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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

En territorio desconocido

Emilio Ontiveros

El Banco Central Europeo (BCE) ha puesto fin a una larga etapa de retórica y ha pasado a la acción. Ha actuado de forma contundente, como debería haberlo hecho hace más de seis meses, cuando las evidencias en que ha basado estas decisiones estaban disponibles. Lo hace cuando sus colegas, la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra, preparan la retirada de actuaciones igualmente poco convencionales, que han aportado mayores ritmos de crecimiento, más empleo y menores restricciones crediticias en sus economías. Nunca es tarde si la dicha es buena. Y a pesar de que algunas de las decisiones adoptadas el jueves no tienen muchos precedentes, es probable que atenúen algunos de los problemas que condicionan el crecimiento y la estabilidad de la eurozona. Desde luego, de España.

La advertencia la había formulado el propio presidente del BCE hace unos días: la “perniciosa espiral de baja inflación y severas restricciones crediticias amenaza con abortar la incipiente recuperación económica de la eurozona”. Y el propio andamiaje de la unión monetaria, cabe añadir, en la medida en que esos dos problemas —la ausencia de estabilidad de precios y de normal transmisión de la política monetaria— revelan anomalías esenciales en la integración que afectan al cometido básico de cualquier banco central.

En esa misma convención bancaria de Sintra, Mario Draghi admitía el daño diferencial que estaban sufriendo las economías periféricas: las que en mayor medida soportan políticas fiscales restrictivas, tienen más desempleo, están más endeudadas, sufren un mayor racionamiento crediticio y descensos de inflación más pronunciados. Si faltaba algo en ese diagnóstico, el propio comunicado del consejo de gobierno del BCE añade un entorno internacional que acentúa la precariedad de la recuperación: ascenso de riesgos geopolíticos y la evolución de los mercados emergentes y de los mercados financieros globales.

De hecho, el debilitamiento de las exportaciones ya es explícito en algunas economías como la española. Y en ello está influyendo de forma significativa un tipo de cambio del euro que penaliza la diversificación geográfica de las ventas al exterior de la eurozona y no favorece la contención del inquietante descenso de la inflación. Es más, en la medida en que también Alemania ha registrado caídas importantes en su tasa de variación de los precios, se han reducido las posibilidades competitivas de aquellas economías periféricas que confiaban en su diferencial de inflación como fundamento competitivo frente a la principal economía compradora de la región.

Y si la baja inflación es cómplice de los acreedores, para los deudores netos es muy mala compañera. Además, en economías con la demanda interna muy debilitada, como es nuestro caso, el diferimiento de las decisiones de gasto a las que inducen las expectativas de baja inflación se convierte en un poderoso freno al crecimiento y a la reducción del desempleo.

Por eso, tan favorable como las decisiones adoptadas por el consejo del BCE de forma unánime ha de ser la disposición a sacar algunas más de la caja de herramientas si la situación no revierte rápidamente. Las reducciones de los tres tipos de interés de referencia (es el primer banco central que cobra por la facilidad de depósito) y los cuantiosos programas de liquidez previstos tienen un denominador común: acentuar el coste de mantener liquidez ociosa, facilitar la recuperación de las decisiones de gasto en consumo e inversión, y la conducción de la inflación y el tipo de cambio hacia niveles más compatibles con el alejamiento del cuadro de “japonización” que sufre la eurozona desde hace meses.

Bienvenido es igualmente el carácter finalista de las facilidades de refinanciación a largo plazo, por 400.000 millones de euros, en condiciones muy favorables para que los bancos lo asignen específicamente a créditos a familias y empresas. Y de su control estrecho convendría que el propio BCE aportara puntual información. Señal no menos favorable para la reducción de las restricciones en la oferta de crédito es el anuncio de los preparativos destinados a restaurar el mercado de titulaciones de créditos de pequeñas y medianas empresas, asumiendo, por supuesto, los escarmientos que la titulización hipotecaria americana aporta. Esos títulos permitirían el adelgazamiento de los balances bancarios, la conformación de un mercado líquido y suficientemente profundo, en el que el propio BCE podría ser un inversor cualificado. No hace falta añadir que esos efectos serían tanto más favorables cuanto mayor es el grado de bancarización de la eurozona. El reequilibrio entre el papel de los mercados financieros y el de la intermediación bancaria debería ser uno de los cambios estructurales derivado de esta crisis.

Es verdad que son decisiones muchas de ellas que nos introducen en un territorio desconocido, pero el que hasta ahora conocemos no es precisamente muy confortable. Desde luego en España, cuya economía debería ser una de las principales beneficiarias de ambos grupos de decisiones. Confiemos en que no sea demasiado tarde.

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