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Italia pone en marcha los ajustes en medio de una creciente tensión social

El presidente Napolitano apoya a Monti y asegura que el sacrificio no será estéril

En cuanto dejen de explotar los petardos -que han dejado dos muertos y más de 500 heridos por toda Italia-, la realidad del año nuevo se presentará con toda su crudeza: sacrificios y más sacrificios. Los sindicatos, que estiman en 300.000 los trabajadores en peligro de perder su empleo, le acaban de advertir al primer ministro: "Existe un riesgo creciente de tensión social". Por si fuera poco, Mario Monti arrastra tras de sí el pecado original de no ser político y de haber accedido a la jefatura del Gobierno de forma interina, sin mediar elecciones. Lo ha expresado muy gráficamente Walter Veltroni, diputado izquierdista y alcalde de Roma desde 2001 a 2008: "La política italiana está siendo muy exigente con Monti después de haber sido poquísimo exigente consigo misma".

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El llamado gobierno técnico -con el profesor Monti a la cabeza- está bajo sospecha. Da igual que demuestre hacia las instituciones y los ciudadanos un respeto mucho mayor que Silvio Berlusconi desde que apareció en escena. Sin ir más lejos, el pasado jueves, el primer ministro empleó casi dos horas en explicar las medidas aprobadas por su Gobierno, respondiendo de buena gana a las 31 preguntas que le formularon los periodistas -aunque las comparaciones son odiosas, en un país vecino el nuevo presidente ha dado a conocer su gabinete sin admitir preguntas y aún no ha dicho esta boca es mía sobre los recortes puestos en marcha-. Monti ya había advertido al principio de su mandato que la salvación de Italia sería dolorosa, pero tal vez la inercia de dos décadas de discursos huecos hizo que pocos lo tomaran en cuenta.

Bien es verdad que existe otro problema, no menor. Ante la urgencia de los mercados y de Europa -artífices, a fin de cuentas, de la caída de Berlusconi-, Monti ha metido el bisturí por donde siempre se encuentra carne. Los trabajadores, los funcionarios, los pensionistas... Todo aquel que ya salía en la foto de un país con mucha riqueza escondida. El profesor aseguró que su Gobierno volvería a poner en valor tres conceptos venidos a menos, pero que fueron -y tendrían que seguir siendo- las vigas maestras de Italia y de Europa: libertad, justicia, solidaridad. Para ello, ha declarado la guerra a la evasión fiscal y promete meter en cintura a quienes amasan fortunas sin pasar por ventanilla. La cuestión es que, por el momento, se trata de una guerra teórica, de buenas intenciones, mientras la otra -la que recorta los sueldos y aleja la edad de jubilación- ya está provocando las primeras bajas. Hoy sube la luz, el agua y los combustibles, y requetesube -no ha dejado de hacerlo desde el día después de la llegada de Monti- la gasolina y el gasóleo.

No obstante, el primer ministro sigue manteniendo una baza a su favor. El apoyo del presidente de la República, Giorgio Napolitano. En su discurso de fin de año, el hombre que concita mayor respeto aseguró que los sacrificios no serán estériles, y que son necesarios para el futuro de los jóvenes: "Italia puede y debe hacerlo". Lo que Napolitano, solo criticado por los xenófobos de la Liga Norte -casi un honor, al fin y al cabo-, pretende es resucitar el orgullo histórico de los italianos. La certeza de estar ante un desafío histórico, como lo estuvieron después de la II Guerra Mundial, en el trágico 1977 de la inflación al 20% o frente al terrorismo de las Brigadas Rojas. Napolitano y Monti tienen ante sí un doble salto mortal: el de que los italianos vuelven a confiar en los políticos justo en el momento en que los políticos se ven abocados a hacerles la vida más difícil. La respuesta, en 2012.

El primer ministro italiano, Mario Monti.
El primer ministro italiano, Mario Monti.GUIDO MONTANI (EFE)

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