Pedagogía y confianza
La educación financiera no ha de ser competencia de la banca, que en las condiciones actuales puede presentarse como un propósito interesado
La insuficiente educación financiera no es la única ni más importante causa de la crisis financiera, o de la muy desigual distribución de los costes generados por ese y otros episodios de inestabilidad. Pero no cabe duda que ha influido en la capacidad de los desaprensivos para explotar la ignorancia de los clientes. No es esta la primera ocasión en los sistemas financieros desarrollados en la que los clientes salen peor parados que los que originan los problemas. Antes de que en el verano de 2007 emergiera la crisis de las hipotecas de alto riesgo en el sistema financiero de Estados Unidos, Madoff fue capaz de engañar a clientes supuestamente educados, algunos de ellos con larga experiencia en la propia industria de servicios financieros. Y es que la codicia puede en ocasiones nublar hasta la más estricta racionalidad. Por eso, además de educar a los clientes es preciso regular y supervisar bien a los que pueden caer en la tentación de cometer tropelías de diversa naturaleza.
Que se exhiban las visitas de banqueros a los colegios, como la pasada semana, no es la forma más útil de educación financiera. Han de ser las instituciones públicas, las que han de reglar esos estudios y su impartición, en los términos en que la propia OCDE o la Comisión Europea lo ha sugerido, e incluso las propias autoridades educativas españolas lo han incorporado a los planes de estudio. Con la colaboración de instituciones como la CNMV y el Banco de España.
La educación financiera no ha de ser competencia de la banca, que en las condiciones actuales puede presentarse como un propósito interesado. Más útil que esas formas de marketing reactivo, contempladas con cierto escepticismo, es modificar las prácticas de comercialización. Y, desde luego, los incentivos a los empleados de las sucursales bancarias, con actuaciones orientadas a recuperar la confianza de los clientes. La restauración de la muy erosionada reputación de las entidades bancarias ha de basarse no en el despliegue circunstancial de directivos bancarios en colegios más o menos seleccionados, sino en el cumplimiento de la propia función de intermediación: dando crédito, informando correctamente a los clientes y gestionando prudentemente todos sus riesgos. Los banqueros no han de exhibir sus dotes pedagógicas, sino su buen hacer y contribución a la recuperación de la economía y del empleo. La confianza en las empresas bancarias, en sus directivos, en sus representantes e incluso en sus supervisores, no se paliará con esas cátedras ambulantes impartiendo una catequesis forzada por razones aparentemente publicitarias.
En los colegios hay que incorporar la enseñanza de la economía y de las finanzas, pero esa educación la han de llevar a cabo los profesores especializados, en el contexto de enseñanzas regladas. La alfabetización se ha de extender igualmente a las personas mayores que han de gestionar su pensión o a los jóvenes que pueden verse obligados a endeudarse para seguir estudiando, sortear la búsqueda de trabajo o acabar creando una empresa.
Como en cualquier modalidad de educación, la económica y financiera es básica para disponer de elementos de juicio con los que decidir con el mayor grado de libertad. Pero junto a ello, también es necesario fortalecer la confianza en los proveedores de servicios financieros. Y eso exige algo más que visitas a los colegios.
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