Una tacita de caldo (o dos)
Para celebrar el día de San Antón, el próximo martes 17 de enero, el renovado mercado del mismo nombre invita a "un caldito calentito a todos los vecinos y amigos de Chueca que se acerquen", y pueden ir con o sin mascota, por aquello del patrón de los animales.
Lo de llevar la mascota a los sitios es otro cantar (tema de otro artículo, vaya). Lo que me llama la atención es el hecho de la tacita de caldo solo un día. ¿Por qué no dejarlo para siempre? ¿No podría ser un negocio? ¿No somos en Madrid suficientemente soperos como para consumir caldos para animarnos y templar la temperatura corporal en invierno? Y en verano tampoco estaría mal soportar el calor con la ayuda de sopas frías.
Recuerdo que hace años el invernal paseo por las calles de Berlín se me hizo más llevadero gracias a las tiendas Soup Kultur, donde ofrecen tazones contundentes como para sustituir una comida.
Pensé que la idea en Madrid podría funcionar, pero me quedé con la duda. "En Portugal son más soperos que aquí", me comentaron unos amigos que conocían un negocio de sopa y ensaladas en ese país.
En Tokio, donde las sopas y los caldos de fideos se encuentran por doquier para tomar en la calle como tentempié, me topé en el invierno de 2010 un espacio recién estrenado en Nihonbasi, Ninben, dedicado por entero al dashi, un caldo hecho con virutas de bonito. "Parece agua pero al segundo sorbo ya notas que es alimenticio", dice sabiamente la cocinera Carme Ruscalleda.
En el Dashi Bar de Ninben siempre hay cola para tomar un vasito a 100 yenes de dashi hecho al momento, nada de caldo industrial. Genial lo de sopa a todo un euro, piensa mi apetito invernal en busca de sensaciones gastronómicas de comida confortable.
Si en Madrid triunfara un negocio parecido, el refrán "¿Quieres caldo? Toma dos tazas" perdería el sentido despectivo.
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