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Columna
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Reflexiones de fin de año

La doctrina de que el mercado se ocupa de distribuir la riqueza ya no sirve para la economía

Ángel Ubide
Maravillas Delgado

Las librerías y la cartelera revelan que la economía se ha puesto de moda. Un libro en francés de 500 páginas sobre desigualdad es best seller mundial. Una película sobre complejos derivados crediticios reúne a un largo elenco de galanes de Hollywood. La economía estudia la gestión de los recursos escasos. Durante los periodos de bonanza no es relevante, hay recursos para todos. En las crisis todo el mundo se convierte en economista, a la fuerza. Cuando la economía inicia la recuperación, es un buen momento para reflexionar sobre lo aprendido.

La magnitud de la crisis ha generado situaciones nunca vistas, y las soluciones que se han arbitrado han generado multitud de críticas, muchas de ellas injustas y basadas en prejuicios ideológicos o simplemente en que “esto no se había visto nunca y, por tanto, debe de ser un error” (por ejemplo, los tipos de interés cero o negativos). Sobre todo, se ha visto que las recetas para gestionar recesiones suaves no funcionan bien en casos de recesiones profundas. Los economistas han pasado demasiado tiempo estudiando la dinámica económica de periodos de calma, y muy poco la dinámica y las consecuencias de las crisis profundas. Muchas de las verdades que se consideraban casi absolutas se están cuestionado abiertamente.

Hasta ahora aceptábamos que la economía evolucionaba como un ciclo económico en torno a una tendencia potencial que se mantenía más o menos inmutable. La política monetaria se encargaba de modular el ciclo, mientras que la política fiscal debía preocuparse tan solo de mantener la sostenibilidad de largo plazo. Estábamos convencidos de que la política monetaria no afectaba al crecimiento potencial de la economía, y de que usar una política monetaria restrictiva que alargase una recesión para forzar reformas estructurales era una estrategia correcta. Aceptábamos que los bancos centrales siempre podían crear inflación, y que lo importante era evitar los riesgos inflacionistas, aun a costa de caer en una situación transitoria de deflación.

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Pues no. Cada vez está más claro que las recesiones, sobre todo las largas, tienen un efecto negativo y persistente sobre el crecimiento potencial. Como muestran en un artículo reciente Olivier Blanchard, Eugenio Cerruti y Larry Summers, en muchas ocasiones las economías no recuperan ni el nivel ni la tasa de crecimiento potencial anterior a la recesión.

Si la respuesta a la recesión no es lo suficiente agresiva, se corre el riesgo de generar un daño permanente. Por ejemplo, en EEUU, a pesar de llevar varios años de expansión, el nivel del PIB esta todavía un 10% por debajo de donde hubiera estado si hubiera seguido creciendo, de manera ininterrumpida, desde 2007. En la zona euro, que acaba de salir de la recesión, un 20% por debajo. En estos casos, la política monetaria, si no se relaja de manera agresiva, contribuye a la reducción del crecimiento potencial de largo plazo.

También se ha puesto en duda que los bancos centrales siempre pueden generar inflación. El Banco de Japón es el ejemplo más claro, pero tanto la Reserva Federal como el Banco Central Europeo están fatigando tanto a los mercados como a la población para convencerles de que serán capaces de resucitar la inflación. El problema es serio. No solo empeora la dinámica de la deuda, sino que hay que aumentar la inflación rápido para que los bancos centrales recuperen el margen de maniobra necesario para poder bajar los tipos de interés reales en la próxima recesión. Se ha visto que el objetivo de inflación del 2 por ciento era demasiado bajo, ya que estaba calibrado para recesiones moderadas y no da suficiente margen de maniobra para gestionar recesiones profundas. Hay que apuntar a un objetivo de inflación del tres al cuatro por ciento.

Es evidente que los tipos de interés van a ser cero en la zona euro durante varios años, y la política fiscal tendrá que ser el instrumento principal para estimular la demanda en la próxima década. Pero, por desgracia, el Pacto de Estabilidad está diseñado para todo lo contrario, ya que no contempla un mecanismo legal para diseñar una expansión fiscal, solo para el ajuste fiscal. Si hay países que deciden adoptar una política fiscal demasiado restrictiva, como Alemania ahora mismo, no se les puede corregir. El marco de política fiscal de la zona euro fue creado para un mundo distinto, de tipos de interés positivos, y es urgente renovarlo para adaptarlo a la nueva realidad.

Existen dos opciones, no excluyentes. Por un lado, la modificación de las reglas fiscales. Por ejemplo, eximiendo la inversión del cómputo del déficit, ya que la inversión pública, si bien diseñada, se financia por si sola con el mayor crecimiento potencial que genera. Por otro lado, la creación de una política fiscal común, adoptando, por ejemplo, mi reciente propuesta de un sistema de “bonos de estabilidad” (bonos europeos que financien hasta un 25 por ciento de la deuda de los países miembros) para mejorar la financiación de la deuda de la zona euro y permitir una política fiscal más expansiva durante periodos recesivos.

Creíamos que aumentar el salario mínimo era nocivo para la creación de empleo, pero los estudios más recientes en EE UU muestran que no es verdad, y que además los trabajadores mejor pagados son más productivos. O que la desigualdad no influía en el crecimiento, pero el FMI ha concluido que los países más iguales crecen más. O que las ayudas a los más pobres reducían el incentivo a buscar empleo, lo cual investigadores del MIT han mostrado, con experimentos en India, que no es cierto. O que el sector público no debería dedicarse a la inversión y a la innovación, hasta que nos hemos dado cuenta, como cuenta Mariana Mazzucato en su libro El Estado Emprendedor, de que sin la innovación tecnológica llevada a cabo por el sector público estadounidense no existiría el iPhone.

Hay que renovar y actualizar los manuales de economía. El tan denostado keynesianismo es más relevante que nunca. La doctrina conservadora de la “economía del goteo”, basada en liberalizar sectores, reducir impuestos, y dejar que el mercado se ocupe del resto, no basta para la deprimida y desigual economía actual. Las políticas monetarias y fiscales tienen que trabajar de manera coordinada para acelerar al máximo el crecimiento. Estados Unidos está ya subiendo tipos mientras que Europa todavía los está bajando, símbolo gráfico del éxito relativo de las decisiones de los últimos años. Es un mundo distinto. Feliz Navidad y próspero 2016.

Ángel Ubide es senior fellow del Peterson Institute for International Economics y asesor del PSOE.

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