Deprisa, deprisa
Todas las grandes revoluciones tecnológicas aceleran el tiempo histórico. Pensemos, por ejemplo, en la imprenta de tipos móviles de Gutenberg. Hacia 1500, 60 años después de su puesta en marcha, se habían producido en las más de 200 imprentas diseminadas por Europa unos 20 millones de libros, bastantes más que los copiados y reproducidos durante los siglos anteriores. Y se calcula que, hacia 1600, circulaban por el mundo unos 200 millones de ejemplares, con una producción media de 3.000 páginas por imprenta y día de trabajo. Las consecuencias de esa revolución tecnológica y cultural se dejaron sentir inmediatamente, generando esperanza y pánico a partes iguales.
El ritmo con que se populariza y extiende el libro digital también provoca sentimientos encontrados. Pocos son entre nosotros los que hace un par de años hubieran apostado por la relativamente rápida aceptación de los dispositivos de lectura y los libros digitales, aún más llamativa si se tiene en cuenta la importante restricción del consumo ocasionada por la crisis económica. Según la Agencia del ISBN, entre los libros catalogados en el tercer trimestre de este año los digitales suponen ya el 19 % del total, al tiempo que el número de los de papel disminuye, aunque aún muy ligeramente. Los dispositivos lectores van venciendo lentamente los obstáculos tecnológicos, económicos y psicológicos, atrayendo a nuevos consumidores y favoreciendo un tipo diferente de relación con la lectura. El desarrollo del libro digital en España depende ahora, sobre todo, de la desaparición de las barreras (también de las proteccionistas) que encarecen el precio de las descargas, propiciando una absurda e intolerable desproporción entre el precio de un libro digital y sus costes de fabricación y distribución, mucho más económicos que en los libros tradicionales. Ese es el caldo de cultivo de los piratas, que todavía prefieren las rudimentarias versiones escaneadas de libros físicos que pagar un precio considerado abusivo. En todo caso, el e-book no implica la desaparición ni la decadencia del libro tradicional. Ni tampoco que la gente no pueda seguir leyendo en el soporte que le venga en gana. Pero está claro que en los próximos años el sector del libro experimentará profundas transformaciones.
Los dispositivos lectores van venciendo lentamente los obstáculos tecnológicos, económicos y psicológicos
También se están produciendo otros cambios de diferente naturaleza. El grupo Penguin, una marca que se sigue asociando al libro popular, acaba de anunciar el lanzamiento, de cara a la Navidad, de una nueva serie exclusivamente digital en la que publicará cuentos y ensayos inéditos de no más de 25.000 palabras (unas 40 veces la extensión de esta columna) firmados por escritores tan prestigiosos como Anita Brookner, Helen Dunmore o Colm Toibin. Y, atención, el precio de esos "libros" oscilará entre 99 peniques y 1,99 libras (1,17 y 2,34 euros).
No es que ese experimento no se haya realizado anteriormente. Incluso, entre nosotros, lo viene haciendo, con ensayos ya publicados en papel y resultados irregulares, Endebate, un sello de Random House. Lo llamativo del intento de Penguin es que publicará ficción rigurosamente inédita de autores prestigiosos y con el aval de uno de los más importantes grupos del mundo. La crisis y los nuevos hábitos de lectura, que priman lo breve y de consumo inmediato (en el transporte, en los tiempos muertos) favorecen el proyecto. Pero esa presumible oleada de inéditos exclusivamente digitales también tendrá consecuencias. No es absurdo pensar que se acerca una nueva edad de oro del relato y de los ensayos de mediano aliento sobre temas de actualidad. Y también de los panfletos, un tipo de literatura que prolifera especialmente en las épocas de crisis (piensen en lo que ha dado de sí el ¡Indignaos! de Stéphane Hessel). Estamos en los albores de cambios fundamentales en nuestra manera de concebir el libro y la lectura. Cerrar los ojos y mirar hacia otro lado es como conjurar una tormenta con el sonido de una matraca.
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