Toma de poder (católico)
Dicen los catecismos de la Iglesia romana que fe es "creer lo que no vimos". Inmediatamente, se pregunta al catecúmeno por qué cree lo que cree. "Creo estas cosas porque Dios así lo ha revelado, y la Santa Madre Iglesia así nos lo enseña". Con estos mimbres, los esfuerzos del teólogo Ratzinger (hoy Benedicto XVI) para hacer compatible fe y razón son tarea de titanes. En el mensaje leído ayer por el cardenal Rouco, el Papa proclamó que "la familia formada por José, María y Jesús es la puerta de ingreso en la tierra del salvador de la humanidad". Frutos del paraíso.
Aunque parezca increíble hoy entre tanta parafernalia eclesiástica, el fundador cristiano nació en un pesebre de cabras, no en palacios de cardenales. Los relatos sobre sus primeros años son fantásticos: apariciones de ángeles, embarazos prodigiosos, magos de países lejanos, un rey genocida de "santos inocentes". Es raro que muchacho tan privilegiado, cuando, ya adulto, empieza a hablar como un político radical, en su casa y en su familia no creían en él, sus parientes lo despreciaban y hasta pensaban que estaba loco. Lo dicen los evangelios de Marcos y Juan.
Dos mil años después, los sucesores se muestran inmensamente poderosos y organizan concentraciones para torcer el brazo al poder civil. Pero ayer, quinta celebración de estas jornadas, no tuvieron enemigo. Retirado Zapatero, entronizado Rajoy, los obispos se han quedado sin ira divina, y casi sin discurso, salvo el general de la ley: la defensa de "la vida y la familia arraigada en Jesucristo, que corre peligro en toda Europa" (Rouco dixit).
Queda otra curiosidad. ¿Hasta dónde llevarán su catolicismo militante algunos de los nuevos ministros? Los hay miembros de la famosa Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), entre cuyas obligaciones está la orden de comportarse sobre todo como fieles súbditos del Vaticano. "Nos interesa el catedrático, el jefe de empresa, el director de periódicos, el hombre que se dedica a la vida pública: hoy subsecretario; mañana, ministro. Con un fin, y es que estos hombres sirvan a Dios y sirvan a la Iglesia muy atentos a los consejos de Roma", según reza uno de sus principios. Nada menos.
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