El autogobierno y la defensa del gallego
Tengo en mis manos el que, seguramente, fue uno de los últimos escritos de puño y letra de don Manuel Fraga dado el delicado estado de salud en el que se encontraba en las últimas semanas. Se trata de una tarjeta de Navidad recibida el día 2 de enero, en la que me resulta difícil descifrar las dos líneas en las que, a buen seguro, expresa sus deseos, pero sí que se puede leer con toda claridad que termina diciendo: "Para usted y para Galicia". En sus últimos días, don Manuel, desde la distancia en Madrid, seguía teniendo a Galicia, a su tierra, en su pensamiento y en sus mejores deseos.
Este hecho me lleva a centrar este artículo no en glosar la figura de Fraga como intelectual y estadista de primer nivel, eso lo harán seguramente otros con más autoridad que yo, sino en resaltar, en este momento de duelo, algunas vivencias, recuerdos y sentimientos fruto de los más de diez años a su lado, como secretario general del partido o como conselleiro de sus gobiernos. Un tiempo, en el que nacieron en mí sentimientos sinceros de afecto, admiración y respeto, siempre presentes, incluso en aquellos escasos momentos en que por razón de lealtad me vi obligado a expresarle alguna opinión discrepante.
Recuerdo con cariño y gratitud que don Manuel siempre se dirigía a mi expresándose en nuestra lengua propia, en gallego, y como anécdota, recuerdo la cena que compartimos en Santiago con el entonces presidente del Consejo de la Abogacía Española, Eugenio Gay Montalvo, como en el transcurso de la conversación, en más de una ocasión en que se dirigía a mí para interpelarme sobre alguna cuestión, lo hacía en la lengua de Rosalía. Terminada la cena, y con cierta incredulidad, Eugenio Gay me preguntaba: "¿Ah, pero don Manuel habla en gallego?".
Pero al margen de anécdotas concretas, el amor a Galicia, a su cultura y a su lengua fueron siempre una constante en el pensamiento y en la práctica de don Manuel Fraga a lo largo de la etapa, en que, después de "prepararse todo al vida para ello", según sus propias palabras en el primer discurso de investidura como presidente de la Xunta, asumía la tarea de profundizar en el autogobierno y modernización de nuestra tierra.
Pocos como él, castellanohablante en su infancia y alejado de Galicia la mayor parte de su vida profesional y política, vieron con claridad la necesidad de defender, promover y usar nuestra lengua, sin ningún desdoro o menoscabo del castellano como lengua oficial del Estado. Pocos como él, en épocas de abundancia, vieron la necesidad de acometer la racionalización de las Administraciones públicas, impulsando su eficiencia y no duplicidad a través de la llamada Administración única, o proponiendo la reforma del Senado para convertirlo en una cámara útil, que cumpliese la función constitucional de ser la cámara de representación territorial, su gran frustración, tras la etapa de senador, según me confesó en la visita que le hice en su despacho del Palacio de la Plaza de la Marina Española de Madrid, hace ahora un año.
Desde su firme posición en la defensa del Estado de las autonomías y de la unidad de España, que creía absolutamente compatibles, bajo su dirección, y por primera vez en la historia del PP de Galicia, presentamos en el congreso nacional del PP de año 2002, una enmienda a la ponencia política con objeto de propiciar la participación de las Comunidades Autónomas en la formación de la voluntad del Estado en las decisiones de la Unión Europea en cuestiones de la exclusiva competencia de estas, en la línea de lo que ya ocurría en otros Estados compuestos de la Unión. Cuando después de una visita a Madrid le trasmití el poco entusiasmo que tal enmienda causaba en la cúpula del partido y la amable invitación que nos hacían para que fuese retirada, me dijo: "Se vostede ten medo, eu mesmo a irei a defender". La enmienda se debatió e incorporó y hoy aquella propuesta forma parte de los mecanismos de participación de España en las decisiones de la UE.
Pero en un momento en que la corrupción salpica la vida pública y una parte importante de la ciudadanía recela y pone a la clase política entre sus principales preocupaciones, no puedo terminar este artículo sin hacer referencia a la dimensión ética de don Manuel. Extremadamente exigente consigo mismo, vivió con intensidad la actividad pública y, aun con las contradicciones propias de quien fue protagonista en una etapa especialmente triste de la historia de España, buscó siempre el interés general por encima de sus intereses personales y, con la misma intensidad, puso siempre la ética de los hechos por delante de la estética de las palabras, aunque esto le acarrease más de un problema de imagen.
Descanse en paz.
Jesús Palmou fue secretario general del PP gallego
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