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Sin noticias de Draghi

El BCE estudia nuevas medidas para ayudar a España e Italia

Claudi Pérez
Mario Draghi, presidente del BCE.
Mario Draghi, presidente del BCE.K. PFAFFENBACH (REUTERS)

La gestión de la crisis europea es más que discutible. En Bruselas y en Berlín, pero también en Fráncfort. Mientras el resto de bloques económicos del mundo van saliendo —a trancas y barrancas— de la Gran Recesión, la eurozona sigue sumergida en un cóctel venenoso que mezcla caídas del PIB, paro en máximos, desaceleración industrial, desconfianza y, sobre todo, dogmatismo (“las ideas neoliberales están integradas en la infraestructura básica de la UE y sobre todo de la eurozona”, critica el Nobel Joseph Stiglitz). Tampoco falta algún que otro error grave, como la gestión del rescate a Chipre.

Los datos empeoran a diario, pero la receta europea sigue siendo la misma contra viento y marea: austeridad y reformas, y alguna ayudita del Banco Central Europeo si las cosas se ponen verdaderamente feas. Nadie entre los dirigentes admite que puede que Europa esté equivocada. Nadie mueve una ceja a la espera de las elecciones alemanas de otoño. Y menos que nadie el presidente del BCE, Mario Draghi, que en una posición extremadamente delicada por el peso específico de Alemania dentro del banco central ha sabido navegar por aguas turbulentas apenas con declaraciones, con palabras. Pese a esos conjuros, los resultados no llegan. Y el BCE está cada vez más señalado a causa de una desesperante pasividad de la que sale mal parado en la comparativa con los demás grandes bancos centrales.

La última vez que Draghi hizo algo más que hablar fue hace mucho: a finales del pasado verano. En plena tormenta en los mercados, en agosto, dijo que haría todo lo necesario para salvar el euro, y al mes siguiente lanzó un programa de compra de deuda pública que nadie se ha atrevido a solicitar. Ahí se acabó el activismo. Desde entonces la recesión de la zona euro no ha hecho más que empeorar, y con ella todos los indicadores económicos salvo la inflación, la gran obsesión de Fráncfort.

Draghi y el BCE obtienen matrícula de honor en el control de los precios. Y sin embargo no consiguen que los impulsos de su política monetaria lleguen a alguna parte: en los últimos meses se ha intensificado la fragmentación financiera de la eurozona, un fenómeno tan sencillo de explicar como complicado de resolver. A parecidos niveles de solvencia, las pequeñas empresas italianas y españolas pagan por sus préstamos muchos más intereses que las alemanas o las francesas, algo que ha provocado el nerviosismo del Gobierno español, que aduce que así es mucho más difícil invertir, crear empleo y salir de la crisis. ¿Qué hace Draghi al respecto? Prepara alguna que otra medida, y en general se lava las manos: asegura que eso es problemas de las autoridades nacionales.

Draghi y el BCE sacan matrícula de honor en el control de la inflación, pero sus impulsos no llegan a ninguna parte

El BCE estudia desde el pasado enero la posibilidad de poner en marcha nuevas medidas extraordinarias. Fuentes próximas al Eurobanco afirman que puede haber alguna medida en mayo —otras fuentes aseguran que no habrá nada hasta junio o mientras no haya un Gobierno en Italia— para calmar las aguas. No habrá, en todo caso, una bala de plata: no saldrá un conejo de la chistera de Draghi. Si alguien esperaba que el Eurobanco adoptara medidas parecidas a las de la Reserva Federal estadounidense, el Banco de Inglaterra o el Banco de Japón, puede darse por decepcionado.

“La eurozona ha hecho progresos considerables”, aseguraba Draghi esta semana en Ámsterdam, pero lo que queda por delante “no es responsabilidad de la política monetaria, que lo máximo que puede hacer es evitar un desapalancamiento brusco y garantizar la estabilidad de precios”. Son los Gobiernos quienes deben abordar “dolorosas medidas” para equilibrar sus cuentas públicas, hacer las reformas estructurales imprescindibles para recuperar competitividad y restañar las debilidades que aún se detectan en el sistema financiero.

“Es muy difícil hacer pronósticos, pero creo que, por desgracia, el BCE va a hacer muy poco”, vaticina Paul De Grauwe, de la London School of Economics. “Lo más probable es que en mayo o junio reduzca el tipo de interés un cuarto de punto, hasta dejarlo en el 0,5%, pero esta medida sería simbólica, sin prácticamente ningún impacto. La única medida efectiva es comprar bonos de los países del sur para rebajar los rendimientos de su deuda; y no creo que vayamos a ver esto por la oposición de Alemania”, sostiene. De Grauwe aboga por la compra de todo tipo de activos en España —un quantitative easing a la europea— y en los países en los que se han deteriorado las cosas.

El BCE guarda un silencio sepulcral. En las últimas semanas ha circulado un informe interno sobre las posibilidades que hay sobre la mesa. El problema es el de siempre: Alemania. El presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, ha abierto la puerta a una rebaja de tipos, pero no quiere oír hablar de otras cosas. Alemania no quiere que el BCE asuma más riesgos: cree que el resto de bancos centrales pagará en su día los experimentos en los que se han embarcado. Y se agarra al riesgo moral: la tesis preferida del establishment europeo consiste en que si el BCE pone las cosas fáciles, España o Italia no harán las reformas imprescindibles.

El BCE estudia desde enero la posibilidad de adoptar nuevas medidas. El problema es el de siempre: Alemania

“El frustrante servilismo ibérico, la ingobernabilidad italiana, la impotencia francesa y la irrelevancia de Bruselas dejan a Alemania sola con sus propias rigideces y limitaciones, incapaz de asumir el liderazgo y salir del atolladero”, señala Jordi Vaquer, del Cidob. “Sólo el abandono de un discurso de virtud y moralidad abriría la puerta a una revisión pragmática que lleve a una nueva manera de aproximarse a la crisis de la deuda, basada no en la virtud intrínseca de las políticas, sino en sus efectos reales. Se trata de abandonar la estéril contraposición de valores (austeridad contra crecimiento, responsabilidad contra solidaridad, lo correcto contra lo justo) que está dificultando la salida del círculo vicioso que corroe el proyecto europeo”, cierra.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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