Estados Unidos se aferra a los mandos
La economía estadounidense se resiste a ceder el primer puesto como piloto mundial
A punto de cumplir los 40 años, Donald Trump estaba en 1985 dando un empujón formidable a su carrera inmobiliaria, la que puso su apellido sobre edificios emblemáticos de Nueva York. Ya resultaba un tipo algo extravagante por entonces, pero irradiaba el optimismo propio de unos ochenta en los que los estadounidenses acababan de salir airosos de la recesión. “No lo hago por el dinero. Tengo bastante, más del que jamás necesitaré. Lo hago por hacerlo. Los negocios son mi forma de arte”, decía en un libro que publicó en 1987, en plena época del mandato de Ronald Reagan, y que justamente se titulaba Trump. The art of the deal (que se traduciría como Trump, el arte del negocio). Acudía cada día a la oficina sin maletín y sin demasiadas citas programadas —“no puedes ser imaginativo ni emprendedor si tienes demasiada estructura”— y ya entonces, como se demuestra, tenía una enfermiza necesidad de proclamar al mundo lo rico que era.
Pero mientras una hornada de yuppies veía la luz en Estados Unidos, para el Nobel de Economía Joseph Stiglitz, esa fue también la década en la que el país emprendió la senda hacia una mayor desigualdad, con el debilitamiento de los sindicatos y la liberalización del comercio. Atrás quedaba una época, desde la II Guerra Mundial, en la que los frutos del crecimiento económico se habían repartido de forma relativamente equilibrada. Estados Unidos alumbró una floreciente clase media que, para Stiglitz, se halla en vías de destrucción 30 años después: la renta de un treintañero nortamericano es en la actualidad un 12% inferior a la que tenía su padre en los ochenta y hoy hay en el país cinco millones más de pobres que en 2001.
Lenta recuperación
Hoy aquel ejecutivo satisfecho llamado Trump pugna por convertirse en el candidato republicano en las elecciones presidenciales de 2016 y gobernar desde la Casa Blanca. Y aunque sigue gritando a los cuatro vientos lo rico que es, su espíritu tiene ya muy poco de sintomático de la época. Porque la recuperación estadounidense después de la Gran Recesión sigue generando sospechas por su lentitud y por la baja productividad de la que va acompañada. Y la desigualdad económica de la que se queja Stiglitz, esa que a su juicio se espoleó en los años ochenta, ha crecido hasta el punto de convertirse en una preocupación incluso entre los sectores más conservadores.
Y aun así, con todas sus sombras, pese a que tras la última crisis los crecimientos previstos se mueven por debajo del 3%, Estados Unidos es la gran economía que menos desconfianza genera en este 2015 lleno de dudas. La sombra de China como gran potencia rival se debilita, y su previsto sorpasso como primer motor mundial se retrasa. Y el dólar, cuya popularidad se vio amenaza en los años de gloria del euro y de la pujanza china, ha reforzado su poder global.
Pese a todas las dudas, el país es el que menos desconfianza genera
Hay quien define los últimos 30 años en Estados Unidos como una sencilla sucesión de burbujas, pero otra forma de verlo es que estas tres décadas demuestran que la mayor economía del mundo se recupera de todos los golpes y tras ellos es capaz de crear algo nuevo con lo que sorprender al planeta. Entre las 50 empresas con mayor capitalización bursátil del mundo, la mayoría (hasta 33) son estadounidenses, según los datos de 2014. El dominio norteamericano no solo se mantiene, sino que se acrecenta: hay cinco más estadounidenses en ese Top 50 hoy que en 2013. Entre las cinco primeras de ese listado, todas son compañías estadounidenses, con Apple, Microsoft y Google a la cabeza. El empuje chino, en cambio, se ha frenado de forma paralela a su economía.
"Yo creo que el crecimiento de la economía china se ve de una forma más matizada comparado con cómo era la visión americana de Japón en los años 80. Los negocios americanos ven a China como un fabricante formidable, y una influencia creciente como gran mercado de consumidores, pero ahí donde [hace 30 años] las compañías estadounidenses estaban preocupadas porque veían su modelo potencialmente obsoleto ante las exitosas compañías japonesas, no ves que exista esa crisis de identidad como resultado del éxito de crecimiento económico de China", reflexiona Michael Madowitz, del Center for American Progress.
Papel económico
Hay quien define los últimos tres decenios como una sucesión de burbujas
"El papel económico de Estados Unidos no está en peligro; China está creciendo pero tiene unos ingresos por habitante muy bajos. Las oportunidades financieros y de inversión estadounidenses son aún las más robustas de la economía global", explica Martin Feldstein, de Harvard.
George Packer, autor de El desmoronamiento. 30 años de declive americano, define el periodo que va entre 1982 (el final de la recesión del Gobierno de Reagan) y el crash hipotecario de 2007 como una especie de veranillo de San Miguel de los años setenta. "Podría estudiarse ese tiempo como una sucesión de burbujas: la de los bonos, la tecnológica, la de la Bolsa, la de los mercados emergentes, la inmobiliaria...", relata. "Una tras otra habían reventado, lo que demostraba que eran soluciones temporales para problemas a largo plazo, o quizás una manera de ocultar esos problemas, o quizás distracciones. Tanta burbuja y tanta gente persiguiendo riquezas efímeras al mismo tiempo dejaban claro que había algo fundamentalmente erróneo en la manera en la que funcionaban las cosas".
Los años 90 fueron dulces. Gracias a la explosión de Internet, la productividad estaba creciendo a un ritmo del 3% (el doble que desde los sesenta), pero la burbuja, como suele ocurrir, pinchó primero en Wall Street. El índice de empresas tecnológicas Nasdaq cayó un 15% solo en el mes de abril de 2000. Luego vinieron las consecuencias para lo que se suele llamar la economía real: las empresas industriales, los comercios, las familias.
La recuperación, no obstante, vino gracias a cifras mareantes de crédito y ese fue el caldo de cultivo de la siguiente y más reciente crisis. "Las burbujas siempre acaban por estallar", advierte Stiglitz en su último libro. "Nuestro atracón de consumo significaba que el segmento con menos recursos, un 80% de la población, gastaba un promedio del 110% de sus ingresos. En el año 2005 Estados Unidos estaba pidiendo prestados más de 2.000 millones de dólares diarios a otros países".
La Gran Recesión supuso un shock ideológico en Estados Unidos, redibujó el papel del Estado y también de la Reserva Federal, que acabó por marcar el paso al resto de grandes bancos centrales. Ya hubo rescates entre los años ochenta y los noventa —en concreto, entre 1986 y 1995, se inyectaron 500.000 millones de dólares y se perdieron 150.000 millones (David Wessel, In Fed we trust)—, pero fueron decisiones políticas y no de la Fed. Tras el salvamento de Bear Stearns, se dejó caer a Lehman Brothers un día de septiembre de 2008, la tormenta se desató y Estados Unidos ya no dejó caer a nadie más.
Entre las 50 empresas con más valor en el mundo, 33 son estadounidenses
Hay un dato que explica muy bien el pánico de aquellos días: en septiembre de 2008, antes de Lehman, los bancos tenían depositados en la Fed menos de 10.000 millones de dólares en reservas, a mediados de diciembre de ese mismo año, estas ya rozaban los 800.000 millones. El crédito, el sistema circulatorio de la economía, se congeló.
Así se inauguró la mayor etapa de estímulos monetarios de la historia, esos que salvaron al mundo del desastre, según el consenso de los analistas, pero que suponen ahora un riesgo sin procedentes en su fase de repliegue. La Fed quiere subir ya los tipos, pero los mercados lo dudan y eso mismo complica dicha subida, porque teme una mala reacción a escala global. Sigue siendo el banco central más importante del planeta, un planeta que está muy lejos de exhibir fuerza económica.
"La Fed creó una burbuja inmobiliaria y ahora puede estar creando otro periodo de activos sobrepreciados, pero el crecimiento de la economía estadounidense refleja un fuerte crecimiento de población, de cultura emprendedora y de mercados competitivos", defiende Feldstein.
El poder de compra de la clase media baja y crecen los empleos precarios
Inequidad y burbujas
Aun así, Madowitz advierte de que hay una peligrosa relación entre la desigualdad y las burbujas. "Debido a que la riqueza está concentrada, esperamos una mayor demanda de activos financieros a cualquier nivel del producto interior bruto (PIB), así que lo que en el pasado hubiese sido simplemente una economía fuerte, ahora es más probable que venga con burbujas financieras. Pero para mí la mayor parte de veces las burbujas son más un efecto colateral que la fuerza motriz de la economía estadounidense".
También la erosión del poder adquisitivo de las clases medias crea problemas de consumo. Además, por debajo del debate sobre la subida de tipos, subyace el miedo a que Estados Unidos sencillamente no vaya a crecer tanto como antes. Aunque el paro vuelve a estar cerca de mínimos, los empleos precarios suben, la productividad del país mejora la mitad que hace diez años y la llamada tasa de participación —porcentaje de los ciudadanos mayores de 16 años que o trabajan o buscan trabajo— está en el 62% (66% antes de la Gran Recesión), la tasa más baja en 30 años. Es un dato especialmente inquietante en la que se considera la sociedad más emprendedora del mundo.
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