La burbuja ideológica
Son las once de la mañana de un día de principios de noviembre y paseo por los senderos que se abren entre los acampados de Wall Street. El pensamiento Mafalda se impone de manera abrumadora en las pancartas, desde "no invadas mi aire limpio" hasta "el grafiti es un derecho" pasando por "nuestra economía debería ser más justa". Los turistas que se dirigen hacia la zona cero aprovechan para hacerse unas fotos con este decorado tan naif e inusual, "me gusta el olor de la revolución por la mañana".
Una chica dirige el grupo de trabajo sobre inmigración. Alabama ha aprobado, pese a no tener un porcentaje migratorio excesivo, una ley muy restrictiva. Se ve que los latinos son una la minoría mayoritaria entre los inmigrantes en Alabama, pero no se ve a muchos de ellos entre los ocupantes de Wall Street. El discurso contiene citas de libros y un alto porcentaje de buenas intenciones. Oyéndolo, a uno le gustaría unirse a este grupo y formar parte de una corriente más o menos ideal o idealizada para mostrar su acuerdo con los que, en otros corrillos, piden nuevas tasas para los bancos y más impuestos a los ricos, exigen que se acabe con los ejércitos o que la seguridad social sea universal y -sí, lo están leyendo bien- gratuita, lo de multiplicar panes y peces. Y es que la revolución también tiene derecho a su parte de pensamiento positivo. "Mirar la realidad de otra manera es empezar a cambiarla", reza una pancarta apoyada en un árbol. Bueno, puede cambiar para bien o para mal, menudo optimismo.
Los revolucionarios deberían asaltar una Bastilla y los bancos interpretar lo del debe y el haber para tener credibilidad
Este verano se publicó el libro de Barbara Ehrenreich Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo (Turner), que analiza el nacimiento, el auge y los usos del optimismo social. Debemos estar contentos y proyectar una mirada positiva hacia la vida, que una sonrisa puede curar cualquier enfermedad que se precie, así que acuda a la cola del CAP con alegría, a ver si le va a subir la fiebre. Leído el libro, puede que estemos presenciando el nacimiento de la revolución de la autoayuda, afable, y como Platero, diríase que hecha de algodón, casi sin huesos, rellena de debates, propuestas, grupos de trabajo, comisiones que evalúan a un sinfín de caballeros sin espada que ya no saben si dirigirse a Washington, a Sol o a Wall Street.
Confundimos tanto los papeles que ni los bancos son lo que eran. El Banco de Sabadell, por ejemplo, nos obsequia con una bajada espectacular de sus acciones y con unos vídeos en los que Josep Guardiola, Loquillo, Luz Casal, Oriol Bohigas y Luis Rojas Marcos, entre otros, conversan sobre el futuro con un optimismo personal, azucarado e intransferible. Los extremos se tocan. Hemos tenido que salir a escote para dar un PIRMI a los bancos por su ineptitud a la hora de ganar dinero y estos nos pagan con feng shui y con eslóganes dignos de los acampados en la plaza de Catalunya. Nos hablan de valores y los valores del Banco de Sabadell se arrastran por el Ibex hechos unos zorros. ¡Ocúpense de los dividendos y dejen la filosofía oriental para la radio nocturna, caramba!
Y a ver si nos aclaramos, que siendo todos tan buenos no vamos a ninguna parte. Para tener un poco de credibilidad los revolucionarios deberían asaltar una Bastilla y los bancos saber interpretar lo del debe y el haber. ¡Qué tiempos aquellos en los que las empresas decían que su única responsabilidad social era ganar dinero! ¡Qué tiempos los de la revolución sin plastilina! La disyuntiva no está en sonreír o morir. Lo difícil va ser, a este paso, no morirse de risa. La burbuja ideológica está hinchadísima y el día que pinche, entonces sí, ríanse ustedes de la del ladrillo.
Francesc Serés es escritor.
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