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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Grexit: episodio XXVI

Lo razonable sería aceptar un ligero déficit en 2015 a cambio de un plan para mejorar la productividad

José Carlos Díez

En enero algunos dijeron que el cambio empezaba en Grecia. Pero, como en El Gatopardo, ha sido una revolución para que no cambie nada. Cinco meses después, Tsipras está ante el mismo dilema que tuvieron Papandreu y Samarás: salir del euro y recuperar la soberanía o aceptar las condiciones.

La troika ofreció a Samarás el pasado otoño reducir los superávit fiscales primarios acordados, con el fin de suavizar los ajustes y fomentar el crecimiento. Pero prefirió anticipar elecciones con la estrategia de “yo o el caos”. Y llegó el caos. Syriza en su programa electoral prometía declarar ilegítimas las ayudas de los bancos de sus antecesores y exigir a los socios europeos una quita de deuda.

Ante el temor de quiebras bancarias muchos griegos fueron a sus bancos a retirar sus ahorros. Desde el pasado diciembre Grecia ha sufrido una fuga de depósitos equivalente al 20% del PIB. Los bancos griegos han sobrevivido gracias a los préstamos del BCE, que ha inyectado en los bancos griegos el equivalente al 35% de su PIB desde diciembre. Fuera del euro Grecia habría sufrido una crisis similar a la de Argentina en 2001 con corralito y un aumento exponencial de la pobreza.

Pero los bancos han cortado el grifo del crédito bruscamente, el Gobierno ha dejado de pagar a sus proveedores para priorizar el pago de salarios de los funcionarios y de los pensionistas y las empresas han frenado en seco la inversión. La economía ha vuelto a entrar en recesión y a destruir empleo y la pobreza volverá a aumentar en Grecia.

Syriza consiguió en una semana ponerse en contra a todos los socios europeos pactando el Gobierno con Anel, un partido de extrema derecha antieuropeísta, y aprobando medidas fuera del programa sin dinero para ponerlas en marcha. Es difícil comprender a los griegos.

Una comisión parlamentaria acaba de declarar la deuda ilegítima a la vez que Tsipras ha propuesto un banco malo con nuevas ayudas a la banca por el 7% del PIB. Si es ilegítima ¿pagará Tsipras al FMI la próxima semana?, ¿pedirán más prestado al BCE para atender la fuga de depósitos?

Pero de nuevo la troika propone un plan que sería contraproducente. En febrero, el Gobierno griego propuso rebajar el superávit fiscal primario previsto del 3% del PIB al 1%. Hoy, tras la recesión y la caída de recaudación de impuestos, alcanzar un superávit del 1% supondría un ajuste adicional en los próximos seis meses equivalentes al 2% del PIB. Esto, como comprobamos en España en 2012, provocaría más recesión, más paro, más restricción de crédito y acabaría aumentando la deuda.

Lo razonable sería aceptar un ligero déficit en 2015 a cambio de un plan para mejorar la productividad. Y empezar a negociar un plan de mutualización de deuda europea. El problema es que crédito viene del latín creer y el presidente de la Comisión ha acusado públicamente a Tsipras de mentir.

Pase lo que pase la ayuda humanitaria es necesaria y no debe ser moneda de cambio.

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