Elecciones globales en Estados Unidos
Los ciudadanos de otros países prefieren la victoria de Barack Obama ante Mitt Romney
La mayoría de los habitantes del mundo no podrán votar en las elecciones presidenciales estadounidenses, aun cuando su resultado pone mucho en juego para ellos. Por abrumadora mayoría, los ciudadanos de otros países prefieren la reelección de Barack Obama a una victoria de su retador, Mitt Romney. Y tienen buenos motivos para ello.
En términos económicos, los efectos de las políticas de Romney, que crearán una sociedad más desigual y dividida, no se sentirán directamente en el extranjero. Pero en el pasado, para bien y para mal, otros a menudo han seguido el ejemplo estadounidense. Muchos Gobiernos adoptaron rápidamente el mantra de Ronald Reagan sobre los mercados desregulados: fueron políticas que eventualmente desembocaron en la peor recesión mundial desde la década de 1930. Otros países que siguieron el liderazgo estadounidense han experimentado crecientes desigualdades: más dinero para los ricos, menos para los pobres y el debilitamiento de la clase media.
Las políticas contractivas propuestas por Romney —en un intento prematuro para reducir los déficits cuando la economía estadounidense es aún frágil— casi seguro debilitarán el ya anémico crecimiento de EE UU, y si la crisis del euro empeora, podrían producir otra recesión. En ese punto, con una reducción de la demanda estadounidense, el resto del mundo sí sentiría de forma bastante directa los efectos económicos de una presidencia de Romney.
La Gran Recesión debilitó tanto el poder de persuasión estadounidense como lo hicieron las guerras en Irak y Afganistán con su poder militar
Eso trae a colación la cuestión de la globalización, que conlleva acciones concertadas en muchos frentes por parte de la comunidad internacional. Pero no se avanza sobre lo necesario para el comercio, las finanzas, el cambio climático y gran cantidad de áreas adicionales. Son muchos quienes atribuyen parcialmente estos fracasos a la falta de liderazgo estadounidense. Pero si bien Romney puede bravuconear y mostrar una fuerte retórica, es poco probable que otros líderes mundiales lo sigan, porque consideran (y para mí están en lo correcto) que conducirá a EE UU —y a ellos— en la dirección equivocada.
La excepción estadounidense puede venderse bien en casa, pero cotiza mal en el extranjero. La guerra en Irak del presidente George W. Bush —posiblemente una violación del derecho internacional— demostró que, aun cuando el gasto militar estadounidense equivale casi al de todo el resto del mundo combinado, EE UU no logró pacificar un país con menos del 10% de su población y el 1% de su PBI.
Más aún, resultó que el capitalismo al estilo estadounidense no fue ni eficiente ni estable. Cuando los ingresos de la mayoría de los estadounidenses se estancaron durante una década y media, resultó claro que el modelo económico estadounidense no beneficiaba a la mayoría de los ciudadanos, dijeran lo que dijeran los datos oficiales de PIB. De hecho, el modelo estalló incluso antes de que Bush terminara su mandato. Junto con los abusos a los derechos humanos bajo su presidencia, la Gran Recesión —la consecuencia predecible (y predicha) de sus políticas económicas— debilitó tanto el poder de persuasión estadounidense como lo hicieron las guerras en Irak y Afganistán con su poder militar.
Si bien Bush no se presenta a las elecciones, Romney no se ha distanciado verdaderamente de las políticas de su presidencia
En términos de valores —a saber, los valores de Romney y su compañero de candidatura, Paul Ryan—, las cosas no pintan mucho mejor. Por ejemplo, todos los países avanzados reconocen el derecho a una atención sanitaria asequible, y la ley propuesta por Obama al respecto representa un paso significativo en esa dirección. Pero Romney ha criticado este esfuerzo y no ha ofrecido nada en su lugar.
EE UU se distinguió por estar entre los países avanzados con menos igualdad de oportunidades para sus ciudadanos. Y los dramáticos recortes presupuestarios de Romney, dirigidos a los pobres y a la clase media, limitarán aún más la movilidad social. A la vez, ampliará el sector militar, destinará más dinero a armas que no funcionan contra enemigos que no existen, enriqueciendo a los contratistas militares como Halliburton a costa de la tan necesaria inversión en infraestructura y educación.
Si bien Bush no se presenta a las elecciones, Romney no se ha distanciado verdaderamente de las políticas de su presidencia. Por el contrario, su campaña ha incluido a los mismos asesores, la misma devoción por un mayor gasto militar, igual creencia en que los recortes impositivos a los ricos son la solución a todos los problemas económicos y la misma matemática borrosa en sus presupuestos.
Consideren, por ejemplo, las tres cuestiones centrales de la agenda global que mencionamos antes: cambio climático, regulación financiera y comercio. Romney ha mantenido silencio sobre la primera, y muchos en su partido son negacionistas climáticos. El mundo no puede esperar un genuino liderazgo de Romney en ese tema.
Respecto a la regulación financiera, si bien la reciente crisis ha resaltado la necesidad de normas más estrictas, ha sido difícil lograr acuerdos sobre muchos temas, en especial porque la Administración de Obama está demasiado próxima al sector financiero. Con Romney, sin embargo, no habría distancia en absoluto: metafóricamente hablando, él es el sector financiero.
Un problema financiero sobre el que hay acuerdo global es la necesidad de cerrar los paraísos bancarios, que existen principalmente para eludir y evadir impuestos, lavar dinero y facilitar la corrupción. El dinero no viaja a las Islas Caimán porque el sol lo hace crecer más rápido; ese dinero prospera a la sombra. Pero ante la falta de arrepentimiento por parte de Romney sobre su propio uso de los bancos en las Islas Caimán, es poco probable que veamos progresos incluso en esta área.
Sobre el comercio, Romney promete lanzar una guerra comercial contra China y declarar a ese país un manipulador del tipo de cambio desde el primer día —una promesa que le deja poca capacidad de maniobra—. Rehúsa reconocer la importante apreciación en términos reales del yuan en los últimos años o aceptar que, si bien las variaciones en la tasa de cambio de China pueden afectar el déficit comercial bilateral, lo importante para EE UU es el déficit comercial multilateral. Un yuan más fuerte simplemente implicará que EE UU cambie a China por otros productores de textiles y más bienes a bajo costo.
La ironía —que pasa inadvertida a Romney— es que otros países acusan a EE UU de manipulación cambiaria. Después de todo, uno de los principales beneficios de la política de flexibilización cuantitativa de la Reserva Federal —tal vez el único canal con efectos significativos sobre la economía real— se deriva de la depreciación del dólar estadounidense.
Hay mucho en juego para el mundo en la elección estadounidense. Desafortunadamente, la mayoría de los afectados —casi todo el mundo— no podrán influir en el resultado.
Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2001, es catedrático en la Universidad de Columbia.
(c) Project Syndicate, 2012.
Traducción de Leopoldo Gurman.
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