El fin de la infancia del emprendimiento español
El sector de las ‘startup’, aunque más asentado, aún se ve lastrado por las prisas en dar la campanada
La cultura del emprendimiento en España está cambiando. Durante los años más oscuros de la Gran Recesión, las pequeñas empresas innovadoras fueron señaladas y conmemoradas como la salvación de un país lastrado por un sistema productivo obsoleto y una tradición empresarial con base decimonónica. Pero con la economía creciendo por encima del 3%, sostenida en gran medida por sectores históricamente fuertes como el turismo, el entusiasmo por el emprendimiento y los emprendedores parece haber perdido cierto gas. En 2012, en el punto álgido de la crisis, un 12% de los españoles esperaba emprender en los tres años sucesivos, según el informe Global Entrepreneurship Monitor (GEM) España. En 2015, esa cifra se había reducido al 6,1%, un nivel similar al previo a la implosión de la economía.
La ventaja de este leve enfriamiento es que el sector emprendedor que queda y que va surgiendo ha ganado experiencia y profesionalismo. Según el GEM España, en 2005 el 72% de los emprendedores consideraban que el miedo al fracaso era un factor en contra; en 2015 era solo un 25%. El entusiasmo desordenado de los primeros años ha dado paso a una nueva fase. "El sector está en la adolescencia", afirma Javier Ulecia, presidente de la Asociación Española de Capital, Crecimiento e Inversión (ASCRI). "Está madurando, es cierto, pero aún le queda mucho para la madurez". Las más de 2.500 startups españolas, alimentadas con talento nacional formado en los grandes centros de innovación en el extranjero, han forjado en ciertos casos auténticas historias de éxito como Carto (antes CartoDB) y Cabify. Un sector, en suma, que aunque es plenamente consciente de que queda mucho para ponerse al nivel de los grandes, tiene bastante claro que ese objetivo es posible y sabe cuáles son los obstáculos a superar para lograrlo.
El primero de esos obstáculos es el que, para los sondeados por el informe GEM España, lleva nueve de los últimos diez años siendo el primer problema del sector: la falta de respaldo financiero. "La gente se espera que aquí surja Silicon Valley con muchísimo menos dinero", explica Izanami Martínez, consejera delegada de Doctor24 y presidenta de la Asociación Española de Startups. "En España hay una tercera parte de la inversión en venture capital (orientado a las primeras fases de desarrollo de empresas) que hay en Francia, y una quinta parte de la que hay en Reino Unido", apunta Ulecia.
Más capital
Pero también es cierto que, gracias a unos tipos de interés históricamente bajos, el capital disponible está creciendo. La inversión de venture capital en 2015 llegó a los 659 millones de euros, un 83% más que el año anterior, según ASCRI. Gran parte de ese impulso viene del dinero extranjero, que creció un 153% el año pasado. El número de entidades de capital riesgo extranjeras presentes en España ha pasado de 18 en 2005 a 61 en 2012 y a 132 en 2015. En abril, el grupo japonés Rakuten invirtió 120 millones de euros en la española Cabify. "Hay gente que ha levantado capital sin necesidad de inversores españoles", señala Jaime Novoa, miembro del fondo de inversión KFund.
Otro factor favorable es el incremento de la participación de aceleradoras y pequeños inversores con alta tolerancia al riesgo (los llamados business angels), que se ha multiplicado por 19 en los últimos cinco años. Esto último aun teniendo en cuenta que, según estima la plataforma de inversores StartupXplore, el 40% de las inversiones de business angels no se hacen públicas. "Un punto positivo es que la inversión colaborativa (crowdfunding) está creciendo de forma bastante sólida", considera David Heras, director general de la consultora Hiscox.
Por otro lado, la más tradicional de las fuentes de financiación corporativa sigue sin tener un papel relevante. "Aunque hay bastante liquidez, los bancos siguen sin jugársela", apunta Heras. "Los inversores acaban tirando de tarjeta de crédito, de familiares y de amigos". Pero para Bruno Fernández, consejero delegado de la pública Empresa Nacional de Innovación (Enisa), las entidades financieras ya son conscientes de a dónde soplan los vientos del futuro. "Los bancos han creado unidades específicas para el sector y están haciendo convocatorias para financiar proyectos de emprendimiento, con dotaciones interesantes", afirma. "Es pronto para cuantificar el efecto que van a tener, pero simplemente el hecho de que estén ahí ya señala algo".
Riesgos inevitables
En todo caso, siempre hay que recordar que la innovación, por sistema, comporta un riesgo que la mayoría del mercado no está dispuesto a correr. "El acceso a la financiación, al final, es difícil siempre", indica Marco Laucelli, fundador y consejero delegado de Novelti. "Estamos mucho mejor que hace diez años porque hay muchísima más financiación, pero sigue siendo pequeña". "Me preocupa lo poco que se incentiva la inversión en startups", considera Javier Megías, de StartupXplore. "Hay que recordar que en este negocio, de cada diez proyectos, nueve no tienen el éxito esperado. El inversor participa porque espera que la empresa que funcione lo haga pero que muy bien. Pero, desde un punto de vista fiscal, invertir en empresas innovadoras no es muy distinto que vender un coche o comprar un campo de naranjas. Si solo me puedo deducir un 20%, voy a intentar invertir en los negocios más seguros y más maduros posibles".
No solo es la cuestión de la financiación. El sector también se queja de que la legislación empresarial, laboral y tributaria está pensada para otra generación de compañías y no está adaptada a los problemas específicos de las empresas innovadoras. "Durante sus primeros años, las startups se dedican sobre todo a la I+D. En consecuencia, tienen gastos muy fuertes y muy pocos ingresos, un período que los americanos llaman el Valle de la Muerte", apunta Javier Megías. "El principal reto es encontrar el público objetivo para tu producto", afirma Patrice Pelletier, consejero delegado de Kolecta. "Pero para eso, para encontrar esa clave, hace falta tiempo. Y eso es dinero, desde los sueldos hasta la gasolina". "Según el perfil de la empresa, se pueden estar generando gastos durante meses o incluso años sin tener ingresos", remacha Pelayo Puerta, consejero delegado de Wehey. "Los trámites legales e impuestos son lentos y demasiado costosos, sobre todo al principio. En esas circunstancias, hay empresas que tienden a evitar dar de alta en la Seguridad Social e incluso crear legalmente la propia empresa".
"Una de las cosas que, creo, más daño hacen es la actual regulación de opciones sobre acciones, las stock options", señala Megías. "Uno de los retos de los primeros años de una empresa innovadora es cómo incorporar el mejor talento posible sin tener dinero para un salario competitivo. La solución es hacerle partícipe del éxito dándole un pedazo de empresa. Pero las cargas fiscales son brutales: si la startup tiene una valoración de un millón, si yo cedo el 20% el empleado debe tributar como si le estuviera dando 200.000 euros en efectivo, y eso es una barbaridad. Cuando la empresa esté cotizada valdrá eso, pero todavía no".
Cientos de iniciativas
Otra de las preocupaciones de los empresarios emprendedores es que, en pleno boom de las startups, surgieron centenares de iniciativas de fomento del sector, en su mayoría bien intencionadas, pero que pecan de inexperiencia y desconocimiento. "Tanto a nivel privado como a nivel público, se han abierto cosas que no tienen sentido porque no hay volumen", considera Jaime Novoa. "Hay iniciativas de gran nivel, pero por desgracia son minoría", considera Pelayo Puerta. "Algunas aceleradoras se aprovechan de la necesidad de formación de los emprendedores y, a cambio de una inversión final (que puede llegar o no, y la mayoría de las veces no llega) piden un porcentaje excesivo de la empresa con unas condiciones bastante desfavorables". Eso, considera Izanami Martínez, es terrible para el crecimiento de las empresas. "Si de verdad crees en tu proyecto, lo más valioso que tienes es tu capital", apunta. "Si crees que va a valer un millón de euros, tú no das un 1% así como así. Eso es un montón de dinero". "El problema es que en España hay aceleradoras que, al fin y al cabo, son ellas mismas startups. Y allí hay gente que ha fundado su propia empresa, pero hay gente que no, cuyo conocimiento es bastante teórico", señala Pelletier. "Pero yo creo que simplemente falta experiencia y competencia".
El hambre de empezar o el propio desconocimiento lleva muchas veces a los emprendedores a embarcarse en estas iniciativas, donde se encuentran con gente igual de inexperta y cuya única ventaja es haber llegado primero. "En la fiebre del oro el que se forró es el que vendía las palas", afirma Izanami Martínez. "Un principio que suelo usar a menudo es que cualquier persona que tuitee 50 veces al día no tiene tiempo de trabajar". "En cualquier sector que se ponga de moda, siempre va a haber gente que no aporta valor", indica una fuente del sector. "Pero yo no creo que sea intrínseco al caso español". "Hay mucho asesor y consultor que viene del paraguas de la administración pública o del middle management de grandes corporaciones y no tiene mucha idea", considera Laucelli. "Y eso no solo perjudica a la imagen del sector, sino que para los emprendedores es una pérdida de tiempo y les genera muchas frustraciones. Pero de estos los hay en todas partes. Evidentemente, a uno le gustaría encontrar inversores más expertos, pero cada uno es responsable del dinero que acepta y con quién se asocia".
Para Novoa, la propia madurez del emprendimiento español ya ha empezado a cribar los buenos proyectos de los malos. "Está claro que no hay espacio, y hoy hay menos de estas iniciativas que hace dos años", indica. "Y probablemente dentro de dos años haya menos que hoy, y las que queden serán las buenas. "Creo que lo importante es saber a quién te arrimas. ¿Cómo se hace eso? Pues buscando gente que haya invertido antes con éxito. La ventaja es que, por ahora, el sector es muy pequeño y es bastante accesible. Esas cosas acaban saliendo a la luz porque todos nos conocemos y se sabe quién es quién".
Otra queja reiterada del sector es que muchas grandes empresas prefieren hacer contratos con firmas consolidadas, aunque los productos innovadores puedan suponer para la empresa un ahorro de gastos o un aumento de la eficiencia. "Hay un dicho que recuerda que a ningún jefe de compras le han echado por ir a lo seguro", comenta con un deje de amargura un empresario del sector tecnológico. "Ese es el problema más grave que tenemos en España, a mi entender, y creo que podría ser un problema cultural", afirma Laucelli. "No es una cuestión de empresas pequeñas o grandes; simplemente, creo que hay poca costumbre de comprar a compañías nuevas en general".
Parecidos problemas se encuentran a la hora de contratar con las administraciones públicas. "Los requerimientos económicos son tan altos que muchas empresas innovadoras no consiguen presentarse", señala Pelayo Puerta. "Pero al final, las que consiguen la licitación subcontratan a startups para llevar a cabo el proyecto o para dar las formaciones que ellos no tienen la capacidad de dar". El consejero delegado de Novelti propone soluciones: "En países como Israel hay iniciativas que facilitan la compra a empresas innovadoras desde un punto de vista fiscal".
En general, hay cada vez más una consciencia de que en España se está desarrollando un ecosistema emprendedor con personalidad propia. "Evidentemente, continúa siendo mucho más fácil abrir un bar o una floristería que una startup", comenta Izanami Martínez. "Pero estamos aprendiendo tan rápido que cuando a mí me presentan un proyecto yo ya no les digo nada a los inversores sobre qué me parecen las ideas. Directamente, les deseo buena suerte". "No debemos obsesionarnos con replicar Silicon Valley o el modelo israelí", considera Bruno Fernández. "Hay cosas que sí son dignas de imitar, como la transferencia de tecnología entre universidades y empresas y la presencia del capital riesgo. Pero tenemos que identificar nuestras ventajas competitivas, y hacer descansar en ellas nuestro crecimiento". "Me preocupa que a veces la gente espera resultados a muy corto plazo", apunta Novoa. "Falta una conciencia de que esto es poco a poco. Al fin y al cabo, la industria británica del software empezó en los años ochenta y Silicon Valley en los años cuarenta. Aquí hemos empezado en serio hace cinco años".
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