De los nuevos ministros
Estos últimos días me he acordado de una de las reflexiones de García Gual acerca de la composición de La Ilíada. En concreto, cuando habla de la fórmula "nombre + epíteto" ("Aquiles, el de los pies veloces", "el muy sufridor Odiseo", etcétera): "Cada guerrero tiene sus epítetos, que el poeta no explica, pero que sirven siempre para calificar a tal o cual héroe". Y lo he hecho por los ministros del nuevo Gobierno, pero, sobre todo, por los ecos de su nombramiento. En términos generales, el eco periodístico les ha empapado con una lluvia de ditirambos: eficaces, expertos, con la lección aprendida, moderados, leales, sensatos, dialogantes... Un dechado de perfecciones, vamos. Y esa lluvia del "nombre + epíteto" acaba también por mojar a unos ciudadanos que huelen o creen oler -pese a no haber cambiado en nada sus condiciones objetivas- la tierra mojada de la confianza. Con todo, estas en apariencia inocentes e inocuas adjetivaciones no lo son tanto.
Elisabeth Noelle-Neumann señaló cómo "lo que procede de las imágenes simplificadas de la realidad es la realidad tal como la experimenta realmente la gente. Las 'imágenes que tenemos en la cabeza' son la realidad. No importa cuál sea verdaderamente la realidad, porque sólo cuentan nuestras suposiciones sobre ella. Sólo ellas determinan las expectativas, esperanzas, esfuerzos, sentimientos; sólo ellas determinan lo que hacemos. Pero estas acciones sí que son reales, tienen consecuencias reales y crean realidades nuevas". Ya antes Walter Lippmann situó la clave de bóveda de la opinión pública en la cristalización de las concepciones y las opiniones en "estereotipos" con carga emocional. Esos estereotipos, esas imágenes que tenemos en la cabeza, serían grabados por los medios de comunicación mediante innumerables repeticiones. Y así vemos aparecer a cualquiera de los ministros de nuevo cuño y las palabras experiencia, eficacia, sensatez... nos fluyen sin más como un reflejo condicionado. A la inversa nos sucede con la presencia de casi cualquier político socialista. Y de la noche a la mañana, el país parece haber recuperado esa "fe animal" -esa necesidad ciega de confiar que anida en el hombre y que tanto le ayuda a vivir- sólo con que los periódicos de la sospecha permanente mudaran sus adjetivos.
Mientras tanto, en el partido socialista se tiran los manifiestos a la cabeza. Más les valdría haberse manifestado antes -no en la segunda legislatura, como nos dicen tantos, sino ya en la primera, donde se sembraron los frutos podridos de la cosecha postrera-, cuando todo era untuosidad y actitudes muelle y acomodaticias. Ahora, como dice un antiguo verso francés, los socialistas -ante tanto pelotillero ministerial- recuerdan con nostalgia a los numerosos amis que vent emporte, et il ventait devant ma porte, a "los amigos que el viento se lleva, y sopla el viento ante mi puerta".
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