El infierno según Ingrid
Si la imagen de la Ingrid Betancourt de antes del secuestro evocaba algunos aspavientos del Mayo del 68 francés, la de después de la liberación remitía a la elegancia estática de Jackeline Kennedy. Como todos los fenómenos mediáticos (e Ingrid Betancourt lo es en un grado difícil de superar), despide un magnetismo que viene de todas las partes de su ser y de ninguna, quizá por eso provoca adhesiones extraordinarias y rechazos exagerados, que en la mayoría de las ocasiones carecen de base racional.
Al magnetismo señalado se añade la dificultad de atraparla en un solo registro desde el que tratarla o describirla. Por utilizar una imagen del mundo subatómico, cuando te diriges a ella como materia, se comporta como energía, o al revés. Y cuando te has convencido de que es completamente europea, se manifiesta como una latinoamericana integral, o viceversa. (...)
"Cuando hacía política pensaba que había que cambiar el poder. Hoy pienso que hay que cambiar el alma de Colombia"
"Tengo claro que ser un símbolo es una responsabilidad y, por tanto, implica ponerse al servicio de los demás"
La Ingrid Betancourt madura parece más ingenua que la joven, pero da la impresión de tratarse de una ingenuidad trabajada, elaborada, como si fuera el resultado de una conquista moral. Aunque en las entrevistas a las que se sometió no eludió ninguna pregunta, y dio las gracias por todas, uno se quedaba con la impresión de que sabía más de lo que decía, lo que es frecuente en el trato con personas misteriosas o que han vivido experiencias extremas, como si en las situaciones límite se adquirieran enseñanzas imposibles de transmitir a quienes llevamos existencias normales. (...)
¿Qué Dios le gusta más, el del Antiguo o el del Nuevo Testamento? Son el mismo, es un espejo. Lo que sucede es que el Nuevo Testamento nos hace el camino hacia Dios mucho más fácil. El Antiguo Testamento es Dios hacia el hombre. El nuevo es el hombre hacia Dios. En el Antiguo Testamento, Dios nos busca; en el Nuevo Testamento, nosotros buscamos a Dios. Esa transformación ha cambiado mi vida porque si uno es consecuente y su racionalidad acepta a Dios, todo cambia, porque deja uno de ser pasivo y se vuelve activo frente a uno mismo. Es una enorme liberación pensar que uno es libre, que puede cambiar, que puede ser mejor humano.
Usted respetaba en un principio el pensamiento que dio origen a las FARC, no así su evolución ni los medios empleados posteriormente para lograr sus fines, que las han deslegitimado. Cuando usted comenzó su carrera política, el poder establecido también estaba deslegitimado porque había creado, con sus abusos y su corrupción, las condiciones para que apareciera la guerrilla. ¿Cree que ese poder oficial, al contrario que el que representa la guerrilla, está hoy más legitimado que entonces? ¿Es más justa la sociedad colombiana actual, más equilibrada, menos corrupta? [Tras pensar mucho la respuesta] Yo pensaba que las FARC eran una respuesta a las contradicciones del sistema. Después de vivir dentro de las FARC he comprendido que son un subproducto de ese sistema, esa es la gran decepción. Cuando yo hacía política en Colombia, pensaba que había que cambiar las estructuras del poder. Hoy pienso que hay que cambiar el alma del pueblo colombiano, del pueblo colombiano como entidad colectiva, y más aún la de cada uno de nosotros en nuestra identidad individual. Cuando pienso en Colombia, pienso que somos el resultado de una civilización que tiene un inmenso malestar. Entonces acabas pensando que no solo hay que cambiar los corazones, sino que también hay que cambiar el mundo. Lo increíble de esto es que pienso que es posible, además de necesario y urgente.
Se lo pregunto de otro modo: ¿está hoy más clara la línea que separa a los malos de los buenos? Hace años, las cosas me parecían claras: había blanco y había negro. Hoy día me doy cuenta de que no hay ni negro ni blanco, sino una situación en la cual todos podemos aportar, todos podemos ser víctimas, pero todos podemos ser parte de la solución. Por eso en mi corazón no hay rencor ni deseo de venganza; más allá del perdón, hay un inmenso amor por el ser humano.
El recuerdo que tenemos de la Ingrid Betancourt de antes del secuestro es el de una rebelde permanentemente enfrentada al poder, al que calificaba de corrupto. Desde algún punto de vista se podría pensar que la guerrilla nos ha devuelto a una mujer sumisa a ese poder. Me explico: desde su liberación, usted no ha hecho otra cosa que fotografiarse con los seres más poderosos del planeta. No hay jefe de Gobierno ni ministro ni rey que no quiera aparecer junto a usted. Esos poderosos la colman de honores, de premios, de agasajos. Podríamos decir que usted ha hecho muchos gestos al poder, pero muy pocos a los desfavorecidos, a la gente humilde, la que rezaba por su liberación y llenó las calles con su alegría cuando fue liberada. En estos casi tres meses de libertad me he tomado muchas fotos con gente que encuentro por la calle y que se abraza a mí. Esas fotos están en los álbumes familiares, pero no las reproduce la prensa. La visión que tiene el mundo es probablemente la que da la prensa. La visión que tengo yo es la visión de ese amor infinito de mucha gente: unos, muy potentes; unos, muy conocidos; otros, mucho menos; otros, ciudadanos de a pie, y para mí todos son iguales y a todos les agradezco por igual.
¿Dónde hay más peligro para la integridad intelectual y moral, en la selva o en los grandes salones? Yo creo que el peligro está en uno mismo, en perderse, en salir del foco. El ser humano es un ser social. Lo que se ve en la selva, a nivel humano, no difiere mucho de lo que se ve fuera, salvo porque el contraste es mayor porque las relaciones son más dramáticas. Yo soy muy consciente de que en la selva fui utilizada, fui instrumentalizada, fui manipulada, y soy consciente de que aquí, en el mundo real, hay quien quiere probablemente también manipular, instrumentalizar. Pero ese es un nivel que no me interesa. Lo que estoy haciendo, lo que hago, es la consecuencia de decisiones que se nutren de las prioridades de mi corazón. Entonces me siento inmune. Estoy en un espacio donde cosas que cuentan para muchas personas ya no cuentan para mí. Tengo una gran libertad.
Cuando era una activista política, usted se movía muy bien en el registro simbólico. Parte de su éxito se debía a actuaciones (como la huelga de hambre que llevó a cabo en el Congreso o el reparto de condones por las calles de Bogotá) que conectaban de forma directa con una parte del electorado. Ahora, quizá de tanto utilizar los símbolos, ha devenido usted misma en un símbolo. Precisamente le han concedido el Príncipe de Asturias de la Concordia como "símbolo" de la lucha por la democracia y por la libertad, además de por la fortaleza, dignidad y valentía con que se enfrentó a su cautiverio. Resulta curioso que de tanta gente como ha secuestrado la guerrilla y de tanta como, por unos medios u otros, ha sido liberada, le haya tocado a usted ese papel de símbolo. ¿A qué cree que se debe? No sé, no lo sé. Cuando estaba en la selva, ser símbolo se pagaba a un precio muy alto. Uno no escoge ser símbolo, pero tampoco puede quedarse en la parte negativa del símbolo, diciendo yo no soy esto, yo no soy lo otro, por qué me toca a mí... Yo lo tomo de manera diferente. Sin entender las razones por las que me tocó a mí, entiendo que es una responsabilidad. Ese espacio especial que me ha conseguido el mundo no me lo ha conseguido a mí. Como ser humano, no tengo ninguna característica especial o diferente a la de los miles de secuestrados en Colombia o en el mundo. Sobre alguien tenía que caer, como ha sucedido con otros que también son símbolos. Lo que sí tengo claro es que es una responsabilidad y, por tanto, implica ponerse al servicio de los demás, lo que me viene muy bien porque lo único que me hace a mí feliz es ayudar a los demás.
Dígame, para terminar, ¿no se ha cortado el pelo todavía? Hablando de simbolismos, el pelo es un símbolo, es un calendario. Son días de secuestro, meses, años. Es una forma de recordar que los otros siguen allá, de que no se me olvide a mí, de que no se le olvide al mundo.
Lejos de la selva
Las luces de Ingrid. Tras su cautiverio, Betancourt recorrió el globo como una heroína: la recibió el Papa, le fue concedida la Legión de Honor francesa y el Príncipe de Asturias y llegó a ser candidata al Nobel de la Paz. Luego se recluyó a escribir el libro en el que narró su secuestro, No hay silencio que no termine.
Y sus sombras. Aquella mujer icónica indignó a su país en 2010, al reclamar al Estado una indemnización de 6,3 millones de euros por su secuestro. Se acabó retractando.
100 cautivos. El Gobierno colombiano calcula que la guerrilla mantiene cautivas a unas 100 personas.
Último golpe. El 4 de noviembre, el Ejército de Colombia mató al jefe de las FARC, Alfonso Cano. La operación fue ideada por los mismos agentes que liberaron a Betancourt.
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