El pacto comercial entre la UE y Estados Unidos hace agua
El ‘Brexit’ y el extendido rechazo social en Europa, hacen imposible completar las negociaciones del TTIP
Si algo caracteriza al protagonista de El Renacido —la película con la que Alejandro González Iñárritu ganó en febrero el Oscar al mejor director— es la constancia y la superación. Hugh Glass, el personaje interpretado por Leonardo di Caprio en la pantalla, vive una odisea para resistir el duro clima de las montañas y vengar la muerte de su hijo. La película es una adaptación del libro del mismo título de Michael Punke, que va a tener que hacer uso de esas mismas habilidades si quiere llevar a buen puerto su propia misión.
En su vida ‘civil’, Punke es el número dos del Departamento de Comercio Exterior de Estados Unidos y su embajador ante la Organización Mundial del Comercio (OMC). Es, además, el encargado de negociar por parte de EE UU el acuerdo de comercio e inversión con la UE, el TTIP (siglas de Transatlantic Trade and Investment Partnership), un proyecto que va a exigir una fuerza de voluntad equiparable a la que Di Caprio exhibe en la película para superar las numerosas amenazas que le acechan.
El mantra oficial de las negociaciones resuena machacón: el mandato de negociar un acuerdo comercial de nueva generación para el siglo XXI antes de final de año sigue en pie, las dos potencias que acaparan casi el 50% del produto interior bruto (PIB) mundial tienen en sus manos marcar el rumbo de las alianzas comerciales del futuro y sellar definitivamente la mayor relación bilateral económica del mundo.
“Desde la perspectiva de EEUU, hay mucho logrado y se han registrado muchos avances. Todavía es posible llegar a un acuerdo este año. El objetivo y el mandato del presidente [Barack Obama] es concluir las negociaciones en 2016 y trabajamos para que eso sea una realidad”, insistía el Punke negociador en un encuentro con periodistas durante una reciente visita a Madrid. “La Comisión Europea negocia sobre la base del mandato unánime que los Estados miembros nos dieron en 2013. La Comisión está preparada para finalizar el acuerdo a finales de año”, señalaba días antes el portavoz del presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker.
Pero lo cierto es que algunos capítulos de la negociación llevan más de un año sin registrar avances reales y es difícil creer que lo vayan tener en apenas unos pocos meses. Para los europeos resulta prioritario el acceso a las compras públicas de EE UU, un mercado de 320.000 millones de dólares.
“El acceso es importante no solo a nivel federal, donde la penetración europea es muy baja, sino también en el ámbito municipal y regional. Llevamos más de un año esperando una respuesta”, advierte el embajador francés en España, Yves Saint-Geours. Tampoco marchan bien las conversaciones en lo que respecta a las telecomunicaciones, el transporte marítimo y la protección de inversiones, donde la Comisión Europea ha planteado la creación de un tribunal específico para dirimir las diferencias entre los Estados y las multinacionales —un modelo que se ha incorporado al acuerdo comercial con Canadá, que previsiblemente se firmará en octubre—.
Sin avances y propuestas concretas en estos ámbitos, los europeos se resisten a hacer concesiones en el capítulo agrícola, prioritario para los estadounidenses pero de especial sensibilidad en el caso europeo. Pero incluso donde las negociaciones marchan por buen camino, como en el sector farmacéutico y el automovilístico “aún queda mucho trabajo por hacer. Hay que ser claros. De momento hay capítulos a los que no se ve solución”, admite el negociador europeo, Ignacio García Bercero, en una conversación telefónica.
Visión optimista
Los estadounidenses venden una visión más optimista del momento negociador. “Hay muchos avances, ya se ha pactado acabar con el 97% de los aranceles aunque nuestro objetivo es eliminar el 100%. Pero la mayoría de los acuerdos comerciales no llegan al 90%”, apunta el embajador Punke. “Sin embargo, uno no pone en marcha una negociación de estas características para limitarse a eliminar los costes arancelarios. Ese no es el mandato para el TTIP”, puntualiza el embajador Saint-Geours.
A las dificultades propias de un acuerdo comercial tan ambicioso como el TTIP y la larga lista de desencuentros técnicos entre las dos potencias económicas, se suman los numerosos desafíos políticos en ambas orillas del Atlántico. Barack Obama dejará la presidencia el 20 de enero de 2017 y debe lograr de aquí a entonces que el Congreso ratifique el acuerdo de asociación con el Pacífico, firmado el pasado mes de febrero y que ha suscitado el rechazo de los dos candidatos a sucederle. Por su parte, en Europa, la fuerte contestación social a la alianza comercial con Estados Unidos dificulta el apoyo de aquellos responsables políticos que aspiran a la reelección: las dos potencias europeas, Alemania y Francia, celebrarán elecciones el próximo año, ambos amenazadas por el auge de los populismos que han hecho del rechazo al TTIP una de sus banderas.
La decisión británica de abandonar la Unión Europea añade más incertidumbre a toda la negociación. No solo porque Reino Unido es uno de los principales defensores de los acuerdos comerciales y disfruta de una relación preferente con EE UU, sino porque aún queda por definir cuál será en el futuro la relación que Gran Bretaña mantendrá con la UE y eso puede condicionar el saldo de la negociación. Y todo ello con la premura de cerrar el acuerdo antes de que acabe 2016. Ni el Renacido sería capaz de tanto.
Oficialmente, los negociadores insisten en la importancia de los avances alcanzados durante las 14 rondas de negociación y los muchísimos encuentros bilaterales que han celebrado ambas delegaciones. El último, sin ir más lejos, el pasado jueves en Bruselas, que se saldó con un comunicado tan breve como lacónico. “Hemos tenido un buen encuentro en el que hemos pasado revista al sustancial progreso de las negociaciones y hemos discutido los próximos pasos para avanzar. Hemos indicado a nuestros equipos que progresen tanto como sea posible durante la próxima ronda, que tendrá lugar en la semana del 3 de octubre en Nueva York”, rezaba la nota de la Comisión Europea.
Antes de viajar a Nueva York, Malmström deberá lidiar con los ministros de Comercio Exterior en Bratislava, una cita convocada para el próximo día 23 con el fin de analizar la marcha de las conversaciones y pulsar el grado de compromiso de los Estados miembros tras de la catarata de críticas de las últimas semanas. El dirigente socialdemócrata alemán y vicecanciller, Sigmar Gabriel, aseguraba a finales de agosto que “las negociaciones con EE UU han fracasado de facto aunque nadie realmente lo admite”. La canciller, Angela Merkel, sin embargo, reiteraba su apoyo al TTIP. Pocos días después de las declaraciones de Gabriel, el secretario de Estado de Comercio Exterior francés, Matthias Fekl, anunciaba la intención de París de pedir la paralización “definitiva” del acuerdo precisamente durante la reunión ministerial de Bratislava. Su posición fue respaldada de inmediato por el ministro austríaco.
La aparición de dos bandos europeos en torno al TTIP se ha materializado esta misma semana cuando los ministros y secretarios de Estado de 12 países europeos (Reino Unido, Dinamarca, España, Italia, Finlandia, Portugal, Suecia, Letonia, Lituania, Irlanda, Estonia y República Checa) han remitido una carta a la comisaria Malmström instando a Europa “a demostrar un liderazgo claro en las negociaciones de los acuerdos de libre comercio si queremos generar el crecimiento que necesitamos para superar nuestros desafíos futuros”. Las negociaciones del TTIP “han mostrado avances, teniendo en cuenta el amplio ámbito y las elevadas ambiciones del acuerdo. Sin embargo, quedan asuntos pendientes y debemos concentrar nuestra atención en encontrar soluciones”, agregan. Sus homólogos de Alemania, Francia y Austria no se encuentran entre los firmantes.
Oposición francesa
“Queremos un tratado pero no un acuerdo asimétrico. Y no estamos tan solos en esta postura”, justifica la Embajada francesa en Madrid. Aunque será difícil que los críticos con el TTIP lleguen a tumbar las negociaciones en la reunión de Bratislava, sus cancillerías recuerdan que el acuerdo con Estados Unidos, igual que el de Canadá, deberá ser ratificado por cada uno de los Parlamentos nacionales, a diferencia de lo que sucedía con pactos anteriores. Y ahí puede llegar el veto. “Pero no hace falta llegar tan lejos”, dicen fuentes diplomáticas.
La perspectiva de un fracaso en la negociación es cada día más patente pero nadie quiere blandir la espada y dar por muerto el Tratado. “Esa es la cuestión, que nadie quiere asumir la responsabilidad del fracaso en las negociaciones“, aseguran fuentes diplomáticas europeas.
Estados Unidos ha empezado a jugar la baza del Brexit en la negociación porque lo cierto es que Reino Unido es un mercado muy importante para sus productos: Gran Bretaña representa el 25% del total de sus exportaciones hacia la Unión Europea, un porcentaje que asciende al 65% en el caso de los vinos y al 50% en los servicios financieros. “No estamos retirando nada de las negociaciones por el Brexit, para nosotros aún es un acuerdo muy valioso, pero en el balance entre lo que ganamos y perdemos con el TTIP, el saldo se desequilibra y habrá que tenerlo en cuenta”, desliza Michael Punke.
La realidad, sin embargo, es que la Comisión tiene el mandato aún en vigor de “negociar en nombre de los Veintiocho. Hasta que no se active el artículo 50 y veamos qué implica no cambia nada. Las empresas y la industria británica siguen formando parte activa de la negociación, como las de otros países”, puntualiza García-Bercero. De hecho, un británico, Michael Bowles, jefe para Europa de Asuntos Públicos y Corporativos del banco Standard Chartered, encabeza el grupo de asesores de la Comisión Europea para el TTIP. La UE a Veintiocho aún es una realidad en el ámbito comercial.
Ante esa perspectiva empieza a emerger con fuerza la idea de buscar una salida digna a la negociación. Aunque EE UU negocia el TTIP directamente con los responsables de la Comisión y no con los Estados miembros, en las últimas semanas Punke ha estado de gira por varias capitales europeas (Madrid, Roma y Bruselas, solo en su último viaje) para tomar el pulso a los Estados e intentar aquilatar los avances logrados, aunque sean más que insuficientes respecto al propósito inicial.
El plan pasaría por rebajar las ambiciones y firmar un acuerdo de mínimos que permita exhibir un compromiso político entre las dos potencias económicas y asentar los avances logrados en la negociación, especialmente dada la incógnita que se abre ante el cambio en la presidencia de EE UU. “Italia ya planteó esa propuesta en 2014, bajo su presidencia rotatoria. Y fue rechazada”, recuerdan fuentes diplomáticas. Sería una especie de TTIP light, que permitiría seguir negociando los aspectos más espinosos del tratado sin la presión del calendario pero que también haría mucho más difícil cerrar esos capítulos pendientes.
No obstante, todo este planteamiento sencillamente no resulta realista a ojos de Bruselas. “La Comisión siempre ha defendido la aproximación global. El tratado solo entrará en vigor cuando se haya pactado en su totalidad”, explica el negociador europeo. Francia va más allá y advierte: “No se trata de una señal política, sino de un acuerdo comercial. Y eso no respetaría el mandato del TTIP”.
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