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Reportaje:1992 | MÁS DE 10.000 KILÓMETROS EN TREN

La metáfora de América Latina

Durante dos meses y medio, Maruja Torres y Bernardo Pérez -enviados especiales de El País Semanal- han recorrido América Latina de Sur a Norte. Más de 10.000 kilómetros en tren, a una media de 30 kilómetros por hora, para encontrarse con el sentido de un continente perdido. Un relato que, a partir de esta semana, se publica en siete capítulos. A marcha lenta.

CAPÍTULO I. Un viaje, un viaje así, jamás lo devuelve a uno al lugar de procedencia en las mismas condiciones en que salió.

Eso lo supe cuando mi jefe me llamó a su despacho y me mostró un libro de Paul Theroux, alentándome para que emprendiera un itinerario similar y lo contara en varios capítulos. Leí el título,The Old Patagonian Express, y la frase aclaratoria que figuraba debajo: "En tren a través de las Américas", y pensé que aquello no podía estarme sucediendo a mí. La experiencia del autor de La Costa de los Mosquitos y Saint Jack, persistente viajero por medio mundo, había consistido en meterse en el metro de un Boston cubierto por la nieve, para descabalgar, dos meses después, del Viejo Expreso de la Patagonia en medio del ansiado calor del Sur. Si no estaba oyendo mal, a mí se me concedían también dos meses -que en la práctica se alargaron por dos semanas más- y tenía las manos libres para recorrer América Latina de punta a punta y de un tren a otro. Si es que aún existían trenes por allí.

Theroux había realizado su trayecto 14 años atrás, y de entonces acá en América han cambiado algunas cosas. Otras, por supuesto, permanecen inmutables. Aunque las más feroces dictaduras han sido sustituidas por regímenes formalmente democráticos, en casi todos los lugares que el escritor norteamericano visitó han surgido nuevas formas de opresión que se han sumado a las antiguas sin desvanecerlas. El neoliberalismo económico ha echado raíces, y sus víctimas deambulan sin destino por la cuneta de la vida, mientras en algunas zonas planea el fantasma del regreso a un absolutismo deseado como mal menor, al estilo de Fujimori en Perú, porque la gente está cansada de que la democracia signifique parejo saqueo y no menos brutalidad, envueltos en floridos discursos e incumplidas promesas.

La palabra ferrocarril desvela en muchas personas secretos anhelos y románticos sueños. (...) Así que partí a América con una lista de recomendaciones y una supina ignorancia de cómo estaban las cosas en aquel momento.

Y las cosas no podían estar peor, ferroviariamente hablando. Las diferentes crisis superpuestas han acabado, o casi, con los trenes, y la supervivencia renqueante de unos cuantos -en total, el fotógrafo Bernardo Pérez y yo tomamos 14 convoyes de pasajeros y 4 de carga, desde Chile hasta México- se fue convirtiendo, conforme avanzaba en mi viaje, en una metáfora de la degradación de América Latina, de la precariedad permanente en que allí se vive, de la larga agonía de una tierra tan rica y hermosa como desdichada. Descubrí también que los trenes habían contribuido a su desgracia: porque las vías fueron construidas casi siempre, en el siglo pasado o en los albores de este, por monopolistas extranjeros que las usaban para transportar hasta los puertos las materias primas de que despojaban a estos países (y de ahí la desindustrialización endémica: nunca se le permitió a América manufacturar sus productos). Como señala Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, los trazados se parecen a los dedos extendidos de una mano. Van -o iban- de la mina, o de la plantación, o del cafetal, al mar, pero apenas han servido para comunicar entre sí a los pueblos, y mucho menos para enlazar los países. Nunca se quiso que América estuviera unida, e igual que el sueño de Bolívar fracasó, se hundieron los intentos de crear un camino longitudinal. Cada cual permanece aislado con sus cuitas, con sus verdugos, y con su ferrocarril dramáticamente fragmentado. (...)

Un reportaje irrepetible

'El viejo expreso de la Patagonia'. Ese libro de Paul Theroux fue la inspiración para el viaje. Solo que El País Semanal lo realizó en sentido inverso. Por eso se inició en Puerto Montt, la ciudad más al sur de América Latina desde donde partía un tren, para recorrer el continente hacia el norte, hasta Nuevo Laredo, en la frontera entre México y Estados Unidos.

"Un viaje único". Tanto Maruja Torres como Bernardo Pérez coinciden en que el viaje fue una oportunidad casi imposible de igualar: "¿Quién te da hoy en día dos meses y medio para recorrer América?", señala Maruja. "Fue un viaje delicioso. Una experiencia así en la actualidad es desafortunadamente difícil de repetir", reflexiona Bernardo.

El equipaje de Bernardo. La era digital no había llegado todavía en 1992, así que el fotógrafo Bernardo Pérez tuvo que llevarse una bolsa entera llena de carretes, unos 200, además de otra con todo el equipo. Con esta perspectiva, el resto de equipaje personal tuvo que ser el mínimo necesario para viajar.

Recuerdos muy fuertes. "Cogíamos trenes muy pobres, donde la vida pasaba despacio. Recuerdo que me impresionó un padre que llevaba a su bebé muerto en una caja de zapatos", cuenta Maruja Torres, que añade: "Por suerte, América hoy ha mejorado mucho".

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