El Mago revitaliza YPF
El presidente de la petrolera argentina, Miguel Galuccio, convenció a Fernández de la necesidad de aumentar los precios y de llegar a un acuerdo con Repsol
A Miguel Galuccio, ingeniero en petróleo argentino de 45 años, no le gusta que le llamen mago, pero ése es su mote desde que a los 32 fue nombrado al frente de la filial para México y Centroamérica de la principal empresa de servicios petroleros del mundo, Schlumberger, de origen francés, pero con actual casa matriz en EE UU. En esa subsidiaria permaneció hasta los 37 años y lo llamaron mago porque revivía yacimientos maduros. A sus 43, este adicto al trabajo que ahora boxea más de lo que juega al polo fue nombrado por la presidenta de su país, Cristina Fernández de Kirchner, al frente de la petrolera emblema de Argentina, YPF, que esta semana cumplió dos años desde la nacionalización del 51% que pertenecía a Repsol.
Galuccio ha vuelto a ser llamado El Mago. Ha logrado convencer a Fernández de evitar la politización de la petrolera, como ha sucedido en otras empresas estatales de Argentina o el resto de Latinoamérica, ha conseguido que le autorizara fuertes subidas de los precios del gas y el combustible, con lo que revertió la receta que el kirchnerismo había seguido desde 2003, ha impulsado en el Gobierno de su país el acuerdo para indemnizar a Repsol y ha logrado recuperar la inversión, la producción, las reservas y el valor de la acción.
A El Mago, aún le resta cumplir su principal objetivo de que Argentina recupere el autoabastecimiento energético perdido en 2011, meta que él primero planteó para 2018 y después reconoció que podría esperar hasta 2023. Habrá que ver si el próximo presidente de su país, que asumirá el poder en diciembre de 2015, lo ratifica, pero en la comunidad empresarial gana apoyos para que permanezca.
Galuccio nació en 1968 en Paraná, capital de la provincia oriental de Entre Ríos, en una familia de padres radicales (centristas), aunque ahora en su casa natal ya no se discute de política con el mayor de los cuatro hijos, Miguel, que trabaja para una presidenta peronista. Su padre era dueño de algunos supermercados y una cantera de piedras. Desde adolescente, Miguel comenzó a trabajar con él al salir de la escuela haciendo de carnicero, verdulero o poniendo precios a las mercancías. También jugaba al rugby en aquel tiempo. Pero en vez de continuar con el negocio familiar, se fue a estudiar ingeniería mecánica en el prestigioso y caro Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA). Para costear su vida en la capital argentina comenzó a hacer software.
Al poco tiempo se dio cuenta de que lo suyo no era trabajar en una fábrica de la gran ciudad y se cambió a la carrera de ingeniería en petróleo. Consiguió un empleo en un laboratorio y después en una consultora que, una vez graduado, lo envió a vivir a EE UU. Antes de partir se casó a los 25 años con su novia entrerriana, Verónica, con la que sigue unido y tiene dos hijos, Matías, de 19 años, y Malena, de 14.
Pero su aventura en el Norte duró poco porque un directivo de YPF lo tentó con regresar a su país. La petrolera argentina acababa de dejar en la calle a 20.000 de sus 25.000 empleados, se había privatizado, pero el 32% de las acciones había quedado en manos estatales. Galuccio terminó trabajando en un pozo perdido de Las Heras, en la Patagonia. YPF después lo mandó a vivir a EE UU, Venezuela e Indonesia.
En 1999, Repsol se hizo con el 99% de la petrolera tan cara al sentimiento de los argentinos y lanzó una campaña publicitaria para convencerlos del cambio. Y aquel hombre de 31 años era su protagonista. Una voz decía: “Miguel Galuccio es uno de los tantos argentinos que trabajan para Repsol YPF, una fusión entre dos grandes empresas que se unen para ser todavía más grandes”. El ya destacado ingeniero viajó a conocer la casa matriz en Madrid y allí sacó la conclusión de que nunca un argentino iba a dirigir Repsol. Comenzó entonces a buscar otro empleo y lo consiguió en Schlumberger, una empresa a la que él admira por la obsesión por los resultados, la autonomía de decisión de los empleados y la diversidad de su plantilla y su dirección.
Con este gigante vivió en México, donde cosechó amistades en la petrolera estatal Pemex que después le sirvieron para que el segundo mayor accionista de Repsol presionara por una reconciliación con Argentina. En 1995 se mudó a Londres, donde dirigió proyectos globales que lo llevaron a conocer el fracking (fractura hidráulica en rocas de esquisto), la técnica que ahora aplica para producir en el yacimiento patagónico de Vaca Muerta, esperanza de Argentina para recuperar el autoabastecimiento energético.
En la capital británica estaba cómodo, pero en 2012, pocas semanas antes de que Fernández decretara la expropiación de YPF, el gobernador de Entre Ríos, el ultraykirchnerista Sergio Urribarri, le presentó a Galuccio. El ingeniero le prometió dirigir la empresa con criterios profesionales, comprometida con los intereses de Argentina, pero también con los del 49% del resto de accionistas privados (Repsol aún tiene el 12%). Galuccio ha negado alguna vez que YPF hubiese intentado contratarlo en 2009 y que él hubiese pedido a cambio una nómina anual de 2 millones de dólares y el traslado de sus caballos de polo de Londres a Buenos Aires. El actual presidente de YPF, que mantiene en la capital británica su casa y su hijo mayor, mantiene que aquella y otras informaciones salieron de la cabeza de su par de Repsol, Antonio Brufau, furioso por la nacionalización.
También hay quienes lo critican en Argentina por subestimar los conocimientos de sus interlocutores dentro de la empresa y en los Gobiernos federal y provinciales. Como socia minoritaria de YPF, Repsol ha reprochado a Galuccio por su salario secreto y por el escaso reparto de los beneficios entre los accionistas, pues ahora la empresa argentina los ha destinado a duplicar la inversión.
Pero Galuccio fue también quien, un año después de la nacionalización y tras haber conseguido solo un socio para invertir en Vaca Muerta —nada menos que la segunda petrolera privada del mundo, la norteamericana Chevron—, buscó que el Gobierno de su país indemnizara a Repsol, que había desalentado a compañías chinas y europeas a sellar acuerdos con YPF. Puertas adentro del kirchnerismo discutió con algunos popes, pero logró el respaldo de Fernández porque revirtió la caída de la producción de hidrocarburos y aceleró las pruebas en Vaca Muerta con el dinero que le reportaron el cambio de política de reparto de dividendos, el aumento de precios de la energía y las asociaciones con Chevron, recientemente ampliada, y con la norteamericana Dow y la argentina Pampa por un total de 3.178 millones de dólares (2.300 millones de euros).
Tras el acuerdo en marzo para indemnizar a Repsol con 5.000 millones de dólares (3.600 millones de euros), YPF logró la mayor colocación de deuda externa de una empresa argentina en la historia, unos 1.000 millones (725 millones de euros), a un tipo de interés del 8,7%, bajo para su país, alto en la mayoría de economías avanzadas. Otro hito que permite a El Mago alimentar su fama no solo en Argentina sino en los mercados mundiales.
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