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Reportaje:

El virtuoso chelista amnésico

Un músico alemán pierde todos los recuerdos pero interpreta y reconoce sinfonías - Estudios revelan cómo la memoria musical se aloja en lugares distintos del cerebro

Daniel Verdú

Cuando llegó a las urgencias del hospital Charité de Berlín, el paciente no recordaba prácticamente nada. Padecía fiebres, dolores de cabeza y algún ataque epiléptico. P. M. [los médicos protegen su identidad] sufría una encefalitis por herpes que había arrasado con la mayoría de sus recuerdos. Solo reconocía a su hermano y era incapaz de realizar simples ejercicios como dar el nombre de algún río de Alemania o nombrar la capital de España. Aquel amnésico había sido un reputado violonchelista de una orquesta berlinesa; y la sorpresa fue que, con el tiempo, su neurólogo descubrió atónito que el hombre sí era capaz de recordar sinfonías, su melodía e incluso su tempo. ¿Podía tocarlas? En realidad se negaba a interpretar su instrumento delante de los médicos (creen que por pudor a no hacerlo ya tan bien), pero según sus vecinos, seguía haciéndolo perfectamente algunas tardes en su apartamento.

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Las sucesivas pruebas revelaron que, pese a no poder nombrar a ningún violonchelista y ser capaz solo de invocar a Beethoven como representante de los compositores que admiraba, conservaba casi intacta su memoria musical, si es que puede llamarse así. "Su dolencia era tan grave que no podíamos avanzar con los métodos habituales para casos de amnesia. Así que diseñamos una serie de tests especiales basados en la música", recuerda por teléfono el doctor Carsten Finke. P. M. había perdido la memoria episódica (la que se encarga de los acontecimientos vividos) y prácticamente toda la factual (la que almacena los datos), pero conservaba elementos tales como el ritmo o el tempo; incluso, si existe tal cosa, el gusto musical.

"Nuestros experimentos revelan que la memoria se organiza de diferentes maneras en el cerebro, y que los recuerdos musicales son independientes de las estructuras del lóbulo temporal medial, que es donde se alojan los datos y los episodios", explica Finke. Todas las pruebas se realizaron con música clásica y, en algunas ocasiones, se le hizo escuchar música desconocida hasta entonces para él (compuesta más allá de 2005, cuando ingresó en el hospital) que pudo recordar no más allá de 90 minutos. "El caso es una prueba muy clara sobre la existencia de este tipo de memoria, pero no puede establecerse una teoría definitiva. Además, es muy complicado encontrar más casos como el de P. M.".

Uno de los más conocidos fue paciente del neurólogo y escritor Oliver Sacks. Clive Wearing, era un eminente músico (organista y director de coros) y musicólogo inglés que sufrió la misma dolencia en 1985 (la padecen 1,5 millones de personas al año) y que perdió por completo la memoria excepto para dos cosas: el amor a su mujer, a quien nunca dejó de reconocer, y sus conocimientos musicales. Eran las dos únicas cosas que le resultaban familiares y que era capaz de ejecutar en una suerte de continuum sin bruscos apagones cerebrales. El resto, como definía su esposa, era una "permanente agonía". Solo recordaba lo que había hecho dos segundos antes: cada parpadeo, y es literal, marcaba el inicio de una nueva vida.

Sacks centra sus investigaciones, publicadas en el libro Musicofilia (Anagrama), en un tercer tipo de memoria: la de los procedimientos. Y parece que tiene sentido. Wearing era capaz de ir a por el azúcar a un armario de la cocina, pero no le era posible decir dónde se encontraba el azúcar si se lo preguntaban. Podía vestirse cada mañana, y combinaba con gusto las diferentes prendas. Si se paraba a pensar, sin embargo, se quedaba paralizado. Lo mismo le sucedía al misterioso violonchelista alemán.

La música es un procedimiento activo. Tanto la escucha como su ejecución se realizan siempre en el presente. Aunque parezca una obviedad, el sonido no existe ni antes ni después de ser interpretado. Como decía T. S Eliot, "eres la música, mientras la música dura". Bien, pues en ese procedimiento, sin apenas reflexión y basado en un cierto automatismo, Wearing se manejaba como con un cerebro sano. Hasta que la música duraba, claro. "Para la memoria de procedimientos es importante que el recuerdo sea literal, exacto y reproducible. La repetición, el ritmo, el ensayo y la secuencia son esenciales", señala Sacks en su libro. "Recordar la música es escucharla o tocarla, se hace por completo en el presente. De hecho, si pensamos cada nota o cada paso de manera demasiado consciente, puede que perdamos el hilo". Algo parecido, si se quiere, sucede con el amor. De ahí que Wearing solo reconociera a su mujer y viviera con ella en un estricto presente.

La memoria de los procedimientos, la que tendría que ver con la música o, incluso, con un conocimiento automatizado como montar en bicicleta, se encuentra alojada en un mayor número de partes del cerebro, y más robustas. Por eso, opina Sacks, "es más resistente (son estructuras subcorticales como los ganglios basales y el cerebelo) y hay muchas conexiones entre ellas y el córtex cerebral: aguanta más pese a que haya daños en el hipocampo y en las estructuras del lóbulo temporal medial, donde se halla la memoria episódica y factual". Según los expertos, esa memoria funciona como unas vías de tren en las que es posible cambiar el ritmo y la velocidad, pero no el camino.

Isabelle Peretz, directora del Laboratorio para la Investigación de la Música, el Cerebro y el Sonido de Montreal, dedicado al estudio de los procedimientos cognitivos relacionados con la música, apunta en la misma dirección que Sacks en sus respuestas por email: "Es impactante y fascinante y revela cómo la memoria automática (de procedimientos) está debajo de un gran número de habilidades entrenadas (como jugar al tenis) sin ninguna conciencia de ello". O lo que es lo mismo, en según qué casos, pensar empeora las cosas.

SCIAMMARELLA

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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