Quiero ser piloto de drones
Crece el interés por aprender a formar parte de un negocio de 15.000 millones
“Cúmulos, estratocúmulos, cumulonimbos”, explica el instructor mientras los aprendices escuchan y algunos garabatean en sus cuadernos. No, no son los compañeros de Harry Potter aprendiendo nuevos conjuros. En unas semanas, esta docena de alumnos se convertirá oficialmente en una nueva promoción de pilotos de drones. La lección de hoy versa sobre los distintos tipos de nubes y cómo pueden afectar al vuelo de estas pequeñas aeronaves por control remoto, cuyo manejo se está consolidando como una nueva salida laboral.
Eso es lo que indican los datos de la Agencia Estatal para la Seguridad Aérea, AESA. Para trabajar con drones hay que obtener un título en una escuela autorizada. En España hay algo más de medio centenar. Después, hay que darse de alta en la AESA, mediante un trámite que no tiene coste. Según este organismo, desde la entrada en vigor de la normativa que regula el uso de estos aparatos en julio del año pasado, ya hay más de 335 operadores de drones registrados en toda España, incluyendo a empresas, autónomos y particulares. En febrero eran tan solo 60, por lo que en menos de medio año el número casi se ha quintuplicado.
Primeros pasos
Escuelas oficiales. Solo las organizaciones de formación (ATOs) aprobadas por AESA pueden dar cursos para obtener los certificados para pilotar drones. Actualmente hay 56 que han afirmado su interés en impartir estos cursos.
Precio. En general, oscila entre los 1.000 y los 1.300 euros, dependiendo de si es básico o avanzado. El avanzado permite manejar drones a mayores distancias y fuera de la línea de visión del operador. Los cursos duran entre 50 y 60 horas, repartidas en varias semanas. Al final, el alumno tiene que demostrar las habilidades adquiridas en un examen.
Modelos. Los hay de diferentes dimensiones, aunque la mayoría no supera los 25 kilos. Un modelo muy extendido es el DJI Phantom. Su coste oscila entre 500 y 1.000 euros, en sus diferentes versiones
Y es que la lista de tareas para las que se puede emplear un dron es amplia y va en aumento. Desde la revisión y mantenimiento de estructuras, edificios o tendidos eléctricos (como ya hace Endesa), pasando por la fotografía y la grabación de imágenes, hasta prospecciones, exploraciones arqueológicas, fumigaciones o el control del estado de maduración de cosechas mediante cámaras térmicas. En el futuro, a medida que se amplíe la regulación, también podría extenderse su uso a labores de seguridad, rescate y salvamento o el control de fronteras.
La Comisión Europea estimó el pasado julio que en una década la fabricación de drones civiles podría llegar a suponer el 10% de la facturación del sector aeronáutico, lo que significa un volumen de negocio de unos 15.000 millones de euros anuales y la creación de 250.000 empleos para 2050.
MERCADO EN AUGE
Todo un abanico de posibilidades laborales que se abre y en el que, precisamente, quieren encontrar un hueco la mayoría de los alumnos del Club de Vuelo TAS, junto al aeródromo madrileño de Cuatro Vientos. Tras repasar las características de las nubes hacen un receso en el que aprovechan para fumar algún pitillo y beber refrescos para combatir el calor. Sus edades son muy heterogéneas. Son la sexta promoción que se va a graduar en esta escuela. Todos son hombres. Nadie sabe explicar el porqué de este predominio masculino. “Pero estaría bien que se animara alguna mujer”, ríen.
Entre ellos hay emprendedores y varios desempleados. Otros son aficionados al aeromodelismo que buscan aunar su pasatiempo y su profesión. Uno de ellos es Rafael López, un desempleado cuyo sobrino hizo el curso de piloto de drones y consiguió un trabajo. “Eso me motivó a apuntarme”, comenta. “A mis 50 años trato de reinventarme en algo que pienso que tiene futuro y que es algo muy novedoso todavía”, añade.
Otros ya tienen un empleo, como Enrique Lozano, dueño de una productora audiovisual. Antes trabajaba como administrativo. Fue despedido “con una buena indemnización”, que decidió invertir en comprar los equipos necesarios para montar su empresa. Tiene claro que ofrecer la posibilidad de grabar imágenes aéreas “marca la diferencia” y cree que es un buen momento para sacarse el título de piloto de drones porque “hoy en día, todavía es algo pionero”.
Al escuchar la palabra “dron” a mucha gente le viene a la mente el ámbito militar, en el que se utilizan en labores de reconocimiento y bombardeo. Sin embargo, modelos pequeños de menos de 25 kilos, equipados con cámaras u otros accesorios, resultan tremendamente versátiles para las necesidades de muchas empresas. Un dron básico, con capacidad para ofrecer servicios profesionales, puede costar algo más de 1.000 euros. El curso de formación para modelos básicos, en el Club de Vuelo TAS, cuesta entre 1.100 y 1.300 euros.
Algunos parecen juguetes, pero están lejos de serlo. “Un dron es una herramienta de trabajo, a la que hay que tener tanto respeto como a una sierra de carpintero”, advierte David Ramos, instructor de la escuela. De hecho, en las clases prácticas, los alumnos utilizan cascos, gafas, chalecos y guantes anticortes. Prueba de que pueden ser peligrosos es el reciente accidente del cantante Enrique Iglesias, que durante un concierto trató de manipular un dron en pleno vuelo y las hélices de la máquina le causaron cortes en varios dedos.
Las temeridades e infracciones cometidas con estos equipos pueden salir caras: de 4.000 hasta 60.000 euros. Si se provocan daños materiales o personales puede incurrirse en responsabilidades civiles y penales. En un año, la AESA ha tramitado 75 propuestas de expedientes sancionadores: 13 en 2014 y el resto en los primeros seis meses de 2015. La mayor parte, según el regulador, por el uso irregular de drones en zonas urbanas y pobladas o sobre aglomeraciones de personas.
NORMATIVA VIGENTE
Los principios básicos que rigen la normativa española sobre drones son los mismos que regirán la futura regulación europea, prevista para 2016. Este marco legal pretende, por un lado, facilitar el crecimiento de este prometedor sector y, por otro, garantizar la seguridad de las operaciones y de personas y bienes en tierra. Los drones son considerados aeronaves, y las normas dejan claro que el operador de una aeronave tripulada por control remoto es el responsable último de su uso y de las consecuencias que pueda ocasionar.
Hasta la llegada de la normativa hace un año, el empleo de drones se insertaba en un vacío legal: era un fenómeno nuevo para el que nadie había legislado. Cualquiera podía volar un dron, en cualquier parte, incluso sobre núcleos urbanos. Hoy en día, está terminantemente prohibido volar drones sin los permisos necesarios.
Ramos cree que llegará el día en el que será normal ver drones surcar los cielos de nuestras ciudades, aunque reconoce que para ello aún hace falta desarrollar más medidas de seguridad y más legislación para delimitar mejor las normas de uso. “Esto es un mercado infinito que se está abriendo”, sostiene; “y mucha gente quiere estar ahí, a ver qué pasa”.
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