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La quiebra millonaria de OGX proyecta sombras en la economía de Brasil

La catástrofe financiera del magnate Eike Batista, hasta hace poco aspirante a hombre más rico del mundo, pesa sobre la política, las finanzas y los ciudadanos del país como una advertencia

Juan Arias
Eike Batista, en una conferencia en 2012.
Eike Batista, en una conferencia en 2012.FREDERIC J. BROWN (AFP)

Eike Batista era más que un empresario, a pesar de ser el séptimo más rico del planeta y de albergar el sueño de llegar a ser el número uno, era también un símbolo, el hombre de los mil proyectos siempre realizados con éxito. Su marca empresarial era el optimismo. Y ante el mundo, era la cara risueña del “Brasil de esperanza". Llevaba en su ADN las huellas del triunfo.

Todo lo que le rodeaba en su Grupo EBX dividido en cientos de empresas en las que, el envidiado empresario y mecenas de causas culturales y sociales, quiso abarcarlo todo: petróleo, industria naval, minerales, incluso oro y diamantes. Y todo era calculado en cientos y miles de millones de dólares.

Hasta que de repente, todo aquel castillo se desmoronó. La quiebra de su petrolera OGX, la mayor de una empresa de América Latina, que le ronda a las espaldas, le ha llegado, cruel, en vísperas de este domingo 3 de noviembre, en que Batista celebrará un cumpleaños descrito como “melancólico” por la prensa.

También melancólica fue su despedida primero de su Twitter siempre triunfador y exaltado, hace unos meses, hasta su reciente salida de la Bolsa de São Paulo donde las acciones de algunas de sus empresas, hasta ayer victoriosas y codiciadas, cayeron en la miseria de siete centavos de dólar, “el precio de un caramelo”, escribió la prensa económica sin piedad.

Todo podría quedar ahí si se tratara sólo de una quiebra más de un empresario que se equivocó en sus ambiciones. Sin embargo, para Brasil, la catástrofe financiera de Batista es algo más: pesa como una sombra siniestra sobre el país, tanto sobre la política como de las finanzas, y hasta sobre el hombre de la calle.

Su derrota cogió de sorpresa a todos. Desde el popular expresidente, Lula da Silva para quién el empresario de grito era una especie de tarjeta de visita del país que estaba conquistando el mundo con su creatividad empresarial y optimismo brasileño, al mundo de los bancos, de las demás empresas, del petróleo y de la Bolsa.

Al empresario que convertía en oro todo lo que tocaba con sus malabarismos de capitalismo moderno y arriesgado, le abrieron las puertas todos: gobierno, políticos, banqueros, lobistas. Todos dispuestos a ser coprotagonistas de aquella Fiesta de Babette.

Nadie quería quedarse fuera. A sus pies cayeron desde Petrobrás, uno de sus mayores sostenedores y acreedores, que le entregó una pieza del festín de la explotación de petróleo en aguas profundas, el Tiburón Azul, a los grandes bancos públicos que le inyectaron hasta miles de millones de reales, como el BNDES (Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social) a la Caja Económica.

Todos creían en la magia de su triunfo imparable.

El empresario millonario les ha dejado a todos, sin embargo, desnudos y perplejos, y los ciudadanos se preguntan quienes pagarán ahora los platos rotos. Por lo pronto parece que no será ni el gobierno ni los bancos, sino sobretodo los accionistas minoritarios, como siempre. Y en último término todos los brasileños.

Perpleja está Petrobrás, ya que Batista apunta como una de las causas de su quiebra al hecho de que el campo petrolífero Tiburón Azul, no tenía ni una tercera parte del crudo que se había anunciado. Más aún, la tecnología para poder extraerlo a siete kilómetros debajo del mar se habría demostrado difícil y cara. Esta confesión lanza una sombra peligrosa sobre el presal brasileño considerado como el maná del futuro que podría hacer de Brasil uno de los países más ricos del mundo.

Cuando Batista dice que si de algo se arrepiente es de no haberse “alejado de los mercados”, vuelve a lanzar nuevas sombras sobre ellos y sobre el capitalismo fácil que se arrodilla ante las más arriesgadas operaciones financieras inventadas por los grandes bancos y los especuladores de turno. Y al quedar de manifiesto que fueron los grandes bancos públicos, apoyados por los políticos de peso, los que se volcaron con el millonario abriéndole sus puertas y entregándole un dinero que era de los ciudadanos. Esto puede crear ahora un problema a la hora de financiar a otras empresas.

Todo ello sin contar que, por ejemplo, en Río de Janeiro se han quedado huérfanos una serie de proyectos ya en curso que debería haber financiado el magnate Batista, que van desde la reestructuración de zonas enteras de la ciudad, en vistas a los Juegos Olímpicos del 2016, a proyectos sociales de envergadura en las favelas “pacificadas”.

Todo se ha deshecho de repente como una pompa de jabón, empezando por el astillero monumental de São João de Barro, también en el Estado de Río, que iba a ocupar más de tres millones de metros cuadrados .

Hoy los brasileños se preguntan si el de Batista debe ser el modelo de esa pléyade de jóvenes emprendedores cada vez más numerosos y con ganas de triunfar. Una sombra que tardará en despejarse y que como escribía un economista obligará a todos: "políticos, empresarios, banqueros y simples ciudadanos a repensar ciertos entusiasmos demasiado fáciles de un capitalismo tantas veces sin límites y sin frenos".

Aquel millonario, cuyo modelo que había entrado en los sueños de un Brasil triunfador, el hombre más buscado desde Brasilia a Wall Street, se ha convertido en un puñado de ceniza. Brasil necesita ahora mirar hacia otro lado, hacia otros modelos empresariales, quizás más alejados de los rankings planetarios y de las revistas del corazón, pero con menos riesgos de quiebras desalentadoras.

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