Obama-Clinton, la candidatura perfecta
El comienzo de un nuevo año es un buen momento para los propósitos, y los admiradores de Hillary Clinton ya están ocupados tomando cariñosamente decisiones en su nombre. En un aparte, sus amigos me dicen que, tras unos años de hiperactividad trotando por el mundo, lo que realmente necesita es relajarse y dictar otro volumen de sus memorias mientras le da la lata a Chelsea para que le dé nietos. ("Necesita una temporada de descanso", dijo su marido a ABC). En el extremo opuesto, un par de asesores demócratas, Patrick Caddell y Douglas Schoen, proponen designarla ya mismo candidata presidencial demócrata para 2012, le guste o no. ("Clinton no solo está mejor situada para ganar en 2012 que Obama, sino que está mejor situada para gobernar si lo hace", escribían en The Wall Street Journal). Otros adeptos serviciales se han dado cuenta de que la Universidad de Brown busca un nuevo presidente, o la han imaginado creando un clon de la Iniciativa Mundial Clinton centrada en la conquista de poder por las mujeres. O puede que Ruth Bader Ginsburg decida jubilarse, y deje una vacante en el Tribunal Supremo.
Clinton, de candidata a la vicepresidencia de EE UU, ayudaría como nadie a la reelección de Obama
La opción correcta no es ninguna de las anteriores.
Hillary Clinton tiene 64 años, una ética del trabajo calvinista, la resistencia de una atleta olímpica, una inteligencia emocional que se corresponde con su coeficiente intelectual, y los instintos políticos de un Clinton. Tiene una capacidad de empatía impresionante -inestimable en la política o el arte de gobernar- para imaginar cómo ve el mundo un aliado o adversario. Escucha y aprende de sus errores. Era una presidenta perfectamente plausible hace cuatro años, y eso era antes de que mostrase sus dotes como encantadora de serpientes diplomática. (Pakistán y Libia son lo de menos, hablo de la Casa Blanca de Obama). Es, según Gallup, la mujer más admirada de EE UU por décimo año consecutivo, por delante de Oprah Winfrey, Michelle Obama, Sarah Palin y Condoleezza Rice; su índice de aprobación, del 64%, es más alto que el de cualquier otra figura política del país.
Así que es demasiado pronto para abandonar la gran ambición. Y a muchos de nosotros nos decepcionaría profundamente si lo hiciera. Esto no sería asunto nuestro si se hubiese quitado de en medio tras su época como primera dama. (Nadie piensa demasiado en lo que hará próximamente Laura Bush). Pero luego se pasó al Senado, a una campaña que casi la lleva a la presidencia y a una legislatura sólida como secretaria de Estado. Hizo que nos creáramos expectativas.
La propuesta de designarla en lugar de Obama este año es ridícula. Exagera la vulnerabilidad del presidente y no tiene en cuenta la lealtad de Hillary. Pero la idea de que debería sustituir a Joe Biden como compañero de candidatura de Obama en 2012 es otra cosa. Lleva más de un año debatiéndose en los blogs sin ningún éxito, principalmente porque ha sido descartada autoritaria y enfáticamente por Clinton, Biden y el equipo de Obama.
Es hora de tomársela en serio.
Conozco los argumentos en contra de esta posibilidad, y me referiré a ellos. Pero los argumentos a favor son tan simples como contar hasta tres. Uno: contribuye más a garantizar la reelección de Obama que cualquier otra cosa que puedan hacer los demócratas. Dos: aumenta las probabilidades de que, llegado el próximo enero, él no sea un presidente saliente con un Congreso paralizado, sino un presidente rejuvenecido con un mandato y un Congreso que podría ser algo menos severo. Tres: convierte a Hillary en la sucesora natural del partido en 2016. Si se mantiene al margen de la política durante los próximos cuatro años, otros demócratas (sí, gobernador Cuomo, ya vemos que ha levantado la mano) llenarán el vacío.
Aportaría a la campaña de este año una calidez que se echa en falta y parte del voltaje que se disipó cuando Obama dejó de hacer campaña y empezó a gobernar. Lo que nos entusiasma no es solo la perspectiva de tener a una mujer a un paso -y a cuatro años- de la presidencia, aunque ciertamente encarna las aspiraciones de muchas mujeres. Es la posibilidad de que la primera mujer que alcance la cumbre tenga unas cualidades tan manifiestas que el hecho de que sea la primera pase a ser algo secundario.
Lógicamente, el mayor obstáculo para que se cumpla esta hipótesis es el presidente Barack Obama, reforzado por quienes lo rodean. Los Obama consideran desde hace mucho tiempo que los Clinton representan el lado escabroso de la política: los tejemanejes, las maquinaciones, el interminable chismorreo, la campaña permanente; en resumen, las cosas que este presidente tan profesional podría haber usado más durante su primera legislatura. Los Clinton -Bill al menos- han tendido a ver a Obama como alguien políticamente ingenuo, sumido en una arrogancia juvenil, un solitario, más contento con estar en lo correcto que con tener éxito. Puede que la desconfianza se haya aplacado un poco, ya que Hillary ha demostrado ser la más fiel de los aliados. Y Bill ha sido un defensor bastante disciplinado de esta Administración, aunque sus apoyos suelen ir acompañados de una dosis de consejos paternalistas (y públicos). Pero los Obama y los Clinton siguen siendo un matrimonio de conveniencia.
El círculo cercano de Obama cree que el presidente no necesita a Hillary para conseguir un segundo mandato. Justo ahora, cuando el campo republicano parece un parabrisas salpicado de bichos aplastados y el candidato con más posibilidades les causa a muchos en su propio partido la misma impresión que un traje vacío, resulta comprensible esa confianza. Pero los demócratas no deberían ponerse demasiado gallitos. Mitt Romney, como he sostenido antes, tiene argumentos para convencer a los votantes y los recursos para hacerlo. En Iowa, aprovechándose del liberal fallo del Tribunal Supremo sobre los gastos de campaña, hizo caer a Newt Gingrich con una máquina de ataque "independiente" de potencia considerable.
Es más, aunque Obama pueda ganar sin Hillary, hay muchos argumentos en favor de mejorar los resultados. Si ella es capaz de hacer en 2012 lo que hizo Obama en 2008 -avivar esa sensación de posibilidad histórica-, la pareja puede llevarse con ella a algunos candidatos de la Cámara y el Senado. Una de las razones por las que a los republicanos les fue tan bien en las elecciones al Congreso de 2010 es que salvaron la distancia entre sexos y se llevaron el voto femenino por 51 a 49. Esas mujeres volverán en masa a Hillary, más aún si la candidatura republicana se bloquea con un programa de guerra cultural. Y, por cierto, el electorado hispano hará lo mismo, lo que asegurará Estados tan amenazados como Florida, Nuevo México, Nevada y Colorado.
La vicepresidenta Clinton sería un formidable activo a la hora de gobernar y durante la campaña, como calculadora política y como emisaria en el Capitolio. Tiene, por decirlo de manera sutil, la capacidad de saber moverse en el mundo de los hombres poderosos y problemáticos.
En el caso de que Obama tenga la sensatez (o, si la economía no consigue recuperarse, la necesidad desesperada) de ofrecerle el cargo de vicepresidenta, algunos de los amigos más íntimos de Clinton le implorarán que lo rechace. Le dirán que supone empañar su reputación desempeñando la clásica función de perro de presa de la campaña que corresponde al segundón. Pero no tiene por qué ser así. Al igual que Romney, los demócratas pueden subcontratar a un supercomité de acción política para que se encargue del trabajo sucio que tradicionalmente le toca hacer al candidato a vicepresidente, lo que permitiría a Hillary seguir el camino del éxito. Y digan lo que digan sus amigos, de ninguna manera diría que no la obediente colegiala metodista a un "te necesito" del presidente.
Eso nos deja con el delicado asunto de deshacerse de Joe Biden. No es un candidato deslumbrante y -con cinco años más que Hillary- no es el sucesor de Obama. Pero es un funcionario público leal y hábil que merece ser tratado con honor.
Un politólogo que conozco propone la siguiente coreografía: a finales del invierno o principios de la primavera, Hillary renuncia a la Secretaría de Estado para descansar y escribir ese libro. El presidente le encarga a Biden -el antiguo jefe de relaciones exteriores del Senado- que añada la Secretaría de Estado a su cartera, lo que lo convierte en el vicepresidente más poderoso de la historia. Cuando llega la convención del partido en septiembre, Obama se traga su considerable orgullo e invita a una descansada Hillary a unirse a la candidatura. Biden se queda con la Secretaría de Estado. Los músicos tocan Happy Days Are Here Again
[Los días felices han vuelto] como si les saliese del alma.
Por supuesto, esto es más emocionante si es una sorpresa, y ahora la he estropeado. Lo siento. Pero no tanto como lo sentiré si -como me temo- no es más que una fantasía.
© 2012 New York Times News Service.Traducción de News Clips.
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