 1936, J. M. Keynes escribió que “las ideas de los economistas y los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se cree. Los hombres prácticos, que se creen exentos por completo de cualquier influencia intelectual, son generalmente esclavos de algún economista difunto”. Y ahora el espectro que quizá recorre el espacio de las ideas económicas sea el del propio Keynes.
En lo que va de siglo, y en especial a partir de la crisis de 2008, la economía global se ha deslizado en una dinámica que de ninguna forma puede parecernos aceptable. Un ambiente caracterizado por bajos ritmos de crecimiento, empleo, inflación y tipos de interés son los síntomas del llamado “estancamiento secular”. El bajo crecimiento afecta a los ingresos y la rentabilidad del sector corporativo, daña la ampliación de la renta disponible de los hogares y, por ende, al consumo y a la inversión. El entorno deflacionario y de reducido crecimiento produce histéresis (efectos que persisten incluso después de que sus causas han desaparecido) en el apalancamiento del sector privado, que, además de ser más vulnerable, tiene que doblar su esfuerzo en desapalancarse a costa del nivel de actividad, reforzando así la lógica de ese equilibrio perverso. En ese marco, los impulsos monetarios que intentan activar la economía mediante la reducción del tipo efectivo de interés se han vuelto ineficaces, ya que las ganancias monetarias no se invierten ni se consumen; solo aumenta el ahorro, y esto acaba exacerbando una renovada versión de la trampa keynesiana de la liquidez.
2016 ha sido el año en el que se ha alcanzado un consenso en torno a la necesidad de desanclar este equilibrio. Las economías desarrolladas parecen haber iniciado el tránsito hacia una mayor laxitud fiscal que acompañará a la paulatina normalización de la política monetaria. Los países desarrollados (especialmente Estados Unidos) se han embarcado en la reactivación de la actividad económica, las expectativas de inflación y los tipos de interés a través de la ejecución de impulsos fiscales (inferiores a los ejecutados durante la crisis financiera).
A pesar de ello, los efectos globales de la política fiscal serán todavía asimétricos, ya que ni todos los países pueden implementarla sobre bases expansivas, ni todos se verían beneficiados al hacerlo. Asimismo, los incrementos en tipos de interés, actividad económica e inflación (mayores en Estados Unidos que en la Unión Europea y Japón) podrán inducir en el corto plazo un debilitamiento financiero en economías emergentes, en especial aquéllas con elevado apalancamiento en moneda extranjera o con desequilibrios acumulados. A pesar de ello, en el medio plazo la suma total deberá ser positiva en términos de una aceleración de la actividad, el empleo, la inflación y un repunte de la prima temporal global.
Hay, sin embargo, riesgos que podrían volver a ensombrecer el panorama. Las recientes consignas al proteccionismo y la reversión de la globalización en las cadenas de producción y de valor pueden suponer un mayor efecto sobre la actividad económica de lo que implicaría el impacto positivo de la aplicación de políticas fiscales expansivas. Asimismo, persisten desequilibrios y riesgos globales reconocibles (el resurgimiento de problemas soberano-financieros en Europa, la debilidad estructural de los mercados emergentes y el riesgo de recurrencia entre las debilidades del sector residencial y el financiero en China), los cuales, al confluir en contextos que limiten el ritmo del comercio mundial, darían lugar a un escenario global de riesgo severo.
Nos enfrentamos a un escenario para los próximos años en el que, si bien existe consenso respecto a los principales instrumentos para desanclar el entorno de “estancamiento secular”, persisten sesgos negativos que pueden reducir las previsiones de crecimiento y de estabilidad financiera consideradas por los analistas. Como casi siempre, el futuro dependerá de la capacidad de los Gobiernos y los agentes económicos para inducir la aplicación de las medidas correctas. Como ha dicho Paul Krugman volviendo a Keynes: “En el largo plazo todos estaremos muertos, pero uno debe tener fe en que las buenas ideas económicas sobrevivirán”.
Manuel Aguilera es director general del Servicio de Estudios de Mapfre.
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