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CORRIENTES Y DESAHOGOS
Columna
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La moda y el pobre amor

La moda siempre está de moda. Y no digamos ya si Jorge Lozano con la semiótica en ristre, se encarga de un número monográfico, una revista o cualquier otra publicación.

Esta vez, y no debe de ser la primera, la emprende con Revista de Occidente, cuyo secretario de redacción si no viste especialmente bien (peor incluso que Lozano) consiente en un nuevo tratamiento de esta importante cuestión. Leopardi, Walter Benjamín, Baudelaire, Jean Baudrillard, Robert Musil, Thorstein Veblen, Simmel, Ortega y Gasset, Barthes, y otros amigos íntimos concurren en el sumario del número 366.

Jorge Lozano puede que parezca algo pesado pero es invencible en su capacidad de elección y de persuasión. Cierto que, en este caso, prácticamente casi todos los autores están muertos pero no es desdeñable el lozano trabajo de autopsia y evisceramiento logrado por el editor.

Generalmente los poetas han sido muy malos novelistas pero espléndidos ensayistas, desde Pedro Salinas a Octavio Paz

Por ejemplo, Ortega, quien fundó esta importante revista, no se para a investigar sobre la importancia de la media calada o la longitud del foulard, sino que se adentra en el espinoso problema del amor y, para empezar, afirma: "El amor está en baja".

¿El amor no estaba de moda el 18 de julio de 1926, cuando publica este artículo en El Sol? ¿Exageraba Ortega para exagerar? Claro que sí. Su hija, Soledad Ortega, con quien tuve la fortuna de compartir dos deliciosos años al frente de Revista de Occidente, me decía que, debido a las estrecheces, su padre (catedrático, además) se veía forzado a incrementar el número de colaboraciones a fin de mes.

La pieza Cambio de generaciones que recoge este número (perteneciente al 18 de julio de 1926) es un ejemplo de ello. Ortega no tenía muy claro qué se proponía decir a la línea siguiente, pero los grandes ensayistas, como el mismo Montaigne, no tienen en la cabeza todas las ideas con las que ensayar. Ensayaban con el mismo ensayo el experimento y de ahí que tanto luzcan. Como perlas insólitas, ideas ensartadas al hilo de la escritura.

Rotundamente: si un ensayo no se inspira en el juego de la improvisación y sus misterios es todo menos ese género.

Un ensayo recae en la sorpresa del experimento tanto para el emisor como para el receptor. Y por tal razón se parece tanto a la poesía. Los poetas han sido, generalmente, muy malos novelistas pero espléndidos ensayistas, desde Pedro Salinas a Octavio Paz.

"El amor está en baja", dice Ortega en la primera frase de su artículo y ya se ha metido, a sabiendas, en un berenjenal. Intuye que el amor ya no fuera en su tiempo lo que era antes pero ¿qué es? ¿Por qué?

A un ensayista de genuino talante no se le puede arrinconar con esta mezquindad. Los ensayos no son libros de texto ni están destinados a fundar los cimientos de la verdad. "Los griegos -máximos elucubradores- eran superficiales por profundidad", dijo Nietzsche en La Gaya ciencia.

La profundidad atasca pero, en la superficialidad, la mente se desliza. Todos los desbarros pertenecen a este deporte intelectual del patinaje artístico, pero, a su vez, esos pensamientos que desbordaron los límites de su tiempo, desde el psicoanálisis a la teoría de la relatividad (ambas cerca de la Gran Depresión) cambiaron las tradicionales medidas de la cancha. Fueron desproporcionadas para su tiempo.

Produjeron escándalo y crearon los últimos gritos de la moda. La moda siempre está sanamente de moda cuando el mundo se siente confiado en avanzar. Por contraste, cuando no hay moda o todo está de moda, cuando la moda no importa, por exceso o por deceso, vivimos en recesión.

Lo que significa pues que todo vintage es hoy insignificante, cualquier retro pierde excitación. La actualidad, en fin, como estampado, carece de suficiente prestigio para dar rango a aquello que la niega, sea con la semiótica (Lozano, por medio) o con el desganado malabar del no.

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