Los raros del barrio
La indiferencia no es un estado de ánimo concebible durante un concierto de Battles. El ahora trío neoyorquino milita en la división de los músicos oscuros, sinuosos y experimentales, y no desperdicia ni un minuto de su tiempo a la hora de manifestarlo. Su radicalidad no será tanta para quien tenga el oído habituado al rock progresivo que se apartaba de las concesiones; bandas que, como Gentle Giant o Van der Graaf Generator, convertían a Genesis y Yes en formaciones de relativa fácil ingesta. Pero lo bueno de esta ciudad plural es que hay gente para todo; aun siendo su primera visita madrileña, más de 700 personas se agolparon anoche en la Joy Eslava para contemplar a estos vanguardistas chavetas de la Gran Manzana, los chicos más raros del barrio.
Los planteamientos estéticos de antaño -ritmos quebrados, súbitos cambios de atmósfera, algo de trance sintetizado- se actualizan hoy con un poco de electrónica y alguna vaga alusión africana. Ya desde el arranque, con Africastle, David Konopka se arrodilla en el suelo e invierte más tiempo en jugar con capas, efectos, ecos y pedales que en pellizcar las cuerdas de su guitarra. Es curioso que su semblante, serio y reconcentrado, y hasta la colocación del cuerpo recuerden a Robert Fripp. Porque la sombra de los King Crimson más neuróticos planeará durante toda la noche; también en la vocación polirrítmica de John Stainer, un batería nada alejado de Bill Bruford, o en esas frases entrecortadas, extrañas pero sugerentes, que el chileno Matías Aguayo articula durante Ice cream. Sí, Adrian Belew ya cantaba así en el disco Discipline, en 1981.
Pero Aguayo no está presente en el escenario, sino a través de una doble pantalla vertical. Así sucede con el resto de invitados de la noche, como Kazu Makino (en la muy curiosa Sweetie and shag), Yamantaka Eye o Gary Numan, con ese gesto dolorido y atribulado, tan suyo, durante la acelerada y pesadillesca My machines. Los tres instrumentistas articularon esta fórmula el año pasado tras la marcha de su cantante, Tyondai Braxton, y el resultado es tan original como falsario. Precario. Hemos asumido a regañadientes la era de los sonidos enlatados; si también nos birlan la voz, puede que estemos llegando demasiado lejos.
Todo es peculiar en Battles, incluso los movimientos algo ridículos del guitarrista y teclista Ian Williams. O la despedida de Konopka, que, tras alabar la belleza de Madrid y sus mujeres, anunció en castellano: "Me gusta la montaña rusa". Vale.
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