Contra Stiglitz
Los libros de Schmidt, Eichengreen, Delors y Sandbu desmienten sus tesis funerarias sobre el euro y su culpa política


De Joseph Stiglitz hemos aprendido mucho, y muy brillante: de la globalización asimétrica; del viejo FMI en las crisis; de los efectos de la austeridad extrema; de la desigualdad...
Pero aprenderemos poco con su nuevo libro El euro (Taurus, 2016), que trae cuenta de obsesiones juveniles y profecías de fracaso incumplidas. Y de prejuicios transversales eurorecelosos en algunos círculos académicos norteamericanos, no importa si reaccionarios (Martin Feldstein, el gurú de Ronald Reagan), progresistas (como Paul Krugman) o simplemente provocadores (Nouriel Roubini).
En el libro y sus artículos Europa: reforma o divorcio (EL PAIS / Negocios, 28 / 8) y A split euro is the solution for Europe's single currency (FT, 17 / 8) el Nobel desgrana apuntes de interés, pero poco novedosos. Y desliza dos claves desafortunadas, por inexactas e inveraces.
Una se resume así: el euro fue un capricho político. Nació "influido por la ideología"; "era un proyecto político"; concebido, para más inri, por los "fundamentalistas de mercado".
Para detectar esa grosera simplificación, acudan a Helmut Schmidt (Fuera de servicio, Icaria, 2009; Hombres y poder, P&J, 1989); al Informe Delors sobre la unión monetaria (1989), o al volumen One market, one money de la Comisión (European Economy, 44, 1990). Y sobre todo al magnífico texto Exorbitant privilege (Oxford, 2010) del también profesor norteamericano Barry Eichengreen.
Todos ellos demuestran que —sueños políticos adicionales aparte—, el euro plasmó la última de una recua de tentativas europeas para estabilizar los mercados monetarios del continente, que importaban las tormentas producidas por los desequilibrios de EE UU y un dólar volátil tras el fin de Bretton Woods y la convertibilidad del billete verde (1971).
Antes estuvieron la serpiente monetaria, la segunda serpiente ("en el túnel"), el sistema monetario europeo en sus distintas versiones. Al fracasar todas, la unificación monetaria se reveló necesidad imperiosa. No hubo capricho político. Hubo necesidad económica.
El segundo pilar fallido del edificio de Stiglitz estriba en que "el euro generó la crisis del euro"; los culpables no fueron los errores de política económica (austeridad, reformas mal diseñadas; ausencia de un policy mix seriedad fiscal / estímulo) sino el euro, considerado casi ontológicamente, sus vicios de génesis, sus instituciones... sin apenas considerar las innovaciones operadas desde 2009.
¿A alguien se le ocurriría culpar de la Gran Depresión al dólar-en-sí-mismo?
En un espléndido libro, Martin Sandbu desarticula todas las presunciones en que se basan conclusiones como las anteriores.
Demuestra que el calentamiento no fue exclusivo de la eurozona; que las bajadas de tipos de interés a las que se atribuyen las burbujas del primer decenio del siglo se dieron también fuera del euro; que el loco boom crediticio lo fabricó la banca; que habría instrumentos para combatirlo y no se usaron; que la alta inflación de la periferia no afectó a sus sectores transnacionales intermediados por el euro.... (Europe's orphan, Princeton, 2015).
Contra Stiglitz, la crisis del euro no es culpa del euro.
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