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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
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Las mujeres de Rattigan

Marcos Ordóñez

Me muero de ganas de ver The deep blue sea, la nueva película de Terence Davies, que tuvo una gran acogida en San Sebastián y se habrá estrenado ya (al menos en Londres) cuando aparezcan estas líneas. Me muero de ganas por sus protagonistas, la poderosa Rachel Weisz y el enorme Simon Russell Beale, y porque Terence Davies es el responsable de una de mis películas preferidas, The long day closes (su infancia inglesa en los sesenta estaba muy cerca de la mía en Barcelona) y porque The deep blue sea probablemente sea la mejor obra de Terence Rattigan, uno de mis dramaturgos favoritos, cosa que he ratificado este verano después de ver una y otra vez The Rattigan collection, su material filmado por la BBC, un pack de DVD que recomiendo fervorosamente.

No conozco dramaturgo contemporáneo que haya trazado más y mejores retratos femeninos

Rattigan, de quien este año se conmemora el centenario, es un autor desigual, con piezas de caza menor (como la exitosísima French without tears) junto a maravillas vivas y complejas, conmovedoras, soberbiamente escritas, que revelan a un gran conocedor del corazón humano. Ese conocimiento es, para mí, lo mejor que puede decirse de un artista, cuyo código de valores resumió en esta estupenda frase: "Creo en la pasión. Creo en el honor. Creo en la alegría. Creo en el coraje. Y aspiro a conseguir algún día lo más difícil: la elegancia bajo presión".

A finales de los cincuenta se lanzaron a su yugular críticos como Kenneth Tynan, que escribiría una frase brutal ("No me puede gustar nadie a quien le guste Rattigan") o la gente del Royal Court, que quisieron verle como el máximo representante de un teatro "convencional y conformista". Sobre Rattigan llovieron innumerables clichés, y uno de los más reiterados fue la acusación de misoginia, acorde a la delirante teoría de que todo homosexual odia a las mujeres.

No conozco un dramaturgo contemporáneo que haya trazado más y mejores retratos femeninos: la joven sufragista de The winslow boy, la desesperada exflapper de After the dance (casi un personaje de Dorothy Parker), la enferma terminal de After Lydia (inspirada en Kay Kendall) y, desde luego, Hester Collyer, la protagonista de The deep blue sea, cuyo perfil supuso un verdadero escándalo en el teatro inglés de la época: una mujer que abandona a su marido, un juez de la Corte Suprema, para correr a los brazos de un hombre más joven cuyo rechazo la abocará a un intento de suicidio. Bajo ese caparazón de melodrama victoriano, el "conformista" Rattigan se atrevió a mostrar las razones de los tres protagonistas y a reivindicar algo tan revolucionario como una mujer lúcidamente deseante, que lleva hasta las últimas consecuencias una pasión sexual pura, sin aderezos psicóticos ni almíbares románticos, sin caer en los arquetipos al uso (femme fatale atormentada o zorra irremediable) y, lo más arriesgado de todo, sin sentimiento de culpa.

Peggy Ashcroft dudó en aceptar el papel porque, decía, "se parecía demasiado a Hester Collyer", pero lo hizo, con el valor y la gloriosa impudicia de las grandes actrices británicas. De haberse estrenado en los años sesenta, The deep blue sea podría haber contado con otra intérprete ideal: la irrepetible Vivien Merchant, capaz de electrizar con solo una mirada (y quien no lo crea puede ver, también en DVD, la filmación de The homecoming, de Pinter). Sigue siendo muy difícil encontrar, en escena o en pantalla, a una mujer que simplemente come porque tiene hambre, sin necesidad de sábanas sedosas ni acompañamiento de violines, como la enorme Kate Winslet en las escenas eróticas de Mildred Pierce. Tengo muchas ganas de ver a Rachel Weisz en el rol de Hester Collyer.

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