Robert Taylor, creador del jabón líquido para manos
Su estrategia para lanzarlo al mercado es un modelo de astucia empresarial
Cuando un negocio entra en la vía rápida, el gran reto para el patrón es mantener el éxito. Y eso es precisamente lo que más preocupaba a Robert Taylor cuando inventó el jabón líquido para lavarse las manos. Estaba tan convencido de que su producto iba a ser un éxito que temía que otras compañías más grandes le copiaran la idea y fueran más rápidas al responder a la demanda del mercado.
Taylor falleció el pasado 29 de agosto, a los 77 años de edad. El jabón en bote, que él denominó SoftSoap, es ahora un producto de higiene de masas. Con su dispensador dijo adiós a la pastilla y revolucionó la manera en la que la gente se lava las manos en todo el mundo. Pero para que la competencia no se hiciera con el negocio, el empresario tuvo que apostar fuerte.
Lo que hizo para proteger su invención es de libro, hasta el punto de que la revista Inc. Magazine consideró recientemente su acción como una de las más astutas en la historia empresarial de EE UU: acudió a los únicos dos manufactureros que podía producir su flamante invención y les encargó dispensadores suficientes para tenerlos ocupados durante todo un año.
Eso le dio tiempo para dar a conocer la marca y establecerse en el mercado, antes de que empresas más grandes procedieran a dar un bocado a la tarta. En seis meses vendió mercancía por valor de 25 millones de dólares, con lo que dobló la inversión inicial. El SoftSoap fue uno entre la docena de negocios que creó. También son suyas las fragancias Obsession y Eternity, de Calvin Klein.
El ingenioso empresario, formado por la Universidad de Stanford, empezó en el mundo de los negocios ya de niño, aunque fue el jabón embotellado el que le lanzó a lo más alto. Trabajó como vendedor del conglomerado de productos de salud e higiene Johnson & Johnson tras graduarse. Su primera compañía fue de marketing. Y desde ahí, fue construyendo éxito sobre éxito.
SoftSoap, como otras de sus empresas, acabó siendo vendida a Colgate-Palmolive en 1987. Dos años después haría lo mismo con las dos fragancias de Calvin Klein, que pasaron a propiedad de Unilever. El dinero que recaudó con esas dos operaciones volvió a invertirlo en nuevas empresas, que le convirtieron en uno de los grandes titanes de la industria de la higiene personal.
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