El hombre que evitó el cataclismo
Bernanke deja la Reserva Federal con la tarea de desmontar su experimento de política monetaria
Ben Bernanke espera vivir lo suficiente para leer lo que los libros de historia dirán sobre sus dos mandatos al frente de la Reserva Federal. Antes publicará uno, contando su parte. Lo que admite ya en público, y esa es la crítica más evidente que se le puede hacer ahora a su gestión al frente del banco central más poderoso del mundo, es que fue lento al reconocer la gravedad de la crisis. No la vio venir, como tampoco imaginó que los peligros del colapso le llevarían a revolucionar la política monetaria.
Esta semana presidirá la última reunión de la Reserva, dos días antes de pasar el mando a Janet Yellen, su mano derecha en la entidad. En retrospectiva, cuenta, la pasada parecía una crisis clásica. Pero resultó ser muy diferente, por los instrumentos financieros y las instituciones implicadas. Eso, incluso para el mayor experto de la Gran Depresión, hizo difícil ver la realidad de una banca sin el colchón para absorber los riesgos que asumía.
El profesor de Princeton se puso al frente del banco central en febrero de 2006, cuando el precio de la vivienda en Estados Unidos estaba a punto de tocar techo, la economía crecía por encima el 3% y el paro estaba en el 5%. El grueso de los préstamos que resultaron ser insolventes ya estaban concedidos y se cambiaban de manos en Wall Street en medio de la euforia. “Hubiera estado bien reconocer todo esto en una fase más temprana”, confiesa.
Lo que nadie puede responder, ni siquiera el propio Bernanke, es qué podría haber hecho diferente para prevenir la crisis, de haberla anticipado a tiempo. El primer gran problema para su legado es que no heredó exactamente un desastre, que se gestó bajo la batuta de su predecesor Alan Greenspan, a quien se señala como el mayor responsable por dejar al mercado actuar por libre.
Ben Bernanke fue miembro del consejo de gobernadores desde 2002, hasta que George Bush le puso tres años después al frente del consejo de asesores económicos de la Casa Blanca, donde estuvo siete meses. Conocía, por tanto, las políticas que hicieron crecer la burbuja hipotecaria. Como señala Dean Baker, del Center for Economic and Policy Research, era de los pocos que podía haberla frenado antes de llegar a niveles tan peligrosos.
También es verdad que no tenía la experiencia pública de Alan Greenspan o Paul Volcker, que antes de presidir la Reserva ocuparon durante décadas puestos en altos cargos en el proceso de toma de decisiones económicas. Era un novicio que contaba con mucha credibilidad en Wall Street y su timidez contrastaba con la mística de sus predecesores. Además, estuvo muy alejado de la presión de los medios, lo que le jugó alguna mala pasada.
Es evidente que Bernanke no la vio venir. Ahí queda para la historia aquella declaración que hizo al comenzar su segundo año al frente de la entidad, cuando en marzo de 2007 dijo ante el Congreso que el impacto de la crisis hipotecaria en el conjunto de la economía y del sistema financiero parecía que estaba “contenido”. Todo lo contrario: el colapso fue épico. Pero tampoco pudo actuar arbitrariamente y adoptar acciones preventivas.
Primero, la Reserva no tenía tanto poder como ahora. Segundo, para haber hecho algo efectivo, como elevar los requerimientos de capital a la banca, todos los reguladores deberían haber sabido lo que pasaba. Incluso en ese caso, habría sido difícil que el Congreso y las otras agencias se pusieran de acuerdo rápido. De hecho, una de las cosas que demostró la crisis es que la supervisión solo funciona de forma efectiva cuando todos los reguladores colaboran.
La crisis acabó estallando oficialmente en septiembre de 2008 con la quiebra de Lehman Brothers, aunque ya mostró los dientes en agosto de 2007. No solo llegó tarde, además se hizo poco hasta entonces para evitarla. Precisamente, otro de los puntos en los que se cuestiona la actuación de Ben Bernanke es no haber prevenido el colapso del banco de inversión, como se hizo con Bears Stearns unos meses antes con la ayuda de JPMorgan.
En este caso es una responsabilidad compartida con Henry Paulson, entonces secretario del Tesoro, y Timothy Geithner, que en aquella época estaba al frente de la Reserva de Nueva York. La autopsia de Lehman reveló, también, que no había un plan para salvarlo y el equipo de Ben Bernanke no dio con una opción mejor que la de quitarle la red de seguridad y dejar que se hundiera. Aún hoy se discute si su rescate habría servido para algo.
Bernanke se resistió al inicio a seguir la política intervencionista que acabará definiendo su presidencia. Por ejemplo, en diciembre de 2007, dijo tener un conflicto con la idea de cortar los tipos de forma brusca. Ese resultó ser el mes que marcó el comienzo de la Gran Recesión. Pero en enero de 2008, como cuenta Geithner, se dio cuenta de que tenía que ser mucho más agresivo porque el riesgo de no hacer nada sería mayor para la economía.
La respuesta de la entidad fue contundente. Bernanke, que siempre se mostró tranquilo en los días más oscuros, arrimó su hombro al de Paulson para vender el mecanismo que sirvió al Tesoro para rescatar a la banca, porque la incertidumbre había dejado a las grandes entidades sin dinero para financiarse. Se convirtió, como dijo Geithner, en el buda de los banqueros centrales. En ese proceso, como recuerda Baker, mantuvo sin embargo oculto los nombres y las cantidades que los distintos bancos solicitaban para poder sostenerse. Bernanke trató así de evitar que el mercado abandonara a las entidades más débiles. Pero una de las consecuencias de esta intervención fue que creó una industria financiera más concentrada en las grandes instituciones.
Comunicar como arma
Una de las cosas de las que Ben Bernanke se declara orgulloso es de haber sacado la Reserva Federal de la sombra y hacerla hablar. Elevar la transparencia fue uno de los objetivos que se fijó al ponerse al frente hace ocho años, y su estrategia de comunicación acabó convirtiéndose en un arma poderosa en un momento en el que los experimentos eran necesarios.
Esta apertura sirvió para indicar al mercado por dónde iría la acción monetaria. Pero Bernanke quería que su mensaje llegara alto y claro también al ciudadano, para incrementar su confianza hacia la institución. “Debemos hacer todo lo que podamos para explicar nuestras acciones y mostrar cómo sirven al interés público”, dijo en unos de sus últimos discursos.
Esta apertura contrasta con la ofuscación intencionada de Alan Greenspan. Ahora se ofrecen ruedas de prensa trimestrales tras la reunión del órgano que fija los tipos de interés, los comunicados son mucho más largos, hay un objetivo de inflación explícito y una referencia para el paro que puede soportar la economía. El acta de las reuniones se publica antes, a las tres semanas, y sus deliberaciones, a los cinco años.
La claridad, la transparencia y la responsabilidad de rendir cuentas, insiste Bernanke, son esenciales para la prosperidad económica. Como señalan desde Wells Fargo, dando más información al mercado sobre sus acciones se consiguió aportar estabilidad en un momento de incertidumbre y por eso creen que la Reserva debe ser más abierta sobre la estrategia a largo plazo.
En el examen del legado de Bernanke se considera que la política de comunicación fue tan importante para la recuperación como la inyección de liquidez. Pero este esfuerzo por telegrafiar lo que puede estar por llegar es un arma que hay que aprender a manejar para no crear confusión. Se vio en el intento por forjar consensos sobre el calendario para desmantelar los estímulos.
El demasiado grande para quebrar sigue vivo cinco años después, pese al vigor de la reforma financiera. Es otra de las críticas y de los detalles que hoy impiden ver los dos mandatos de Bernanke en términos mucho más positivos. O al menos hasta la primavera de 2009. Lo que pocos discuten es que, a partir de ese momento, el banco central estadounidense hizo todo lo posible para estabilizar el sistema financiero y evitar un cataclismo.
Héroe o villano, a Bernanke se le acredita el coraje y el ingenio de llevar la política monetaria hasta un territorio nunca explorado para evitar una segunda Gran Depresión. Esfuerzo que le llevó a la portada de la revista Time como “persona del año 2009” y que, como reconoce el economista Martin Feldstein, fue mucho más efectivo que el programa de estímulos fiscales de Barack Obama.
Es más, elegirle para presidir la Reserva, coinciden los observadores, fue la mejor decisión económica adoptada por George Bush. Bernanke no evitó la crisis, pero sí que se cayera por el precipicio. Ese contraste marcará su legado. El gran reto de cualquier banco central es identificar y aislar a tiempo los factores propios de una crisis, para prevenirla o que sea lo menos costosa posible.
Bernanke compara lo sucedido en 2008 con el pánico que un siglo antes llevó a crear la Reserva como prestamista de último recurso. El objetivo primordial era evitar la caída en cascada del valor de los activos. Pero como explicó en uno de sus últimos discursos de despedida, la gran dificultad era adaptar viejas estrategias de política monetaria a un sistema financiero moderno.
Para enderezar el rumbo de la mayor economía del mundo, bajó primero los tipos de interés al 0%. Ahí llevan cinco años. No podía recortar más, así que para frenar la venta de activos creó una serie de instrumentos para inyectar dinero sin límites de cantidad ni de calendario. Se convirtió también en el prestamista de todo el mundo, al asegurar el acceso a dólares al resto de bancos centrales.
Todo sucedía mientras los políticos criticaban el rescate bancario. Warren Buffett, sin embargo, salió siempre en defensa de Ben Bernanke. Pensó incluso que se le debería haber dado la opción de seguir un tercer mandato para desmontar el andamiaje que levantó y poder así cerrar la jugada. Se refiere en concreto al programa de compra de bonos y de deuda hipotecaria.
Se trata del mayor experimento de política monetaria hecho nunca en los 100 años de historia de la Reserva Federal, que sigue en curso mientras su balance sigue creciendo. Cuando Bernanke asumió el mando, el banco central acumulaba activos por valor de 870.000 millones. Ahora, tras tres rondas de rebaja de tipos por la vía no convencional, supera los cuatro billones.
El método que utilizó es el mismo al que se refirió en el famoso discurso que dio en noviembre de 2002, dedicado a los instrumentos a los que puede recurrir el banco central para frenar el efecto pernicioso de la deflación en la economía, en el empleo y en el sistema financiero por efecto del colapso en la demanda. Acción que le valió el sobrenombre de helicóptero Ben.
La Reserva sigue inyectando en la actualidad 75.000 millones en deuda al mes para mantener baja la perspectiva de tipos y así incentivar el crédito y de paso el crecimiento manteniendo la estabilidad de precios. En la pasada reunión de diciembre abrió la puerta para desmontar la estructura, tarea que recaerá sobre Yellen. Los progresos en la economía justifican este primer paso.
La segunda gran crítica a Bernanke llega, sin embargo, cuando se analiza a quién beneficia realmente el mecanismo. Ahí el jurado sigue deliberando, porque el veredicto no está tan claro. Al tiempo que se considera que la laxitud de la entidad previno la recaída en la recesión, el apoyo no fue suficiente para crear el robusto repunte esperado. Hay una clara dicotomía entre wall street —el mundo financiero— y main street —la economía real—.
El S&P 500 ha repuntado un 170% desde el mínimo de marzo de 2009 y supera en un 25% el récord previo al desplome. El beneficio de los grandes bancos se disparó. Para el Tesoro de EE UU, los tipos están tan bajos que eso le permite reducir el coste de lo que pide prestado, que está al nivel más bajo desde la década de 1960 cuando se compara con el PIB. Pero las cosas no son iguales para el ciudadano corriente, los que viven de su sueldo.
Es cierto que el paro bajó del 10% a mediados de 2010 al 6,7% el pasado diciembre. Pero el nivel actual es el máximo que se registró en 2003, tras la recesión por el estallido de la burbuja tecnológica. Tampoco se recuperó todo el empleo perdido en la crisis y gran parte de la caída del paro se explica porque la tasa de participación está al nivel de 1978. Por no citar el paro de larga duración, el desempleo juvenil y la caída en los ingresos.
Los estrategas de Wells Fargo señalan que pese al estímulo extraordinario de la Reserva, “la recuperación está llevando más tiempo de lo normal”. En BlackRock evidencian así que la capacidad del banco central para crear empleo es “limitada” en este escenario de estancamiento secular. Esto, sin embargo, es más una discusión sobre el papel de los bancos centrales para incentivar el crecimiento.
Hay, claro, aspectos positivos. El precio de la vivienda repuntó casi un 25% desde el mínimo en 2011. Pero sigue estando un 20% por debajo comparado con el valor máximo en el verano de 2006 y una cuarta parte de las compras las realizan inversores que ponen el efectivo por delante en las subastas de viviendas embargadas. El alza en la Bolsa, además, beneficia más a las rentas altas.
Esto se explica porque el sistema bancario no está pasando en realidad esa liquidez al conjunto de la economía. John Taylor, uno de los más críticos con las acciones de la entidad, considera que el problema del motor económico de EE UU es estructural, es decir, no está relacionado con el precio del dinero. De hecho, cree que esta laxitud impide que los bancos asuman más riesgo en el crédito.
El último Libro Beige de la Reserva sigue calificando el ritmo de crecimiento de “moderado”. La expansión típica de EE UU suele superar el 3%. Pero desde el fin de la recesión le costó mantener un ritmo medio del 2% y eso impide que se reduzca el paro más rápido. Pero como en el colapso de Lehman, en la anémica recuperación hay una responsabilidad compartida.
Bernanke fue muy crítico con la actitud de Washington en el aspecto fiscal. La contracción en el gasto público de los últimos años, como señaló en sus últimas intervenciones, supuso un lastre para la economía. La Oficina del Congreso de EE UU calcula que la austeridad se comió 1,5 puntos porcentuales del PIB. Es decir, sin el ajuste habría crecido por encima del 3%.
En la anterior recuperación, los entes locales, estatales y federales en EE UU sumaron 400.000 funcionarios. En esta, se destruyeron 600.000 empleos en el sector público. La Reserva, por tanto, estuvo actuando prácticamente sola en la fase posterior a la crisis y ese es un detalle que sin duda deberán poner los economistas en la balanza al analizar el legado de Bernanke.
La primera vez que se empezó a comprar deuda fue a comienzos de 2009, momento que coincide con el repunte de Wall Street. Ben Bernanke defiende que los beneficios superan los costes y por eso valora que es positivo para el ciudadano. También cree que el plan de estímulos habría tenido el respaldo de Milton Friedman. Eso no quita que se sienta frustrado. “Me hubiera gustado dejar la Fed con el paro en el 5%”, comentó ante un grupo de profesores.
Su programa de compra de deuda es innovador y eso provoca un amplio debate sobre su funcionamiento. “El problema es que funciona en la práctica, no en la teoría”, ironiza. Esta expansión monetaria sin precedentes le costó, además, grandes críticas entre los republicanos, que le acusaron de tentar los precios. El fantasma de la hiperinflación no apareció aún. De hecho, sigue por debajo del nivel de referencia del 2% pese a que Wall Street y otros instrumentos financieros dispararon su valor.
El legado de Bernanke se valorará también en función de lo que pase en los mercados emergentes, como indican desde Bank of America y Société Générale, y de cómo la retirada de estímulo afecte a las economías que tiraron del crecimiento global durante la crisis. La compra masiva de bonos, recuerdan, hizo que la liquidez se fuera hacia esos mercados buscando retornos más altos. Se teme que este proceso haya creado burbujas.
Hay muchas respuestas sobre lo que podría haberse hecho para evitar la crisis. Lo que no es un secreto es que la Fed que heredó estaba atrapada en el laissez faire de Greenspan en lugar de usar sus poderes para proteger al consumidor. Bernanke también admite que la Reserva fracasó al vigilar a la banca. Wall Street salió así de la crisis sin sufrir grandes cambios, pero bajo su presidencia se reforzó la supervisión de las grandes firmas financieras.
La crisis, por tanto, sirvió a la autoridad monetaria para aprender y estar mejor preparada para lidiar frente un evento similar. Bernanke también se volvió más cínico y se acostumbró a la hipocresía que acompaña al servicio público, como señala Neil Irwin, uno de los que más de cerca observaron su trayectoria. Durante este tiempo vio cómo los mismos que le apoyaron en privado, en público, le machacaban.
En las reflexiones que hizo coincidiendo con la celebración del primer centenario de la Reserva insistió en que la institución debe seguir haciendo todo lo posible para preservar su independencia y así poder adoptar sus decisiones sin la presión política. “El Congreso de EE UU es el jefe”, recordó, porque, como explicó, es el que fija los términos de su mandato y el que representa al público. Por eso tiene acceso virtualmente a todo lo que hace la entidad.
Hay una excepción en este discurso: las decisiones de política monetaria. Bernanke insiste en que hay que resistirse a la tentación de dar autoridad al Congreso para cuestionar sus decisiones al día siguiente de que se adopten. Eso no quita, dijo, que se trabaje estrechamente con los legisladores para hacer la institución más efectiva y democráticamente más legítima.
Ese será el reto que tendrá que afrontar también Yellen. Pero la próxima presidenta se enfrenta a un problema. Al subir los tipos de los bonos y reducir en paralelo los activos en cartera, mandará menos dinero al Tesoro de EE UU y eso puede restarle peso político en Washington. Pero ese ya no será el problema de Ben.
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