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“El euro no fue lo que nos metió en la crisis, pero nos sacará de ella”

El ex comisario de la Competencia detecta tres problemas en España: uno económico por la crisis, las tensiones territoriales y el agotamiento del sistema institucional

Claudi Pérez
El ex vicepresidente de la Comisión Europea Joaquín Almunia
El ex vicepresidente de la Comisión Europea Joaquín AlmuniaDELMI ÁLVAREZ

La biografía política de Joaquín Almunia (Bilbao, 1948) traza dos líneas paralelas: española y europea. Figura clave de la socialdemocracia desde la Transición, ministro con Felipe González y su sucesor en el PSOE hasta dimitir tras la derrota en las elecciones de 2000, durante los 10 últimos años ha sido vicepresidente de la Comisión Europea que ha gestionado la peor crisis desde que existe la UE. Almunia recibe a este diario en un despacho al que la mudanza y el huidizo sol de Bruselas le dan un aire de uno de esos cuadros de Edward Hopper. Se va: hoy es oficialmente su tercer día fuera de la oficina.

Pregunta. ¿Qué va a hacer ahora?

Respuesta. Dejo las responsabilidades políticas, mi idea es seguir reflexionando desde think tanks y otras plataformas. Y descarto ir a la empresa privada.

“Hay que pasar de escuchar música a leer la letra de los propuestas de Podemos”

P. En EEUU son habituales las puertas giratorias entre lo público y lo privado. En España cada vez más.

R. No hay nada reprochable en trabajar para el sector privado tras ocupar un cargo público, siempre que no se incurra en conflictos de interés. Pero, sencillamente, no me interesa.

“No podemos funcionar rompiendo la baraja cada vez que quiera un país”

P. En el caso Bankia, por ejemplo, se han podido ver consecuencias perversas de esas puertas giratorias.

R. El uso de las tarjetas opacas me parece detestable. Pero no estoy dispuesto a extrapolar ese caso: el 99,9% de los políticos en España, sean del partido que sean, nunca han tenido esas tarjetas. La crítica populista sobre la política española es injusta y dañina para la democracia.

P. ¿Esos casos no complican el horizonte?

R. España afronta tres graves problemas. En lo económico, la crisis aún está ahí. Han resurgido tensiones territoriales. La tercera dificultad es el agotamiento de aspectos fundamentales del esquema institucional que se puso en marcha con la Transición. Resolver eso exige un enorme trabajo político, y en los grandes partidos se detecta cierta sensación de agotamiento.

P. De ahí que salgan alternativas.

R. A mucha gente le gusta la música que emana de las propuestas de Podemos. Pero hay que pasar de escuchar música a leer las letras, y discutir seriamente cómo construir consensos para solucionar situaciones extremadamente difíciles que no desaparecerán con recetas simplistas. El problema no es exclusivo de España: la antipolítica y el populismo se dan en muchos países.

P. ¿Qué ha cambiado en sus 10 años en Bruselas para que haya esas cifras de eurodesencanto?

R. La crisis revela que la eurozona no tenía los instrumentos imprescindibles para gestionar problemas de ese calibre. Pero se han dado pasos en la dirección adecuada: con lentitud, a trancas y barrancas, en interminables reuniones nocturnas, pero lo fundamental es que la Unión sigue intacta.

P. ¿No se ha dejado demasiados pelos en la gatera?

R. Lehman Brothers quebró hace seis años, pero las consecuencias de ese cataclismo aún están entre nosotros; se manifiestan en el paro, la falta de crecimiento, los altos niveles de deuda. ¿Cuál era la alternativa? Estoy convencido que cualquiera alternativa hubiese sido peor: fuera de Europa y de la eurozona la crisis hubiese sido más dura. El euro no nos metió en la crisis, y nos ayudará a salir de ella.

P. ¿No viene una crisis política si la económica no amaina? ¿No pecan de optimistas las élites europeas?

R. El euro es algo más que una moneda: es un compromiso político. Y hay instrumentos para evitar una recaída. Eso se consigue con política monetaria y con las políticas fiscales adecuadas.

P. ¿El corsé de las reglas no es un impedimento?

R. Depende de cómo se apliquen. Las reglas son imprescindibles: la eurozona no puede funcionar rompiendo la baraja cada vez que quiera un país. Para que la interpretación sea adecuada, los socios que tienen margen de maniobra fiscal deben usarlo; otros deben seguir con los esfuerzos y las reformas. Sin eso es difícil que se evite un periodo de estancamiento y alto nivel de paro que complique la absorción de la deuda que nos asfixia. Pero es cierto que Europa tiene un grave problema de crecimiento. No veo una estrategia coherente para combatirlo.

P. Nadie hace nada de lo que pide. Porque nadie se fía de nadie.

R. ¿Nadie? Lo que está haciendo el actual Gobierno francés no tiene nada que ver con las posiciones tradicionales de Francia; lo mismo vale para Italia. España ha hecho esfuerzos considerables. Y Alemania ha tomado decisiones fundamentales para ayudar a resolver los problemas más graves. Ahora quiere garantías antes de hacer lo que debe. Todo ello reclama a voces una coordinación más profunda a escala de la zona euro.

P. Economistas como Eichengreen y De Grauwe, intelectuales como Habermas o expolíticos como Felipe González critican la gestión del euro.

R. Toda esa gente es admirable en sus respectivos ámbitos. Pero hay que estar aquí, en las instituciones, para darse cuenta de que es más fácil predicar que dar trigo.

P. ¿Por qué no se ha oído la voz de la socialdemocracia en Bruselas?

R. Éramos 28 comisarios; seis socialdemócratas. Y en el Consejo había un predominio de Gobiernos de centroderecha. Ahora el desequilibrio es menor: en 2012 era difícil encontrar a alguien que reclamara un impulso de la demanda agregada; hoy lo pide todo el mundo.

P. El comisario Laszlo Andor dice que el euro es una trampa que ha diezmado los Estados de bienestar.

R. Es evidente que los presupuestos sufren los rigores de la crisis, pero no ha habido recortes significativos del nivel del gasto público sobre el PIB, y sí formas muy distintas de abordar el ajuste: hay quienes la emprendieron a hachazos contra el gasto social; otros optaron por un mix más equilibrado.

P. A Mario Monti se le recuerda en Competencia por el caso Microsoft. ¿No tiene la sensación de haberse quedado a medias con Google?

R. No creo que sea justo evaluar los cinco años de Monti o los de Neelie Kroes por un solo caso, que además es el mismo. Durante estos años hemos adoptado decisiones importantes sobre el sistema financiero, sobre las telecomunicaciones, sobre casos antimonopolio o de ayudas de Estado. El caso Microsoft arrancó en 1998 y ha durado 15 años. Con Google se ha avanzado mucho pero han aparecido novedades que exigen ampliar la investigación sin cerrarla en falso.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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