Las claves de un cambio necesario
La sustitución de Rodrigo Rato por José Ignacio Goirigolzarri es el triste final de una historia que empezó mal y ha acabado peor
La sustitución de Rodrigo Rato (Madrid, 1949) por José Ignacio Goirigolzarri (Bilbao, 1954) es el triste final de una historia que empezó mal y ha acabado peor. Los dos grandes partidos PSOE y PP, tomaron las cajas de ahorros como entes de su propiedad, lo que se ha demostrado como uno de sus mayores males. Cuando todo iba bien, las cajas aguantaron los problemas que suponen estar a las órdenes de políticos, cuyos intereses no coinciden con los de los gestores. La intensa guerra de Esperanza Aguirre, presidenta de Madrid, contra Miguel Blesa, entonces presidente de Caja Madrid, acabó con la llegada de Rodrigo Rato en 2010, cuando la crisis ya golpeaba duro.
La herencia que recibió fue mala: fallidas inversiones inmobiliarias, excesivo negocio con inmigrantes y un negocio con muy poco margen financiero. Es decir, una caja que ganaba poco dinero y tenía muchos problemas. Los insuficientes ingresos para provisionar todo lo que se le venía encima complicaron su futuro. El exvicepresidente económico tenía un perfil político y de responsable internacional en el FMI, pero no era un financiero. Y menos, un financiero capaz de lidiar con el toro que se venía encima. Lo peor que le podía pasar era unirse a otra entidad que tuviera más activos tóxicos en el ladrillo. Fue eso exactamente lo que hizo Rato, fusionarse con Bancaja. Con el enorme empuje del PP (que resolvía la situación personal de José Luis Olivas), el visto bueno del Banco de España y la complacencia del Gobierno socialista, se aprobó la unión a Bancaja que incluyó la absorción de cinco cajas más del PP, pequeñas, pero capaces de complicar enormemente la integración y no traer beneficios significativos.
El resultado es que se creó la mayor inmobiliaria de España, con una cartera de créditos problemáticos y activos adjudicados por valor de 31.800 millones. Rato mantuvo un consejo dominado por los políticos y nombró un equipo gestor de bajo perfil, sus mayores errores. Su primer ejecutivo, Francisco Verdú, consejero delegado, había llevado una entidad veinte veces más pequeña que Bankia, la Banca March.
Rato se afanó en reducir costes, y lo hizo con éxito, pero hubiera necesitado tener más tiempo, más ingresos, mejores colaboradores y políticos menos torpes. Para llegar hasta el desastre actual, ha contado con la colaboración de la crisis –que ha durado más de lo nadie podía anticipar-, los errores de Bruselas con el sector bancario y las dubitativas reformas financieras del PSOE y del PP, que han sido duros de digerir. La crueldad del destino ha hecho que sea el FMI, su antigua casa, el último empuje para su final cuando le señaló en su último informe como una entidad sistémica con enormes problemas. La solución ha sido nombrar al mejor gestor que no está trabajando, Goirigolzarri, solo que con dos años y medio de retraso. Demasiado tiempo perdido lo que hace que el reto para Goirigolzarri sea descomunal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.