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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Siria, sin salida

La irrupción del terrorismo tras las revueltas pacíficas debilita doblemente al régimen

Un nuevo atentado suicida dejó ayer decenas de víctimas en pleno centro de Damasco. Es la segunda vez en dos semanas que la capital siria padece ataques de estas características, que el Gobierno de Bachar el Asad atribuye a los grupos islamistas que supuestamente dirigen las revueltas y la oposición al propio régimen. Con independencia de quiénes sean los autores, las matanzas solo añaden sufrimiento a un país que ha pagado con más de 5.000 muertos su deseo de poner fin a la dictadura hereditaria de la familia El Asad. Y aunque se trate de una reivindicación quimérica en una situación como la que vive Siria desde el inicio de las revueltas, la comunidad internacional no puede renunciar a la exigencia de que el Gobierno de Damasco investigue los hechos y ofrezca una versión más fundamentada que las vaguedades desgranadas hasta el momento.

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El Asad y su régimen tal vez imaginen que la irrupción brutal del terrorismo tras varios meses de revueltas pacíficas, aunque reprimidas a sangre y fuego, refuerzan su posición. Antes por el contrario, la debilita doblemente. Si tiene responsabilidad por acción u omisión en los atentados, porque habrá ahondado la fosa en la que yace desde hace mucho su legitimidad para seguir al frente de Siria; si no la tiene, porque su obstinación de mantenerse en el poder a cualquier precio estaría abonando el terreno para que Al Qaeda y sus franquicias puedan disimular su proyecto totalitario y sus métodos execrables detrás de una causa justa y con amplio apoyo popular.

La misión de la Liga Árabe que debía comprobar la situación sobre el terreno en Siria para dar paso a una salida política ha sido un fiasco debido a la parcialidad y la condescendencia mostradas hacia el régimen de El Asad. La organización sale malparada y, con ella, la tímida esperanza de poner fin a varios meses de muerte y destrucción. Nada volverá a ser como antes de las revueltas, incluso si la oposición pacífica detuviese ahora las protestas. Bachar el Asad es un presidente estigmatizado y los Gobiernos que se avinieran a tratar con él ignorando lo que ha pasado pondrían de manifiesto lo espurio de sus intereses y su verdadera naturaleza.

No hay signos de que la oposición pacífica vaya a ceder ni tampoco de que lo vaya a hacer el régimen sirio. La pregunta es cuánto tiempo seguirá paralizada la comunidad internacional.

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