'Cinco viajes al infierno', de Martha Gellhorn
"Yo tenía la teoría de que una puede ser en la vida lo que quiera, siempre que esté dispuesta a pagar un precio por ello".Martha Gellhorn (1908-1998), la autora de Cinco viajes al infierno. Aventuras conmigo y ese otro (Altaïr), hizo lo que quiso durante 90 años y seguramente pagó más facturas de las que se atrevió a confesar en público. Libre, rebelde, apasionada, vital y... mordaz. Hincaba su aguijón sarcástico allí donde presentía estupidez, temor y miseria moral. "Se alimentaba de furia", recuerda su biógrafa Caroline Moorehead, una furia que aplicaba a un periodismo radical, exigente, y en el que desplegaba una empatía sin fisuras cuando se trataba de señalar la injusticia, la pobreza, la desigualdad o el sufrimiento.
Como reportera se estrenó en el frente de Madrid durante la Guerra Civil. A una amiga le dijo: '¡Me marcho a España con los chicos.
No sé quiénes son los chicos, pero me voy con ellos'. Los chicos eran Hemingway, con quien se casó y a quien abandonó a los cinco años harta de su prepotencia; Robert Capa, amigo fiel hasta la muerte de este, John Dos Passos y tantos de los huéspedes que albergaba el hotel Florida en la plaza de Callao.
Aquí nació como periodista y adquirió el rodaje para narrar después una larga serie de conflictos y guerras, tantas y con tanta intensidad que siempre en medio de ellas se preguntaba: '¿Cómo y dónde podré vivir con normalidad?'.
Sobre cómo hacerlo, nunca encontró la fórmula de la serenidad.
Gellhorn vivió desencajada tratando de adaptarse como mujer a un modelo masculino, el del periodismo de la época, para el que debía ser uno más al precio que fuese, y el precio era la inestabilidad emocional.
Y sobre el dónde, vivió su vida como una nómada, una fugitiva de sí misma, levantando casas aquí y allá: África, Londres, México, hasta llegó a tener una casita en la costa de Alicante. Emprendió por curiosidad largos y duros viajes en solitario como una zahorí en busca del flujo vital: "Lo único que tengo que hacer para sentir que vale la pena vivir es ir a otro país, otro cielo, otro idioma, otro escenario".
A veces se llevaba a las Pamps, Rosario y Lola, las hermanas de Pamplona que la cuidaron y acompañaron durante años y a quienes ella cuidó en su vejez. ¡Veneno de movimiento! El estado de gracia solo era posible vivirlo en la combustión de la pasión".
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